González señalado por el pecado menor


No sé por qué razón, pero desde la primera vez que vi una fotografí­a de Alberto González se me hizo como la imagen latina del Tí­o Tom, pero los hechos me han confirmado que se trata de un latino servil que supera con creces el comportamiento que se le atribuye al personaje de la novela de Harriet Stowe. Y digo que con creces porque el sometimiento abyecto del Tí­o Tom era en cierto sentido personal, mientras que el que ha tenido Alberto González, actual Secretario de Justicia de los Estados Unidos, ha tenido efectos muy serios para otros seres humanos, sobre todo los que han soportado las torturas que encontraron en un dictamen suyo el fundamento legal porque recomendó a Bush mandar al chorizo la Convención de Ginebra sobre el trato de los prisioneros de guerra.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Se ha dicho que Guantánamo, como cárcel para refundir a cualquiera sin derecho a juicio, es la obra más importante de Alberto González, hijo de inmigrantes que se ha convertido en testaferro al servicio de esa trinca formada en su momento por Bush, Cheney y Rumsfeld. Y hoy que su testimonio sobre el despido de varios fiscales federales será escuchado en el Senado, lo que posiblemente dé lugar a acciones legales en su contra, hay que destacar que está siendo juzgado y criticado por el menos importante de sus actos administrativos que, según algunas publicaciones, debiera ser apenas una nota al pie de página en el análisis histórico que se haga del impacto que tuvieron sus borradores recomendando el abuso en el ejercicio de la autoridad presidencial en los Estados Unidos.

Luego del caso Watergate, en Washington se adoptaron ciertas medidas para limitar el poder ejecutivo del Presidente y se trató de restablecer el equilibrio de los pesos y contrapesos con el poder del Congreso. Pero el 11 de Septiembre del 2001 significó una tenebrosa vuelta al pasado, cuando se planteó en el marco de la guerra contra el terrorismo el otorgamiento de facultades especiales y excepcionales a favor de uno de los presidentes menos competentes en la historia de los Estados Unidos. Y el fundamento legal, si es que así­ se le pudiera llamar a los argumentos contenidos en una sucesión de dictámenes, es producto de la mente de esta nueva especie de Tí­o Tom que se llama Alberto González, latino que en mala hora descolló bajo la sombra de su padrino George Bush, quien se refiere a él como «mi abogado», usando la expresión en español.

El dí­a que se juzgue con propiedad a Alberto González no tendrá que ser por la destitución de los fiscales federales sino por su papel controversial en todo lo que ha sido el marco legal de la guerra contra el terrorismo, incluyendo el trato a los prisioneros pero, sobre todo, la violación de los derechos civiles mediante ordenanzas para facultar al FBI, la CIA y la NSA a espiar a cualquiera violentando el derecho a la privacidad de las comunicaciones.

Debe recordarse que en Estados Unidos la escucha telefónica y la intercepción de comunicaciones sólo podí­an darse mediante orden de juez. Allá, no como en Guatemala, para espiar a alguien habí­a que documentar seriamente por qué la autoridad consideraba que era necesario intervenir sus comunicaciones, pero este latino con alma servil escribió argumentos que fueron usados por las agencias de espionaje para pasarse la Constitución de los Estados Unidos por el arco del triunfo.

No hay peor cosa que un arribista que con tal de quedar bien con su jefe, con el hombre que lo encumbró a posiciones que nunca soñó, manosea principios y hasta los mandatos constitucionales para irlos acomodando al gusto del amo. Si la figura del Tí­o Tom está intrí­nsecamente asociada con la del amo, la de Alberto González siempre lo estará a la de Bush.