Hace algunos años leí esta frase de un pensador francés y hoy la evoco, para afirmar que los últimos gobiernos de Guatemala, han intentado hacernos creer que vivimos -por lo menos- un proceso para instaurar una democracia formal.
¡Interminable proceso que no concluye nunca! Porque todos los políticos que han detentado el poder, desde que salimos de los gobiernos militares autoritarios, han hecho hasta lo imposible para que los guatemaltecos tengan la idea que estamos viviendo en democracia. Antes, eso no era significativo. Hoy, si lo es.
Pero hemos vivido más de un cuarto de siglo con gobiernos que no son democráticos, sino de pura apariencia democrática, porque no hemos tenido un sólo régimen que haya logrado amplios consensos… y el único acuerdo nacional a que hemos llegamos, cada cuatro años, es darles el poder a un grupo de políticos; pero para que hagan de las suyas.
Desde Vinicio Cerezo en adelante, Guatemala ha sido gobernado por políticos que sólo han buscado su beneficio personal, y utilizando las técnicas del marketing político para alcanzar el poder, han encontrado los insumos necesarios para que la gente vote por sus símbolos. El mercadeo y la propaganda se han unido para darnos a los chapines, atol con el dedo electoral, pues luego de haber investigado nuestros miedos ancestrales, las ansiedades, las fobias y las aspiraciones comunes, se han operativizado exitosas fórmulas para lograr la adhesión de la masa electoral a ciertas causas particulares. “Mano dura” es un ejemplo de este esquema avieso.
En este sentido, Jorge Carpio se adelantó a su tiempo, pues fue un verdadero mago en este campo, instaurando una moderna época de activación propagandística sin precedentes, al encontrar en su esquema comunicativo exitoso, las fórmulas de un centrismo político inédito para Guatemala. Recordemos que la población estaba cansada, harta de la lucha entre izquierdas y derechas. En esa elección, Carpio estuvo a muy pocos votos de alcanzar la Presidencia de la República, aunque por medio de sus votos en el Congreso, logró el control del poder judicial y el Poder Legislativo.
Nos preguntamos hoy: ¿si Jorge Carpio no hubiera sido asesinado habría alcanzado a colocarse la tan ansiada banda presidencial? De acuerdo con las elecciones de las últimas dos décadas, seguramente podría haber disfrutado de ese sueño, nunca alcanzado; la banda de “Los Churuneles” se le cruzaron trágicamente en una oscura curva del occidente rural y murió desangrado en un hospital de cuarta categoría, en la violenta desaparición de un visionario emprendedor y político que había amasado una fortuna como director y propietario de El Gráfico, un fresco periódico de impresión offset, que modernizó la prensa en Guatemala. Su fatal error fue querer pasar del mal llamado cuarto poder, al primero, para gobernar este enredado país.
Jorge Carpio también le demostró a los políticos tradicionales de la época, que con una campaña millonaria (él la basó en el canje publicitario con su periódico) sí se logra inclinar la balanza en las elecciones; aunque no todo es resultado de la inversión. Todavía recordamos aquellos impresionantes y ultramodernistas spots de Televisión -animados electrónicamente- que bombardeaban profusamente las pantallas de los tres canales de la época o los atractivos spots de radio que sonaban sin parar en todas las radios, que lograron penetrar en la conciencia del chapín. En muy corto tiempo posicionó un concepto novedoso de centrismo que no existía antes en nuestro catálogo político, porque se conocía nada más de extremas: o a la derecha, a la izquierda. Por esos días, la UCN de Jorge Carpio rompió el paradigma de la propaganda en Guatemala, y nos hizo entrar en una posmodernidad política (aunque tardíamente) como a un despertar de las videocracias, muy subdesarrolladas y tropicales. Esas mismas técnicas de aquel marketing político de la UCN, hoy las seguimos viviendo.
Esas bases teóricas, las habían empezado a maniobrar la UNE y Sandra Torres, pero no les sonó la flauta, por falta de legitimidad (y sensatez). Esas mismas son las que usa este gobierno para decirnos que cada día estamos mejor… y lo harán los próximos que seguramente anunciarán que estamos viviendo en plena construcción de una democracia a lo chapín. Eso es perversión del lenguaje, prostitución de los signos y de los símbolos. Porque “gobernar es hacer creer… aunque no sea cierto”.