El gobierno de gran coalición austriaco, del que fue excluida la extrema derecha, entró en funciones hoy en Viena bajo las críticas de manifestantes, que reprochan al nuevo canciller de izquierda, Alfred Gusenbauer, haber hecho demasiadas concesiones a los conservadores.
El nuevo gobierno, formado por 20 miembros nombrados a partes iguales por social-demócratas (SPO) y conservadores (OVP), juró su cargo ante el presidente de la República, Heinz Fischer, 102 días después de las elecciones.
Todos los miembros del gabinete llegaron a pie a la sede de la Presidencia entre los silbidos y abucheos de cerca de 1.500 jóvenes manifestantes, la mayoría estudiantes.
El canciller Gusenbauer, cuyo partido obtuvo una pírrica victoria ante la OVP, ha sido criticado en sus propias filas por sus concesiones a la derecha durante las negociaciones del gobierno de coalición.
Rechazado por un cuarto de los órganos dirigentes del SPO, el programa gubernamental deja en manos de la derecha los principales ministerios, como Finanzas, Interior y Relaciones Exteriores.
Los estudiantes centran su protesta en una promesa electoral incumplida. Gusenbauer se comprometió cuando era candidato a eliminar los gastos de inscripción a la universidad, que finalmente se mantendrán.
Los conservadores elaboraron una fórmula de compromiso que prevé el posible pago de esos gastos (363 euros por semestre) con 60 horas de trabajos de interés general, lo que generó la cólera de los movimientos estudiantiles socialistas y las asociaciones de estudiantes.
Con su nombramiento, el nuevo canciller saca a la social-democracia austriaca de siete años en la oposición y pone fin a la coalición entre conservadores y extrema derecha que inició en 2000 el canciller saliente de derechas, Wolfgang Schussel, y el entonces líder de la extrema derecha FPO, Jorg Haider.
Las protestas por esa polémica unión reunieron en su día a unas 10.000 personas, mientras que el llamamiento para este jueves de las Juventudes Socialistas y las organizaciones estudiantiles apenas ha congregado a unos 1.500 manifestantes, según estimaciones de la AFP.
La protesta, vigilada por unos 300 policías con cascos, porras y escudos, se desarrolló sin grandes incidentes, salvo algunos lanzamientos de chorros de pintura roja y de huevos a las fuerzas de seguridad.
En 2000, el nuevo equipo gubernamental se vio obligado a usar un túnel de paso subterráneo para evitar a los manifestantes cuando se dirigían a la Presidencia para tomar posesión de sus cargos.
El socialdemócrata Alfred Gusenbauer, nuevo canciller de Austria, con fama de hombre tenaz aunque poco carismático, llegó a la cúspide del poder en Austria con la ambición de corregir la política neoliberal del gobierno precedente.
De rostro redondo y aspecto macizo, el presidente del partido socialdemócrata (SPO) no ha perdido la sonrisa de la boca desde su corta pero inesperada victoria frente a los conservadores de la OVP, en octubre de 2006.
Los observadores consideran, sin embargo, que Gusenbauer ha pagado caro su acuerdo de «gran coalición» con la derecha, a la que ha hecho importantes concesiones en el programa y los puestos ministeriales. Bien es cierto que durante las duras discusiones tuvo frente a él negociador sin igual, su predecesor, Wolfgang Schussel.
De ahí la indignación de militantes de su partido y las manifestaciones de jóvenes socialistas.
Pero, seguro de sí mismo, el nuevo canciller no piensa en ello, convencido de que la llegada al poder de su partido permitirá hacer una política más social en Austria.
En 2006, Gusenbauer logró inesperadamente superar la terrible losa del escándalo del banco Bawag, propiedad de la central sindical OGB, próxima a los socialistas, que ocultó durante años unas pérdidas colosales.
El líder socialdemócrata actuó rápido, al imponer una pequeña revolución: la prohibición de acumular las responsabilidades de diputado del SPO y de delegado sindical.
En una entrevista reciente a la AFP, este hijo de un obrero y una sirvienta, de 46 años, trabajador austero y doctor en ciencias políticas, se presentaba como un pragmático y un europeo crítico, convencido de su buena estrella.
Gusenbauer conoce bien las grandes cuestiones como la educación, el desempleo, la integración de los jóvenes inmigrantes o la Unión Europea, pero carece de carisma, como confiesan en privado sus propios simpatizantes.
Militante de izquierda desde su juventud, el nuevo canciller se dedicó a sus estudios en la pequeña ciudad de Ybbs, en Baja Austria. Fue responsable de las juventudes socialistas austríacas bajo el padrinazgo de Bruno Kreisky, un héroe de la socialdemocracia europea. «Teníamos una relación de padre e hijo», dice de su mentor.
En esa época, el SPO contaba con unos 700.000 afiliados. Con la partida de la vieja generación, hoy sólo queda la mitad, aunque el peso de los militantes sigue siendo notable.
En 1989, este políglota (habla español, inglés, francés e italiano) fue elegido vicepresidente de la Internacional Socialista. Desde ahí estableció importantes contactos y se convirtió en un especialista de la política europea.
En los años 90 fue senador y diputado antes de llegar a la cúpula del partido.
En 2000, tras la dimisión del líder del SPO, Viktor Klima, fue el candidato de compromiso para dirigir SPO frente a un candidato demasiado a la izquierda y otro demasiado a la derecha, pero perdió las elecciones de 2002.
Católico y corista en su infancia, Gusenbauer se ha distanciado de la Iglesia católica y convive con Eva Steiner, traductora, y su hija única, Selina.
Amante de la literatura, la ópera, el cine y los paseos, Gusenbauer ha sido un buen jugador de ping-pong y es un hincha del Rapid de Viena y del FC Barcelona.