Gran abismo entre lo banal y lo sustancial


Eduardo-Villatoro-WEB-NUEVA

Hace varios años, un médico amigo mío fue candidato a un cargo de elección popular, que no ganó; pero como premio de consolación los dirigentes del partido político que lo postuló, que sí triunfó a escala nacional, le concedieron un puesto de tercera línea en cierta institución gubernamental.

Eduardo Villatoro


Cuando asumió sus nuevas ocupaciones lo instalaron en un pequeño salón acondicionado con un sillón, una silla y un escritorio sobre el cual permanecía indefenso el monitor de la computadora puesta a su disposición.
  
Mi amigo no sabía lo más elemental relacionado con el manejo de un simple ordenador cibernético. Se sentó frente a la pantalla, se le quedó viendo fijamente, oprimió uno que otro botón al azar, sin resultado alguno. Entonces optó por cerrar los ojos, rascarse la cabeza y susurrar una plegaria. El milagro se hizo: apareció un empleado que le enseñó prontamente los rudimentos del uso del equipo.
   
De ese incidente me recordaba el miércoles anterior cuando, después de varias intentonas mi ordenador no respondió a mis denuedos para que funcionara. Llamé a mi vecino Marco Vinicio Solares, el técnico que me auxilia en estos menesteres y mientras llegaba estiré las piernas y me crucé de brazos un tanto exasperado porque me urgía enviar documentos por esa vía, incluyendo mi artículo del día siguiente a La Hora.
   De repente timbró el teléfono fijo. Era mi amigo y colega columnista Leonel Guerra Saravia, médico de profesión, coincidentemente. Después de los saludos de rigor y al preguntarle sobre su familia me contó que hace alrededor de año y medio su esposa Gloria había estado padeciendo de presión alta moderada; pero dos meses después recibió de improviso el telefonema de un fiscal del Ministerio Público que sin  preámbulo la conminó ásperamente a presentarse de inmediato a esa institución, amenazándola que si no lo hacía sería conducida debidamente esposada por agentes de la PNC.
  
Apenas logró hablar con su esposo esbozándole lo ocurrido y cayó al piso desmayada, víctima de un accidente cardiovascular del hemisferio izquierdo (derrame cerebral). Quedó parapléjica, pero lentamente, con el apoyo de médicos especialistas, ha ido recuperándose, aunque no ha recobrado el habla; y todo como consecuencia de la infundada denuncia de un inescrupuloso hermano suyo que quiere apropiarse de un pequeño inmueble rural que la señora sexagenaria heredó y posee desde hace 40 años, y por la  exageradamente grosera conducta del fiscal aludido.
  
Procuré alentar a Leonel. Le dije que con mi familia rogaríamos a Dios por la salud de su esposa, y nos despedimos.
  
Pensé en lo ingrato que soy. Estaba molesto por una computadora descompuesta, mientras mi querido amigo sufre por la enfermedad de su amada compañera de hogar. Es abismal la diferencia entre la trivialidad del desperfecto de un aparato, frente al tormento, la angustia y la impotencia de un médico para lograr la pronta recuperación total de su esposa.
 
 (Con Romualdo Tishudo de testigo le supliqué al Creador que  perdonara mi exacerbación y que cubriera con su manto de misericordia a Leonel y Gloria).