Guatemala: el ring internacional y nacional


La percepción de inseguridad va en aumento. Es en efecto el talón de Aquiles. Pero lo que no se quiere admitir o a propósito se desea orientar en otra dimensión es el hecho de que nuestro paí­s, desde hace ya un poco más de una década se ha constituido en el ring tanto nacional como internacional, de una confrontación cuyos «luchadores», con «máscara o sin máscara, de cabellera o sin cabellera», tienen un sinónimo común: ser enemigos de la ley y el orden. «Ellos» imponen su propio «orden» y pareciera que nos encaminamos a admitir su propia «ley».

Walter del Cid

Las prisas que predominaron en 1996 para suscribir un tipo de «paz», también encaminaron nuestro paí­s a otro tipo de fragilidad: la desfragmentación del Estado. De la dicotomí­a se pasó a la pulverización y de ésta a la atomización hasta hacerle disfuncional, casi inservible. Los corifeos de entonces le llamaron «desincorporación».

Si la voracidad del capital nacional e internacional hubiese recapacitado (¿!..¡?) quizás la crisis del capitalismo mundial no hubiese permitido que la polí­tica del «shock» se impusiese. Ahora encararí­amos con cierta «unidad nacional» al verdadero, o verdaderos enemigos de la democracia y el desarrollo. Al enemigo real. Y estos «luchadores» que se imponen tal cual el espectáculo en el cuadrilátero, no tendrí­an el ring a su antojo.

Pero hoy, eso es cosa del pasado. El futuro está allá o allí­, con sus propios desafí­os y los afanes con los que se intenta superar la crisis de gobernabilidad. La crisis, la otra crisis que siempre nos aprisiona: la del cortoplacismo, la de la inmediatez. Aquella que nos lacera con sus í­ndices de precariedad: el analfabetismo, la desnutrición crónica, las tasas de mortalidad infantil y mortalidad materno-infantil, el regateo del salario «mí­nimo», que pareciera que es el máximo, el desempleo y las faltas de equidad y de oportunidades para las mayorí­as. Todas sin excepción, son secuelas de una polí­tica de exclusión, de marginación, de opresión. Todas sin excepción, son propias de una conducción del Estado que ha fingido hipócritamente ser democrático.

Que ahora es más de lo mismo, bueno, discutamos el fondo, luego entremos a ahondar en la forma y no al revés. De la apariencia es de lo que más hemos recibido dosis de juicios y valores. Por lo tanto subjetivos. Por lo tanto sesgados. Entonces, tal vez, también equivocados.

Y en tanto esos «luchadores» se apropian de nuestras ancestrales concepciones de convivencia. Vemos por doquier que hacer dinero «fácil» al tenor del tráfico de drogas, de la corrupción y otras aberraciones sociales como la trata de personas como mercancí­as y el contrabando, se han constituido en los baluartes colectivos que se imponen, son parte de las expresiones del verdadero o verdaderos enemigos de la paz, la justicia, el desarrollo y la DEMOCRACIA. Y tal no es exclusivo de lo público.

Nuestra posición geopolí­tica habrí­a sido, puede ser, una importante condición para generar desarrollo y oportunidades. Hoy, lamentablemente, lo que poseemos es una precaria capacidad de respuesta y una í­nfima posibilidad de reacción frente al conflicto que auspicia otro tipo de «poderosos luchadores» del territorio aún llamado nacional. Los hechos abundan. Las citas pueden ser ociosas. La percepción es obvia y la impotencia lacera nuestro juicio. Opaca nuestros anhelos y limita nuestros sueños. El Estado pierde. La sociedad se «acostumbra» y el crimen «organizado» internacional se impone al «nacional». Vaya atrofia de la globalización. ¡Que viva el mercado! Y sus premisas por ausencia de regulaciones. Aquí­ en la tierra de «nadie» que fuera del Quetzal, éste simplemente voló.

Guatemala: el ring internacional y nacional. La arena de una lucha en la que como en el pasado, las familias ajenas son las que aportan las ví­ctimas de esa cotidianidad que llamamos «ola de violencia». Hoy como ayer la vorágine de sangre nos sigue sumergiendo en el dolor, la miseria e incertidumbre.