Guatemala, pasado y presente


Oscar Enrique Alvarado S.

Existe una bella región geográfica de mi paí­s; se trata del antiguo Corregimiento de Acasaguastlán, fundado en 1551, llamado en aquel entonces Acazevastlán, llegando sus lí­mites a Rabinal, Cubulco, Salamá, San Agustí­n de la Real Corona, Magdalena, Chimalapa (hoy Cabañas), Uzumatlán, Zacapa y Gualán.


Para el estudio de este tema y de la Alcaldí­a Mayor de Amatique, podemos consultar las obras de Domingo Juarros, Tomas Gage, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán y otros más que iré señalando. Aunque la investigación de la estructura social y económica requiere de una profunda investigación en la documentación colonial existente en el Archivo General de Centro América, sobre pueblos de indí­genas, juicios testamentarios, onomásticos y otros temas.

Desde el inicio de la colonización fueron fundadas poblaciones de las que ya no quedan recuerdos, por ejemplo, Nueva Sevilla en 1544, en las márgenes del rí­o Polochic, por orden real sus pobladores tuvieron que abandonarla en 1548. Pocos datos tenemos de Amatique y Jocolo.

Es más conocida la fundación del puerto de Santo Tomás de Castilla, el 27 de marzo de 1604, según nos refiere don José Milla en su «Historia de la América Central». San Felipe de Lara es un castillo con su artillerí­a construido en 1646. A una considerable distancia de esta región, los ingleses se apoderaron de Roatán en Honduras, en 1642; podemos leer en un monumento en la población de Roatán que tiene una plaqueta que hace mención de la ocupación por los británicos. Piratas y corsarios atacaban las costas, así­ sucedió con el inglés Guillermo Parker, quien saqueó Trujillo, Francisco Drake en las costas del Sur de América Central, corsarios franceses invadieron Puerto Caballos. En 1684, algunos piratas atacaron las Bodegas del Golfo Dulce (Izabal).

El historiador Carlos Zamora, en su «Monografí­a de San Cristóbal Acasaguastlán», nos habla de la famosa Iglesia situada en esta población, construida por los padres mercedarios en 1654, siendo corregidor don Diego de Vitoria y Zapata; en la fachada observamos un hermoso Sol y decoración. Por más de 200 años, San Cristóbal fue la cabecera del corregimiento. En la vida religiosa de la época colonial hubo cofradí­as, cada una de ellas tení­an sus bienes de campo consistentes en potrillos, yeguas, caballas, mulas y reses.

Lawrence H. Feldman, investigador de los Estados Unidos, autor de la obra «Tasaciones y tributos de Guatemala 1549-1599», nos informa pueblo por pueblo sobre el número de indí­genas tributarios. í‰stos hací­an un gran esfuerzo para reunir su tributo en especie o en dinero. Algunos encomenderos españoles residí­an en su paí­s y se beneficiaban de tales riquezas. Hubo pueblos de indí­genas que tributaban directamente al Rey, pues eran pueblos realengos.

La investigación, afortunadamente, continúa; el autor Robinson A. Herrera tiene datos sobre nativos, europeos y africanos en Santiago de Guatemala. Como sabemos, el mestizaje fue fuerte.

El reverendo Ricardo Terga presenta valiosos datos en su libro «El valle bañado por el rí­o de plata»; podemos leer apellidos de los primeros colonos en el valle medio del rí­o Motagua.

De conformidad con la administración colonial, fue fundado el Corregimiento de Acasaguastlán, el que, además de todas las funciones que desempeñaba todo corregidor, también tení­a a su cargo vigilar el comercio desde la costa del Golfo Dulce -hoy Izabal-, a la ciudad de Santiago de Guatemala -hoy La Antigua-.

España en la plenitud de su poderí­o iniciaba la colonización en América, conocida en aquel entonces con el nombre de Indias.

Dos caminos que iban a los lados del rí­o Motagua se uní­an en Los Amates, de ahí­ al lago de Izabal, en las galeras eran guardias las mercaderí­as en espera de embarcaciones menores para Santo Tomás de Castilla, a donde llegaba la Flotilla de Honduras.

Desde la primera mitad del siglo XVI, hubo quienes acumularon fortunas como propietarios de recuas de mulas; así­ sucedió con Juan Palomeque, quien siempre residió en Agua Caliente. Contrató hombres de color para cuidar de los animales en aquellos polvorientos caminos, a veces verdaderos pantanos y lodo, según fuese la estación. El viaje llevando la mercaderí­a desde Santiago al Golfo, con sus respectivas esperas, podí­a durar hasta tres meses.

Así­ que debió ser toda una aventura salir de Santiago de Guatemala por Concepción o bien por Santo Domingo, pasar por pueblos grandes como Petapa, o bien observar el hermoso valle desde Pinula.

Lentamente, caminaban hombres y animales hasta llevar a Izabalito, luego el rí­o Dulce y el mar. Hubo piratas, asaltantes y fenómenos naturales que impedí­an el normal paso del comercio. Se hablaba de pepitas de oro que brotaban en Agua Caliente, pero nadie las observó.

Desde el inicio de la colonización se presentó el apremiante problema de construir caminos reales. Don Pedro de Alvarado se dio a la tarea de construir una flota de barcos en Acajutla. Para proteger las costas y el comercio fueron construidas fortalezas: San Felipe de Lara, San Fernando de Omos en Honduras, Purí­sima Concepción en Nicaragua, San Idelfonso en Costa Rica. Ferias de comercio fueron famosas como la de Portobello en Panamá.

Domingo Juarros presenta en su obra un mapa; ahí­ vemos las poblaciones de Gualán, Amates, Galeras de Izabal, la población de Nueva Sevilla que desapareció. Otro de los caminos subí­a por la montaña del Mico hacia Cobán.

Todo parece indicar que los indí­genas mayas dejaron poca huella en la región, la ciudad más cercana es Machaquilá rodeada por rí­os, numerosos centros ceremoniales dan muestra de aquella grandeza, con el conocimiento del cero. Existen indicios de otros pueblos: Choltí­, Toqueguas, Pipiles, Xincas y Pokomames. El territorio fue de ellos; sin embargo, con el mestizaje, la población nativa disminuyó.

Hubo ataques de piratas por Puerto Caballos y Santo Tomás. Fueron temibles Pie de palo, Diego el Mulato; el corsario Cocolen incendió el castillo de San Felipe.

Estancias de ganado, haciendas, reducciones de indí­genas, explotación de nativos mediante repartimientos, encomiendas de tributos, formación de pueblos, además de los que he mencionado, los de Rabinal, Morazán, Zanarate, Palencia, San Raymundo, en los que pasaban los caminos y los efectivos del comercio.

En medio de lo que en apariencia era quietud hubo despojos de tierras comunales indí­genas, malos tratos, esclavitud de los negros provocando que muchos abandonaran los pueblos y se trasladaran a lugares distantes. Las epidemias provocaron el fallecimiento de indí­genas; viruelas y sarampión, fueron las más temibles.

En ocasiones, hubo rebeliones en pueblos de indí­genas. La legislación ordenaba que no viviesen españoles en dichos pueblos para evitar abusos.

He tenido el privilegio de conocer algunos lugares de toda esta región; en una oportunidad, intenté quedarme y fijar mi residencia en Santa Rosalí­a Mármol en la Sierra de las Minas; observé las plañeras y cataratas imponentes. Lo mismo en Chilascó, las plantaciones de frutas en San Agustí­n Acasaguastlán. De la cabecera de Zacapa para Agua Frí­a, en donde están los bosques en las montañas. Un poco más lejos las cataratas de Guarequiche en Jocotán. He navegado en un pequeño barco desde Mariscos al Estor en el lago de Izabal, es una maravilla las aves que al volar a veces se acercan al agua y tocan con sus alas el espejo en donde se reflejan las nubes. Lo mismo en Rí­o Dulce y todo el encanto de lugares naturales en la hermosa Bahí­a de Amatique. He caminado hasta llegar a la fortaleza de San Fernando de Omoa con más de 80 cañones, el mar se alejó de las paredes del castillo. Jamás podré olvidar la isla de Roatán a donde llegué en un barco desde el puerto de La Ceiba, Aguateca y Dos Pilas.

Gualán, puerto fluvial sobre el Motagua que en otras épocas vio pasar la mercaderí­a que hací­a placentera la vida en Santiago de Guatemala y otros lugares. En sus calles se han dado hechos históricos.

Hugo un viaje inolvidable, desde Puerto Barrios a Livingston hasta la ciudad de Belice pasando por la isla de Placencia.

A cuenca del rí­o Polochic desde San Julián. Siento que me hace falta conocer mucho más a mi paí­s. Desde mi escritorio de maestro jubilado, miro con nostalgia y mucha pena, que todo ese pasado histórico y la riqueza natural no lo sepan apreciar nuestros gobernantes, dedicados únicamente a acumular fortunas y pasar a formar parte de las familias poderosas que viven en el lujo de los paraí­sos financieros, alejados de la quietud y felicidad que únicamente se obtienen navegando por el Rí­o Dulce y disfrutando de la presencia del Creador del universo.