Aunque muchos reconocen que la educación es uno de los medios más eficaces para el desarrollo de los pueblos, no siempre las personas tienen un empeño comprometido para realizar semejante actividad. A menudo se deja la tarea a las instituciones educativas y a los expertos para luego lavarnos las manos y ficcionar un mundo milagrosamente mejor.
Como en todo, hay que distinguir, por consiguiente, entre los que tienen una preocupación abstracta y los que materializan ideas para transformar la realidad. En materia educativa, los primeros sueñan un país libre de analfabetismo, ciudadanos conscientes, jóvenes maduros y estadistas honorables, mientras que los segundos, investigan, proponen métodos, examinan teorías educativas, dan vida a proyectos y, también, escriben textos para provecho de las jóvenes generaciones.
En esta última onda es que andan metidos Paz Cárcamo y Saquilk»u»x Ajpwaq. El libro no es otra cosa que la expresión del deseo cristalizado por enseñar a los niños (especialmente del pueblo Kaqchikel) su propia historia. Y, claro, todo hecho a la luz de las ventajas que ofrece el mundo contemporáneo: texto a colores, buen papel, mediación pedagógica adecuada, uso didáctico del lenguaje y mucha información para hacer nacer el sentimiento de pertenencia y amor por la propia cultura.
¿Puede haber algo más loable? Si, como dicen, «nadie ama lo que no se conoce», la revisión de la propia historia es vital no sólo para la sobrevivencia de los pueblos, sino también para la construcción de la propia identidad. Conocer es «reconocer-se» y punto «sine qua non» para el desarrollo personal. Es esto lo meritorio de la obra: el deseo de ubicar a las nuevas generaciones, mostrar los orígenes y valorar lo propio.
Un pueblo que sabe quién es, de dónde viene y cuál ha sido su desarrollo tiene alma y puede desafiar el futuro. Quien tiene resuelta su identidad tiene ganada casi todas las batallas de la vida. Por eso es que en este tipo de textos se juega todo: la autoestima, el orgullo, la frustración o el derrotismo. Un libro así no es una novela en la que los protagonistas son actores desconocidos y extraños, sino que representa el imaginario de un pasado al que no se es ajeno.
Aquí los héroes, los mitos, los dioses y las guerras tienen un significado espiritual. Cuando se narra una batalla, los lectores no leen (con los ojos físicos) una lucha trivial, sino la encarnación de un acontecimiento cuya trascendencia afecta la piel. Las estrategias y los diálogos no son hechos literales, sino metáforas, metafísicas que alimentan la mente y producen carácter y personalidad. La narración crea (al mejor estilo divino y quizá mejor que Dios mismo), da vida a una manera de ver, sentir y concebir, esto es un nacimiento que va más allá de lo biológico.
Un libro con semejante responsabilidad tiene un plus si se escribe entre dos (como es el caso del presente texto), por el valor de la luz que producen dos inteligencias. Uno contribuye desde afuera con su visión occidentalizada y afectada con lo rescatable de su cultura, el otro, desde la sabiduría propia, desde la encarnación de los valores de su cosmovisión. Un libro «ideal» para husmear, escudriñar y desentrañar una realidad que con frecuencia no se deja aprisionar y que resiste definiciones.
El autor lo expresa así: el libro «es una versión juvenil de la investigación original, publicada en el libro «Chwa Nima Ab»í¤j: Mixco Viejo», donde se narra parte de la historia de la Nación Kaqchikel y se describe cómo es la actual ciudadela sagrada Kaqchikel de Chwa Nima Ab»í¤j, llamada erróneamente «Mixco Viejo»».
Paz Cárcamo dice que el conocimiento y difusión de esas realidades «ayudará a reorientar el camino para la construcción del destino de este Pueblo, contribuyendo en la formación de la niñez pues, como dice el sabio abuelo maya Saquilk»u»x: «El pueblo que conoce su historia es como si tuviera mucha luz para dirigir con seguridad sus pasos en la construcción inquebrantable de su destino»».
Evidentemente, el libro puede cargar con toda la crítica que con anterioridad algún lector hizo a «Chwa Nima Ab»í¤j: Mixco Viejo», que es de donde se fundamenta este texto, pero debe decirse que esta tarea es saludable y beneficiosa para todos en cuanto provoca la revisión de las afirmaciones y sirven de estímulo para la comprensión de los hechos. Este libro no lo dice todo, no es una Biblia, ni compendia las verdades definitivas de la nación Kaqchikel, sino, a mi juicio, una aproximación a una realidad no siempre fácil de captar.
Paz Cárcamo deja entrever la dificultad de la tarea cuando afirma que es en «la tradición oral sostenida en las historias de los abuelos y abuelas en el idioma, la cosmovisión, las costumbres, la comida, el calendario, las ceremonia y la observación del cielo y la tierra» donde se encuentra el material para aprehender la identidad y proponerla en un libro como objeto de reflexión.
Sólo el tiempo dirá si tiene éxito la empresa acometida por los autores, pero el esfuerzo ya está hecho y las estrategias parecen ser un indicador de esa posibilidad. A eso apuntan los ejercicios del libro que, con las preguntas planteadas, pretenden dirigir la discusión para la interiorización del espíritu de lo narrado. Los profesores tendrán que hacer su parte y los padres completar la obra. Las circunstancias están preparadas, sólo falta ser testigos de lo que ocurre.
El autor escuetamente lo expresa así: «…este libro quiere con sus palabras, sus letras, dibujos, pinturas e ilustraciones abrir esas páginas de la historia oculta para que, ahora y en el futuro, nos sintamos orgullosos de nuestro pasado y de nuestro porvenir».
Si le interesa la obra puede pedirla a Cholsamaj. Teléfono (502) 2232-5959, 2232-5402.