La tremenda confrontación vivida por los guatemaltecos en la segunda parte del siglo pasado, con más de 200 mil víctimas entre muertos y desaparecidos, nos obligó justamente a unirnos al grito de ¡Nunca más! como parte del rescate de nuestra memoria histórica. Pero viendo las condiciones del país hay muchas realidades que nos deben hacer que esa frase sea una especie de clamor permanente en la vida del país porque son demasiadas las dolencias que debemos erradicar, empezando por la corrupción y la impunidad, pasando por la pobreza e inequidad.
Pero buena parte del problema tiene su raíz en lo que ahora vemos en la culminación de una campaña en la que han derrochado dinero los partidos políticos. Guatemala no debiera jamás volver a elegir un presidente con ese modelo de corrupción cantada que es la campaña política financiada por el capital tradicional, el capital emergente y el crimen organizado, todos persiguiendo el mismo botín, porque no hay que llamarse a engaño. Ninguno de los inversionistas apuesta por el país sino que lo hacen por sus propios intereses, por los negocios que pueden hacer si su candidato, al que apoyaron con recursos para ganar la elección, llega al poder.
En Guatemala las elecciones son una pantomima en la que el pueblo se convierte en fantoche que cree que decide pero que no tiene ni voz ni voto, ni vela en el entierro. El poder en Guatemala es de los financistas, para los financistas y por los financistas, siendo ellos los únicos que ganan cuando se produce un triunfo electoral.
La financiación pública de las campañas políticas se convierte en una obligación, una necesidad, porque es la única forma en que se puede romper esa dependencia de quienes son realmente los secuestradores de la democracia. Un financiamiento del Estado es imperativo, para fortalecer un verdadero sistema de partidos políticos y a partir de ellos el sistema democrático. Todo lo demás es simple negocio, es trinquete cantado, es aprovechamiento de los recursos públicos y, en resumen, asalto al botín que constituye el erario.
Esta campaña, en la que mandaron al chorizo los topes y controles, en la que se negaron a informar quiénes son financistas y en la que se gastó a manos llenas, tanto dinero de inversionistas como del mismo presupuesto del Estado en la más descarada y corrupta utilización de los fondos públicos que registre nuestra historia, es la muestra más evidente y patética de cuán poco importa el elector y cómo nuestra política depende del dinero que al final es el poderoso caballero que pone y dispone en la atribulada y empobrecida Guatemala.
Minutero:
Se termina la campaña
que reafirmó cuál es la maña;
aquí el que pone el dinero
es quien de verdad marca el sendero