Grupo Beta: ángeles guardianes para emigrantes en frontera con EE.UU


Una carta escrita por un emigrante antes de morir en el desierto es una de las herramientas que usa la organización mexicana Grupo Beta en su intento por persuadir a las personas a no arriesgar la vida cruzando la frontera entre Sonora (norte) y Arizona, Estados Unidos.


«Me llamó Arturo Gómez C., el traficante nos engañó, dijo que sabí­a mucho, pero al final era negativo, éramos 14, todos no aguantamos. Adiós», se puede leer aún en una hoja arrugada, encontrada hace ocho años junto a los cuerpos de 14 emigrantes muertos en el desierto.

El año pasado 182 mexicanos murieron tratando de cruzar la frontera por el desierto entre Sonora y Arizona, lleno de peligros y con una fuerte vigilancia de la patrulla fronteriza estadounidense.

En 2008, los muertos fueron 169, según datos mexicanos.

México puso en marcha en 1990 al grupo de socorro Beta, cuya función es proteger a casi medio millón de migrantes nacionales y extranjeros que anualmente intentan llegar a Estados Unidos, por inhóspitos accesos, muchas veces poniendo en riesgo su vida.

«Nos sentimos halagados de ser los únicos en el mundo. México es el único paí­s que tiene grupos de protección a migrantes que son del gobierno», dice a la AFP Enrique Enrí­quez, coordinador del Grupo Beta de la ciudad de Nogales, uno de los 16 desplegados sobre las dos fronteras terrestres del paí­s.

Su labor es orientar e informar a migrantes sobre sus derechos, además de rescatar a heridos y extraviados. Aunque formalmente dependen del Instituto Nacional de Migración mexicano, su función no incluye el control de migrantes, tarea que ejercen los agentes federales de migración.

Su cometido es hacerles desistir de cruzar, pero en muchos casos no lo logran; por eso Enrí­quez les informa lo que deberí­an hacer sin son capturados por la «migra»: la patrulla fronteriza de Estados Unidos.

«Pongan las manos en la cabeza, protejan su integridad», porque les pueden disparar, advierte. Las familias deben permanecer juntas «no se separen porque, luego, a la hora que sale la «migra» todos corren, cuando menos se dan cuenta ya se llevaron al niño y para recuperarlo pueden pasar meses», añade Enrí­quez, mientras reparte folletos a una familia con hijos.

A las penurias del desierto se suman los robos y engaños de traficantes de personas y los secuestros que sufren del lado mexicano, mientras los migrantes que logran cruzar a Estados Unidos enfrentan nuevos retos.

La semana pasada entró en vigor en forma parcial la ley SB1070 de Arizona, sin las disposiciones que en la práctica hací­an que por primera vez se declarara la inmigración ilegal como un delito estatal en EEUU.

Esa ley, acusada de tener tintes racistas, es rechazada tanto por el gobierno de Barack Obama como por grupos de defensa de hispanos y numerosos paí­ses de América Latina.

A ello se suma el despliegue, iniciado el domingo, de 1.200 efectivos de la Guardia Nacional estadounidense en la lí­nea fronteriza, para apoyar tareas contra la droga y el tráfico de armas.

Como un zorro en el desierto, Enrí­quez habla mientras maneja con la vista puesta en las montañas. Escudriña sitios donde son comunes los asaltos contra los migrantes; sigue el rastro de ropa y objetos que dejan en el camino, y chifla en las cañadas para no asustar y ofrecer ayuda a los heridos entre las rocas.

Entre la escasa vegetación, los migrantes se mueven sigilosos para evitar ser detectados por la patrulla fronteriza que vigila del otro lado.

Los agentes del Grupo Beta sacan semanalmente decenas de personas deshidratadas, atacadas por animales, con los pies llenos de llagas. También se encargan de buscar cadáveres.

En Nogales, atienden unos 50 casos diarios en el verano, que en la temporada de menor calor aumentan a cuatrocientos.

Muchos de ellos son migrantes que ya fueron deportados sin recursos para regresar a sus ciudades o paí­ses de origen.

Los agentes del Grupo Beta los llevan a albergues y comedores comunitarios y les ayudan a conseguir un pasaje.

A esta oficina, ubicada casi frente al muro levantado para dividir a las dos ciudades gemelas de Nogales, la estadounidense y la mexicana, no llegan historias felices.

Ancianos o mujeres embarazadas con hijos pequeños; jóvenes deportados que han vivido casi toda su vida en Estados Unidos y regresan a un paí­s que desconocen; hombres y mujeres cuyas familias quedaron al otro lado: miles de retos de un sueño americano, que para ellos no llegó a concretarse.