«Militares rodean el poder en Guatemala». Así titulaba el periodista gráfico un artículo aparecido en días pasados el Día del Ejército. Hecho que revela al mismo tiempo la militarización del gobierno y la razón de lo que nos sucede en el país. Es curioso, mientras en otras naciones quienes gobiernan son personas con abultados títulos académicos, entre nosotros dirigen la cosa pública, como dice la jerga popular, los «chafas».
En lo particular, no tengo nada contra ellos, pero si somos honestos tendríamos que reconocer que su formación no los dota para el ejercicio del liderazgo democrático. Ellos han sido «educados» para mandar y obedecer, se forman en la disciplina para el ingenio en los campos de batalla, han sido comúnmente los grandes artífices de las estrategias que permiten vencer en las guerras. Su personalidad comúnmente no pasa desapercibida.
Suelen ser personas demasiado serias, adustas y hasta poco simpáticas. El temple de carácter, logrado por el sacrificio diario en los centros de entrenamiento, los vuelve muy rígidos. Se ríen poco y si muestran expresiones faciales de felicidad, solo aparecen con timidez. Su voz, siempre esforzada para que aparezca varonil, les otorga un halo de seguridad que a veces da tranquilidad a quien la escucha.
Tanta testosterona, uno imagina que los incapacita para la literatura, la música y el arte en general. Por la forma cómo conducen sus vidas y la nula contribución en esos géneros de lo bello, se podría apostar que esos oficios más bien son vistos como feminoides, o casi para gente sin seriedad. La ausencia de libros sumado a la preocupación exclusivamente por lo militar, los suele volver brutos, toscos, poco humanos.
De ahí que el único discurso creíble al ahora presidente Otto Pérez Molina cuando era candidato fue el de «mano dura». Claro que sí. De eso sí uno presumía que sabía. Prometió una estrategia contra las mafias, orden en las aduanas, disciplinas en las oficinas de gobierno, pero sobre todo honestidad. La gente se lo creyó no gratuitamente. El discurso concordaba con el hombre salido de los cuarteles y un currículum lleno de fotografía en los campos de batalla.
Creo que incluso el buen Otto de la campaña política estaba convencido de su propia capacidad. Sin saber que para gobernar no es suficiente tener aspecto de macho ni haber sacado cursos en Estados Unidos. Gobernar requiere de capacidad de diálogo, cintura política, buena voluntad, imaginación para prever escenarios, visión de largo plazo, habilidad para rodearse de gente valiosa, inteligencia emocional y hasta cierta gracia para hablar en público. De todo eso carece nuestro presidente, pero más aún, exponencialmente, los demás chafas que lo acompañan en el gobierno.