Alfonso Portillo, ese hombre de quien pocos quieren saber, dijo un día que para  ser Presidente es necesario ser vendedor de ilusiones, seducir, encantar y hacer sonar la flauta. De manera parecida, me figuro, debe esforzarse quien ha llegado a la Presidencia: nunca ser ave de mal agí¼ero, animar a la población y dar señales de esperanza.
           Pero el comportamiento de los políticos que nos gobiernan es todo lo contrario.  Más bien emulan a Séneca, Epicteto o Zenón al pedir paciencia capacidad de aguante y resistencia frente a la adversidad. Nuestro Presidente semeja más un gobernante estoico que frente a la razón universal pide resignación e invoca las virtudes estoicas que un líder moderno que se mueve para cambiar las circunstancias que agobian.
           La filosofía estoica hablaba de una especie de razón eterna que gobernaba el mundo y tenía previsto todo. De manera que frente a ese destino no quedaba sino dos virtudes: soportar y abstenerse. Soportar porque nada podemos hacer frente al destino. El estoico practica la ataraxia: la imperturbabilidad del espíritu. Nada lo mueve ni lo turba porque es consciente que frente a esa ley eterna no hay nada que hacer.
           La historia recuerda la anécdota del filósofo estoico que al comunicarle la muerte de su hijo, responde: «Â¿Cuál es la noticia? ¿Cuál es la novedad? Ya sabía que lo había engendrado mortal». O al otro, que durmiendo plácidamente mientras el barco se hunde, es despertado para advertirle y ponerlo en guardia. Sin embargo, responde: «Â¿Por qué perturban mi sueño? Si el barco se va a hundir, aunque corramos y nos esforcemos, nada podemos cambiar. Si no se va a hundir, es igual. Por tanto, no molesten».
           El estoico, además de saber soportar y resignarse al sino inmisericorde, sabe abstenerse. Jamás aspira a nada porque no está en sus manos alcanzar los propios propósitos, no depende de él cumplir el objetivo.  Entonces, para no frustrarse, de manera sabia, renuncia a los deseos. Es una especie de budismo primitivo que enseña el arte de la renuncia.
           Colom, por lo visto, eso pide a los guatemaltecos, aguantarse, soportar, renunciar a los deseos porque existe una razón que nos sobrepasa y frente al que nada podemos hacer. El virtuoso guatemalteco debe aprender a quedarse en casa, no ir a fiestas y privarse de carros nuevos, no vaya a ser que la ley eterna nos escoja para un destino del que no quisiéramos apenas saber.
           Terrible, horrorosa situación en la que nos encontramos. Vivimos con un Presidente «humano, demasiado humano», que no se atreve ni siquiera a construirnos una ilusión, a vendernos un sueño ni inventar una esperanza. Vamos mal, muy mal.