El problema al que nos encontramos los mortales en la actualidad está relacionado con la dificultad de encontrar información «fidedigna», «segura» y poco contaminada.  No es el conflicto de otros tiempos que consistía quizá más bien en la obtención de datos.  Nosotros estamos en las antípodas: vivimos con sobre abundancia de noticias.
Este vivir abrumados no sólo nos vuelve hombres y mujeres incapacitados para poner de atención y concentrarnos, sino que nos transforma en desconfiados.  En primer lugar, porque nuestras lecturas suelen ser superficiales y breves (como cuando brincamos de un lugar a otro en la red o de canal en canal en la televisión).  Nos hace superficiales porque apenas nos da tiempo para reflexionar.  Pero también hace que nosotros desconfiemos de todos y no nos fiemos casi a nada.
Vivimos en la cultura de la duda.  El escepticismo es nuestra bandera de navegación.  Si en el pasado se daba crédito con facilidad: se creía en el progreso, se moría por ideologías y se profesaba fácilmente una fe religiosa.  Hoy todo ha cambiado.  El hombre posmoderno duda del «yo», «Dios» y conceptos huecos como «patria», «nación», «ciudadanía», etc.
Esto explica porqué, por ejemplo, cuando en el plano nacional se presentan las versiones dadas por la CICIG versus las de Gisele Rivera, no le quede al lector (que intenta ser crítico y no fiarse de primas a primera), sino dudar.  Por un lado, la señora afirma que Carlos Castresana omitía denuncias, desviaba investigaciones y ejercía presiones ilegítimas sobre jueces y magistrados.  Por el otro, la CICIG ha ordenado la aprehensión de la fiscal costarricense por los delitos de patrocinio infiel, doble representación y encubrimiento propio por el caso Pavón.
La información no es clara y «las evidencias» oscuras en ambos lados.  Algunos se fían de la investigadora tica, pero hay información sobre ella que la deja en mal predicamento.  Por ejemplo, se habla de una llamada de 19 minutos entre Rivera y Javier Figueroa, ex subdirector de Investigación de la Policía Nacional Civil, señalado de pertenecer a una organización criminal que operaba dentro del Ministerio de Gobernación que la ex fiscal identificó durante su labor en la CICIG.
La comunicación, según parece, se realizó entre Costa Rica y Austria meses después de que Rivera dejara Guatemala. También figuran, informaron las noticias, las llamadas realizadas desde la oficina de la ex investigadora en diciembre del 2009, adonde fueron citados Stefano y Federico Figueroa,  a quienes supuestamente les compartió información sobre la investigación que realizaba por la ejecución extrajudicial de reos.
Evidentemente, Rivera se defiende y dice que las cosas son muy claras: «En todos los procesos aparecen los mismos (nombres). Todo lo ordenaba Carlos Vielmann -ex ministro de Gobernación- le seguían Erwin Sperisen -ex director de la Policía Nacional Civil-, Javier Figueroa -ex subdirector de la Policía-, Víctor Soto -ex jefe de la División de Investigaciones Criminalísticas-, Víctor Rivera -ex asesor en tema de secuestros, de Gobernación-, María del Rosario Melgar, los Rivera, los Benítez y los agentes de la Dinc».
Total que, como diría el vate nicaragí¼ense, «juzga, después, lector, tú».  Yo creo que el caso es macarrónico, abigarrado y complejo, todo lo cual me conduce a dudar de todos.  Menos mal no soy juez ni tengo prisa para tomar posición alguna.