Si se desea conocer etapas importantes de la historia contemporánea de nuestro país, especialmente las causas, el desarrollo y la finalización de la guerra interna, desde la óptica de un intelectual de la alta burguesía nacional, conviene leer sin criterios preconcebidos el libro «Las huellas de Guatemala», de Gustavo Porras Castejón.
eduardo@villatoro.com
Como se advierte en la presentación de la obra publicada por F&G Editores, en las líneas de la obra circulan «torrentes de anécdotas, reflexiones profundas, relatos históricos, cavilaciones filosóficas y abundante sentido del humor», con la particularidad de que el autor se mueve desde las filas de la insurgencia, a las que se une por el entusiasmo y el idealismo de su juventud, hasta convertirse en un circunspecto funcionario de elevada categoría durante el gobierno del presidente ílvaro Arzú y desde esa privilegiada posición condujo en gran medida las negociaciones gubernamentales con la URNG, para alcanzar la paz en diciembre de 1996.
Cabalmente por los orígenes en el entorno oligárquico de Porras Castejón, devenido en transitorio guerrillero, dirigentes políticos de la ultraderecha deberían hacer el esfuerzo para leer un libro un tanto voluminoso, a fin de intentar admitir su identidad de clase explotadora, escrito por un personaje de su alcurnia; mientras que las fuerzas de la izquierda radical que aún piensan que se puede arribar al poder mediante la violencia revolucionaria, podrían reconocer las circunstancias que determinaron la derrota militar de la insurgencia.
Con precisión, Carlos Alberto Sarti Castañeda, director ejecutivo de la Fundación Propaz, señala que en el libro «encontraremos revelaciones históricas que nos ayudarán a comprender mejor nuestra realidad actual sobre la base de una interpretación histórica renovada», que, a la vez, es una mirada panorámica que se remonta a la Revolución de Octubre, «pero se nutre del humus y sustrato indígena y español» toda vez que Gustavo Porras es «un testigo privilegiado porque tuvo la oportunidad de vivir la guerra y el proceso de paz con intensidad.»
Líderes conservadores podrían desconcertarse al enterarse de primera mano acerca de las causas que incitaron, en su tiempo, a un joven estudiante de uno de los colegios más exclusivos del país a tomar conciencia -en primera instancia- de las miserables condiciones de vida de los indígenas y campesinos en general de Guatemala, bajo el yugo expoliador de los enriquecidos latifundistas, y de su decisión posterior de enrolarse en la guerrilla, con todas sus desventajas y precarias inconveniencias, para luchar por una doctrina política que, desde la óptica del egoísmo de su clase social, no era la suya, como ajenas pudieron haber sido las banderas que se levantaron en defensa de los legítimos intereses de la clase obrera y sus aliados en el estudiantado y la intelectualidad.
Podrá argí¼irse -como me lo comentó un compatriota que aún vive su exilio después de su transitar con la guerrilla- que Porras Castejón, si bien es cierto corrió los riesgos de cualquier combatiente en un momento aislado, contaba con las conexiones de su familia para salir indemne de un cuartel o un ergástulo, pero no por ello se deslegitima su resolución de convertir en praxis las tesis de sus mentores y de participar en una lucha encaminada a redimir a los desheredados de la fortuna.
Pero también le llegó la hora de andar otros caminos alternos a la vía armada, para contribuir a estructurar -vanamente hasta ahora- una sociedad menos cruel e injusta, y su talento lo condujo casi por inercia a integrarse a un equipo de gobierno antípoda a la insurgencia, pero que, con realismo y patriotismo, tuvo el valor de firmar los Acuerdos de Paz.
  (El ahora obrero Romualdo Tishudo, cuyo padre fue desaparecido por el Ejército, hace suya esta frase: -Los militares me dejaron la injusticia de crecer sin tu presencia). Â