El grito proferido desde la primera víctima late en cada hombre. Sin colores. Sin banderas.
Seguro que empezó siendo una idea, como todo. Luego se hizo trazo, pensemos en una curvatura trazada por un lápiz tenue. Una sucesión de puntos que poco a poco adquiriría forma.
Tal vez tenía claro que las formas que delinearía serían puntiagudas, como mejor podrían serlo para expresar esa realidad afilada causada por el dolor.
Doloroso sería porque así era todo lo que le rodeaba. Hace 75 años Pablo Ruiz Picasso, el artista malagueño, no tenía otra inspiración que la sinrazón de la guerra.
Entonces pintó el Guernica, el gran cuadro, aquel que mejor plasma la desazón que provocó el bombardeo de la ciudad vasca en plena guerra civil (26 de abril de 1937).
Se exhibió en París por primera vez, en la Exposición Internacional de 1937. Francia sería para Picasso el escenario pertinente para exponer el mensaje de la obra. El país galo fue, por entonces, su lugar de acogida.
En medio del convulso panorama de los años 30 en el que los totalitarismos se hacían con el poder en Europa, Picasso se refugió en la Francia resistente.
“No hay arte sin política”, defienden algunos curadores y artistas. Una frase nunca antes mejor dicha cuando se piensa en el panorama artístico de estos años.
Basta pensar que en aquellos tiempos muchos de los que trabajaban bajo los auspicios de las instituciones públicas se las arreglaban incluso para obstaculizar el desarrollo de las tareas que les habían encomendado.
Otros, que defendían la singularidad de la voz del artista, pusieron su talento al servicio de organismos gubernamentales o emplearon la publicidad como herramienta para llegar a las masas; los artistas demostraron que tanto el conformismo como el inconformismo estético podían desafiar o desbaratar el orden establecido. El arte, se demostraba, no resulta ajeno a la política.
El Guernica, como obra que simboliza claramente dicha relación, es el centro de la exposición ‘Encuentros con los años 30’ que tiene lugar en el Museo Reina Sofía de Madrid.
Una muestra que pretende propiciar un encuentro entre el visitante y la historia, para sacar a la luz lo que estaban haciendo los artistas en una década convulsa clave para entender los años que vivimos, resulta ser la mejor manera de celebrar los 75 años de este cuadro que trasciende y se convierte en ícono del siglo XX.
De ahí su grandeza, porque siendo una pintura sobre la Historia es una alegoría de la muerte, la guerra y el sacrificio humano, características que no ha dejado impoluta a la sociedad de todos los tiempos.
EL ARTE EXTREMO
La historia entre Picasso y el Guernica refleja la dualidad de sentimientos de la época. En los 30 el mundo económico, político y social se polarizaba. Los extremismos sacudieron las mentes y se apoderaron de los humanismos. El mundo totalitario se desataba contra el desgastado bando resistente.
Picasso era uno de los artistas de este último bando. Se enfrentó como mejor pudo, a través del arte que no es poco. Se unió a nombres como los de Federico García Lorca, Luis Buñuel y Rafael Alberti, quienes en plena Guerra Civil española no temieron al enemigo. Resistieron.
Por eso, hace 75 años, Picasso se decidió a desenrollar el lienzo de 3,50 por 7,80 metros que contiene su mejor grito de rebeldía. Lo hizo en París a manera de protesta contra la guerra que consumía a su país. Luego se negó a que su cuadro se exhibiera en España. Fue hasta el año 1981, cuando ya había pasado la dictadura de Franco, que el cuadro se trasladó a Madrid.
EL GRITO DE UN DUELO
Ahora resulta muy pertinente homenajear al Guernica, no sólo por ser el cuadro que es, sino porque bien sirve para representar el desgaste moral que vive el mundo actual, así, como si volviéramos a los años 30.
Puños en alto, espigas de trigo y otras imágenes muy reproducidas en aquella época desde la izquierda, hacen una reivindicación de las clases bajas que hoy es más que necesaria.
La exposición nos reúne con artistas como los realistas Siqueiros, Ben Shahn, Guston o Beckman, mientras que por el lado de la Abstracción nos presenta obras de Hans Arp, Moholy-Nagy, Josef y Anni Albers, John Cage, Merce Cunningham, Robert Rauschenberg o Joaquín Torres García. A estos nombres se unen en el recorrido los de Klee, Baumeister, Kandinsky, Calder, Mondrian o Hans Arp.
Y en medio de todos estos está él, como mejor puede estar, Picasso y su Guernica, que son uno solo, porque la obra ya no es tanto «su» cuadro o el cuadro de los años treinta; trasciende a la Historia, tal vez, trasciende hasta al propio Picasso.