Guatebuena


í‰rase una vez un pueblo muy chico que quedaba exactamente en la mitad del mundo, en el centro geográfico del globo aunque en esa época nadie lo sabí­a con esa precisión. Quizá esa fue la razón por la cual todo quedó apretado en este pedazo de tierra, y de ahí­ la razón de las cadenas de montañas y volcanes, selvas y desiertos, playas y costas, lagos y rí­os; haciendo que quedaran juntos muchos recursos naturales cual paraí­sos en el mismo lugar; quizá por eso la primavera fue el clima que pudo atender las necesidades de tanta riqueza reunida, ni muy frí­o ni muy caliente. Este pueblo de tesoros únicos reuní­a también la contradicción en el seno de su conformación, desde el momento de ser descubierto por seres del otro lado del mar que advirtieron el potencial aglutinado en un solo sitio. Grandes contingentes de los que se llamarí­an colonizadores llegaron por barcos y empezarí­a de esta manera la expoliación de todo cuanto estuvo a la vista. Los habitantes originales de Guatebuena resistieron cuanto pudieron, pero el avasallamiento de los que llegaron no sólo tuvo armas para la dominación sino también religión católica y más tarde encomienda, formas todas de asimilación; con el tiempo esa imposibilidad de terminar con el habitante original se convirtió en racismo y fue adquiriendo formas sutiles y perversas de discriminación.

Julio Donis

Pasó el tiempo y los colonizadores de Guatebuena, romperí­an el lazo con Corona, lugar situado en la Pení­nsula Ibérica desde donde se construyeron los planes de dominación; se formó entonces la aristocracia colonial sobre la base de familias que alardearí­an la pureza provenida del origen; eso serí­a el origen de lo que se llamarí­a después la oligarquí­a, llamada así­ porque su acción dominante sobre los recursos de este paí­s, los llevarí­a a monopolizar el aprovechamiento de los mismos hasta convertirlos en un grupo de negociantes que hací­an con su ejercicio, que todo dependiera de su facultad. Con el paso del tiempo, surgirí­an otros grupos con las mismas ambiciones, algunos sirvientes de los primeros, y otros con recursos menores, pero con la ambición emulatoria sobre los primeros. La historia de Guatebuena se puede sintetizar en la lucha por este territorio apretado de riquezas varias, que hizo crecer hasta dimensiones descomunales la ambición de un grupo de negociantes, que a costa de cualquier cosa, se ha impuesto por mantener este territorio como en el origen, un lugar suyo por derecho de conquista en condiciones de finca. Esa batalla por Guatebuena ha llevado a desarrollar los más oscuros métodos y correlaciones entre oligarcas y nuevos ricos que distinto pelaje; entre los llamados tradicionales de abolengo monopólico y los emergentes negociantes. Los primeros reclamarán siempre su estúpido pedigrí­, noción de estirpe que alimenta su superioridad y a la vez sus valores prepotentes, mismos que son aspirados por la medianí­a que duerme el sueño de los inocentes útiles para el plan oligarca. Los segundos más versátiles aprovechan la impunidad para mover sus negocios entre los rescoldos de la impunidad.

Hoy dí­a, Guatebuena ha cambiado su nombre y se llama Guatemala, un lugar de extraño atractivo que mantiene esa desconcertante explosión de la naturaleza que a la vez guarda en un mundo paralelo, las historias más degradantes y terribles en términos de humanidad e injusticia. Este paí­s no logrará superar aquel pasado que lo ata porque en el presente se recrean y mantienen las más deplorables acciones contra la vida y la verdad, con tal de mantener aquel orden establecido, dichos grupos pero especialmente los oligarcas, han emprendido una de sus batallas más importantes porque su propuesta ideológica ya no soporta más la contradicción que quedó expuesta por la acción torpe, de la que fueron autores varios de sus huestes; para tal efecto hay una alianza táctica con sus competidores emergentes. Este es el escenario que enfrentan actores externos. Guatemala se ha convertido en un laberinto que será reclamado por el animal que se defenderá con uñas y dientes, al punto de hacer alianzas con otros depredadores con tal de mantener su riqueza.