Doña Lidia vende dulces y otras golosinas en una pequeña tienda ambulante que ubica cada mañana frente a uno de los edificios de la Universidad de San Carlos; la última vez que platiqué con ella pude observar que sus manos tienen apariencia áspera, como su sonrisa.
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Recién se había enfrentado al mal carácter e imprudencia de un estudiante que le escupía palabras de regaño por un inconveniente insignificante; sin duda un efecto de vivir en una sociedad hostil.
Así que la inmadura e insensible actitud del estudiante (le reclamaba, a gritos, que el precio de una galleta no era correcto y le exigía que le devolviera su dinero) nos hizo quedarnos un momento a conversar de todo un poco; y al fin, la plática llegó al punto que le provocaba tristeza y distracción: su hijo es objeto de amenazas de muerte.
Entre lágrimas y con la voz cortada, doña Lidia narró la situación de su hijo menor, el cual como cualquier joven en pleno ejercicio de sus derechos, se enamoró de una mujer de su edad y de su barrio; lo que jamás imaginó es que ello podría valerle la muerte.
Su nombre es David y no tiene mucho más de 24 años; vive en una zona de esas que la Policía califica como «Roja», el joven debió dejar de estudiar para trabajar y aportar algo de dinero a su hogar.
Meses atrás conoció a Marta, a quien vio por primera vez en una parada de buses cuando ambos iban a estudiar. Al parecer la joven también se sintió atraída por David y poco a poco, ambos fueron abriendo esa ventana por la que suele ir entrando el amor.
Doña Lidia se abrió a ese sentimiento de frustración y me narró que en la medida que su hijo iba acercándose y enamorándose de Marta, las amenazas en su contra empezaron.
Una noche David llegó sangrando y con varios golpes en la cara, su madre, preocupada, le sanó las heridas y lo cuestionó sobre qué le había sucedido; el joven sin la intención de preocuparla le explicó que había sido objeto de un asalto, Doña Lidia no le creyó.
Poco a poco David se iba cohibiendo; hasta que sin dar explicación alguna decidió encerrarse en su cuarto y no volver a salir de ahí. Doña Lidia se enteró que su hijo más pequeño había sido amenazado de muerte por la familia de Marta cuando uno de los hermanos de la joven le dijo a una de sus vecinas: «Dígale a ese «pisado» que no se acerque por la cuadra, porque ya está fichado», refiriéndose a que lo buscaban para matarlo.
Según le relataron sus vecinos, David estaba saliendo con Marta y eso sería motivo suficiente para que lo amenazaran de muerte; lo peor del caso fue que la familia de la joven no estaba «de acuerdo» con esa relación, porque el muchacho es indígena.
Sí, parece mentira, pero es así. Doña Lidia tampoco podía creerlo, pero cuenta que cuando intentó interceder por su hijo ante la familia de Marta, uno de los familiares de ésta le dijo: «nosotros no queremos nada con indios, así que dígale a su hijo que se ande con cuidado…», en ese momento aquella mujer no pudo contener más el llanto.
La enorme brecha de desigualdad en lo económico, político y social respecto a la pertenencia étnica en el país han generado condiciones infrahumanas de supervivencia. La Colonia y posteriormente la guerra interna crearon un panorama en el que racismo y la exclusión son formas sistemáticas de existencia dentro de la sociedad.
Este caso apenas refleja la ausencia absoluta de un Estado llamado a velar por el bien común, la paz y la convivencia; y que a su vez es reproductor del sistema racista y desigual de la Colonia. La PDH, PNC y Ministerio Público están obligados a tomar medidas inmediatas en éste y otros casos.