Con motivo de los 16 días de activismo que se llevaron a cabo por el Día Internacional para la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres, conmemorado el 25 de noviembre, Guadalupe Cárdenas, activista mexicana con relevante trayectoria en la defensa de los derechos de las mujeres, e integrante de la Red de Mujeres Mexicanas, que además trabaja con el fin de perfilar el feminicidio como crimen de lesa humanidad nos comparte sus experiencias.
¿Qué avances se han logrado en México en el combate de la violencia contra las mujeres?
La Ley para el Acceso a una Vida Libre de Violencia para las Mujeres es una ley marco (no federal) que ha permitido al movimiento feminista hacer un trabajo de incidencia y cabildeo con los congresos locales para promover su aprobación en cada estado de la República Mexicana. Esta ley tipifica el delito de feminicidio como un delito de lesa humanidad y también se reconocen otros tipos de violencia como la violencia institucional, la violencia comunitaria y la violencia patrimonial. Antes de la aprobación de la ley se creó una comisión en el Congreso para investigar los feminicidios, no sólo en Ciudad Juárez, sino en todo el país. Esta ley es muy importante porque contempla la capacitación y formación en perspectivas de género de funcionarias y funcionarios públicos.
La Ley para el Acceso a una Vida Libre de Violencia para las Mujeres se aprobó gracias a un grupo militante de diputadas en el Congreso. ¿Cuántas diputadas hay en el Congreso y qué influencia tienen?
La proporción de mujeres en el Congreso es muy baja. En México se aprobó una ley para garantizar por lo menos un 30% de diputadas en el Congreso, pero los partidos políticos lo tomaron como un tope. En cada estado de la república varía ese porcentaje, pero siempre es más bajo del 30%. Las diputadas han tenido un trabajo de mucha incidencia y la ley fue un trabajo coordinado de las diputadas de todos los partidos.
¿Qué partido ha dado el mayor respaldo a esta iniciativa?
El PRD. Marcela Lagarde, quien fue diputada federal del PRD, es la que más ha impulsado esto al interior del Congreso. Fue ella quien empezó a hacer este trabajo de cabildeo con las diputadas.
¿En qué se asemeja y en qué se diferencia la violencia contra las mujeres en México y en Guatemala?
Las diferencias son sólo formas de expresión cultural. Compartimos el hecho de que el problema está en aumento a pesar de que llevamos décadas de trabajo contra la violencia, no sólo en cuestión del número de casos sino en las formas de crueldad con la que se cometen los asesinatos. La violencia cada vez se expresa en una manera más brutal. En los dos países compartimos la gran impunidad jurídica y social alrededor de los feminicidios. No sólo es una impunidad generada en las instancias que imparten y administran la justicia. También hay una impunidad social en donde se responsabiliza a las mujeres de la violencia, argumentando la calidad moral de las mujeres. Se dice que ellas lo provocaron porque se dedicaban a tal actividad o se vestían de tal manera.
¿En qué estriban las diferentes formas de expresión cultural entre ambos países?
En México todavía no se han asociado los feminicidios con las pandillas, mientras que en Guatemala los feminicidios están muy asociados con la existencia de pandillas.
¿Hasta qué punto es el feminicidio el resultado de la misoginia?
La misoginia es el miedo y el odio hacia las mujeres. Esta misoginia tiene como marco todo un sistema de corte patriarcal. Las manifestaciones patriarcales en la sociedad, que no todas son misóginas, están generando los feminicidios, es decir, lo patriarcal del estado, la impunidad.
¿Qué lecciones se pueden aprender en Guatemala de la lucha contra el feminicidio en México?
Se puede aprender mucho de este trabajo en legislación. En México contamos con dos leyes, la ley de igualdad entre hombres y mujeres y la ley para el acceso a una vida libre de violencia. Estas dos leyes nos permiten la construcción de un paradigma de justicia, de igualdad en las leyes. Es importante la creación de nuevos paradigmas, generar nuevas leyes, no sólo reformarlas.
¿Es importante compartir experiencias?
En México y Guatemala cada quién hace sus investigaciones, tiene sus datos y no los comparte con nadie porque todo el mundo quiere ser la estrella y buscar el protagonismo. Esa investigación no sirve de nada porque no tiene un impacto en la generación de políticas públicas con una perspectiva de género. Compartir experiencias es muy importante para optimizar tiempo, energía y recursos.
¿Cómo ve el movimiento feminista en Guatemala?
Estamos igual de estigmatizadas. Hay mucho recelo y mucho rechazo hacia el movimiento feminista en ambos países. Nadamos contra la corriente. Como no somos consideradas interlocutoras, no escuchan las propuestas que surgen de nosotras. Estamos trabajando con muy pocos recursos ya que no hay presupuesto destinado al trabajo que hacemos y pocas posibilidades de establecer alianzas políticas.
¿Qué impacto han tenido los días como el 25 de noviembre y el 8 de marzo, en cuestión de visibilizar los problemas y lograr cambios?
Las acciones que se realizan a nivel mundial en esta agenda feminista han logrado incidir en la generación de una opinión pública diferente. Hemos incidido en el discurso. Ahora se considera políticamente incorrecto hablar en contra de los derechos de las mujeres. Todo el mundo te habla a favor de los derechos de las mujeres, de la igualdad de género. Ese cambio en el discurso ha sido gracias al movimiento feminista.
¿Cuál es la verdadera importancia de ese discurso? ¿Hasta qué punto no se ha quedado en retórica?
Hemos llegado a cambiar el discurso, pero las relaciones no han cambiado. Siguen habiendo relaciones de subordinación de las mujeres, relaciones de violencia y de ejercicio de un poder masculino. Hay hombres que tienen un discurso muy progresista en el tema de los derechos de las mujeres pero que establecen relaciones con las mujeres que siguen reproduciendo desigualdad y violencia. Algo que hemos logrado es generar instancias internacionales y nacionales para visibilizar la problemática que vivimos y las posibles soluciones. En cuestión de la violencia feminicida hemos logrado cambiar el discurso de «las mujeres son culpables» a «las mujeres acusamos al Estado.»
¿Cree que la cooperación y las ONGs han cooptado el discurso feminista?
Ha habido una cooptación del discurso feminista y también una incorporación del discurso feminista real. En la cooperación encuentras todo tipo de posiciones. Hay algunas muy feministas, otras muy patriarcales. Hay agencias de cooperación que han financiado programas y proyectos que contribuyen a construir una igualdad de género pero hay agencias de cooperación que están restando el contenido político a la propuesta de género, están despolitizando esta propuesta y hacen mucho daño porque financian proyectos que supuestamente tienen una perspectiva de género, sólo porque incluyeron a las mujeres, pero las incluyeron en las mismas condiciones de subordinación de siempre.
¿Cómo se puede abordar el tema de los derechos de la mujer en una manera que respete los valores de la cosmovisión maya?
Tenemos que incorporar una perspectiva de clase, de etnia, de edad y de preferencia sexual. Si decimos que para incorporar una perspectiva de género se tiene que tomar en cuenta a las mujeres, y que las mujeres tenemos que impulsar los cambios referentes a nosotras mismas, en el caso de comunidades indígenas es lo mismo. Las soluciones no están afuera de esa población sino dentro de ella. No podemos trabajar con poblaciones indígenas sin haber afrontado nuestro propio clasismo y nuestro propio racismo.
¿Cómo se puede hacer una labor de incidencia en los pueblos indígenas sin imponer ideas ajenas a la cosmovisión maya?
Las activistas llegamos con un discurso occidental, ajeno a esas culturas y hacemos un intercambio de reflexiones. Hacemos un análisis de la realidad y ellas hacen el suyo, hay un intercambio. Se ha dicho que las feministas estamos yendo a alterar la culturas indígenas y nosotras asumimos que hemos ido a introducir nuevas formas de ver la realidad ajenas a la cosmovisión indígena pero también la Coca Cola, los tenis Nike y los pantalones de mezclilla que han sustituido a la ropa tradicional en las comunidades indígenas han entrado a las comunidades con una visión diferente de la realidad. Las comunidades indígenas deciden qué incorporan en su cultura y qué no. Las culturas no son estáticas, se están transformando constantemente con cosas de afuera.
¿Qué han aprendido ustedes como feministas urbanas de ese contacto con las mujeres indígenas?
Hemos descubierto cómo reproducimos relaciones racistas y clasistas con las compañeras indígenas, hemos generado relaciones de dependencia de ellas hacia nosotras, tenemos relaciones jerárquicas y eso es algo que estamos cuestionando mucho para transformar nuestra relación con ellas.
¿Dónde se sitúa el movimiento feminista en México en relación a otros movimientos sociales? ¿Existe un frente amplio en el que todos los movimientos convergen?
Las feministas estamos en todos los temas de la agenda social. Para nosotras es muy importante luchar contra políticas públicas que violen nuestros derechos como ciudadanas en general. Las feministas siempre estamos allí con nuestras propuestas de género, pero la agenda feminista no está en todos los otros movimientos sociales. Ese es el problema. Las feministas tenemos un entendimiento integral de las luchas, pero los otros movimientos no se acercan y no incorporan la perspectiva de género.