He asimilado que un poeta es una escoria comparado con un soldado al involuntario servicio de un funcionario, un general, magnate, terrateniente o político; sobre todo cuando hace un par de años cientos de personas decentes vestidas de blanco lo expresaron por medio del plagio en una pancarta: Gracias a los soldados y no a los poetas es que tenemos libertad.
Además, un poeta a veces es como un niño recién nacido que es no útil para algo, como recuerda alguien que preguntó una vez ¿Para qué sirve un bebé? Esas expresiones me condujeron a dejar abandonadas en una gaveta, también inservible, papeles que se tornaron amarillentos en el transcurso de los años, que contienen intentos, sólo amagos, de poemas, y que fueron escritos para expresar mi desconsuelo, frustración y quizá leves esperanzas plasmadas en otros textos.
Allí están, olvidados, pero en estos días que vienen a mi memoria las intimidaciones, el intento de secuestrarme, la muerte de parientes, amigos, compañeros, obreros, mujeres, niños y ancianos campesinos, me atrevo a publicar unos fragmentos, propios de páginas culturales, a sabiendas que las palabras, según afirman los hombres y mujeres correctos, no sirven para nada, ni siquiera para recordar el pasado.
Pero como también tengo la convicción de que lo que escribo no es para complacer a alguien en particular, sino para responder al llamado de mi conciencia, que es más profunda y vertical –digo, pues- que las declaraciones de exquisitos intelectuales (¿?) derechistas llamados “guardianes de la paz”, insobornables, leales, talentosos y que siempre serán recordados por su fidelidad y patriotismo.
A sabiendas que no soy poeta sino periodista, las siguientes líneas pretenden ser un poema escrito en el año que se indica, conjuntamente con otros frustrados e inéditos textos. Lo titulé“Guatemala 1980”: Muchos tenemos miedo por lo que decimos / y lo que dejamos de hacer /; miedo de caminar a solas en la calle / y de abrir las puertas de la casa /, porque pensamos o tememos / que nuestra sangre pueda salpicar / la pequeña estatura / de los que se aferran de la diestra de Dios.
Ya no hay sitio en estos días / dónde ocultar la amargura que nos deja / el cadáver macilento / que encontramos tendido / en la borrascosa superficie del periódico /. Sin duda alguna / para evitar el agujero / que apesta a pólvora / tenemos que cantar en secreto / y decir en voz baja / la ofensiva ansiedad de la protesta. / Comemos el pan de hoy / y arrebatamos la tentativa del mañana / antes de que el pánico se adelante / a la hora cabal de nuestra muerte /. Tenemos miedo, es cierto /, hasta de hablar de nuestro propio miedo.
Pero el pan no debe comerse entero / si al lado nuestro y muy callada / hay una boca sin probar mordisco / desde el génesis del alba / o quizá antes de que se pusiera el sol / del día precedente.
Nuevamente hoy mi voz cayó ametrallada / por los impactos que segaron la vida / de un hombre sin nombre /, con dos brazos y dos piernas / pelo lacio y nariz aguileña. / Sin embargo /, por la forma como fue eliminado / por sujetos que vestían de verde olivo / pudo haber sido el emblemático padre de mil niños / que buscan un bocadopara su hambre /, con la mano abierta / y una tenue luz en las pupilas de sus tristes ojos empañados.
Estoy aquí /, amada Patria Guatemala /, dispuesto a entrar en tu silencio / para decir despacio / las suaves letras de tu nombre.
(El resentido Romualdo Tishudo cita al subversivo Quevedo, que conste:-Donde no hay justicia es peligroso tener la razón, ya que los imbéciles son mayoría).