Hace diez años, monseñor Juan Gerardi y Conedera celebró la Eucaristía, en memoria de Jesús, quien fue sacrificado por subvertir el orden establecido y que resucitó para esperanza del mundo. Durante el almuerzo y en horas de la tarde de aquel domingo, conversó con su característico humor y gran ánimo sobre la divulgación popular del informe del proyecto interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica. Habían transcurrido menos de 48 horas de su presentación pública, con el nombre Nunca Más, en la Catedral Metropolitana. Después de cenar con sus familiares, llegó a la puerta del garaje de su casa en la parroquia San Sebastián. Entre las 10 y las 11 de la noche del 26 de abril de 1998, su vida fue segada con una piedra. Tres días después, sus restos fueron inhumados en las criptas de la Catedral. Estaba próximo a cumplir 76 años.
Hoy debemos recordarlo por su vida y no sólo por la forma brutal en que fue asesinado. Nieto de un emigrante italiano, nació en la ciudad de Guatemala en 1922. Durante 52 años ejerció el ministerio sacerdotal; fue obispo de las Verapaces de 1967 a 1974, y de Quiché de 1974 a 1980. La última diócesis debió cerrarla y salir al exilio, tras el asesinato de tres de sus sacerdotes, Misioneros del Corazón de Jesús, y luego de sufrir un atentado contra su vida. A su retorno, ejerció como obispo auxiliar de Guatemala y vicario general de la arquidiócesis, de 1984 hasta su muerte, además de desempeñarse como coordinador general de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (ODHAG). En todo ese tiempo se esforzó porque la palabra saliera de su silencio doloroso.
Lo perdieron quienes se dedican a propagar el dolor, la mentira y el engaño. Si su rostro fue deformado con una piedra, en su testimonio de vida resplandece el rostro de Dios. Esta tarde hay que recordarlo sin lamentarnos, pues una vida dedicada a la búsqueda de la verdad fue plena. De lo contrario, más bien lamentaríamos nuestra falta de compromiso con la Palabra que nos hace libres.
En una homilía de hace diez años, monseñor Gerardo Flores vislumbró la permanencia de su ejemplo: «Juan, Juanito, como te llamábamos nosotros, tu sacrificio no ha sido en vano. Gracias a él, un buen día -ojalá más pronto que tarde? todos nosotros vamos a poder trinar, a poder cantar, a poder gritar: Guatemala, Guatemala, ¡Nunca Más!».