Eduardo Blandón
Hace algunos años los profesores de introducción a la filosofía, en los primeros períodos de clases, enseñaban que la filosofía estudiaba la realidad entera, o sea, decían: la naturaleza, el hombre y Dios. A la filosofía clásica el tema que aludía al Creador no le era ajeno. Se hablaba de Dios aunque sea para rechazarlo como Feuerbach y Marx o para matarlo, como Nietzsche.
Dios ha estado en el corazón de la filosofía y los sabios desde Tales de Mileto hasta el último pensador posmoderno no han dudado en dedicarle algún tiempo al tema. Vattimo no podía ser la excepción. El pensador italiano, desde la perspectiva de la posmodernidad, se pregunta si aún es posible el discurso religioso o bien es algo pasado de moda y digno sólo de un recuerdo afectuoso. Pero el pensador no hace una reflexión como el cómodo científico que explica y resuelve problemas a partir de los objetos, sino que habla en primera persona para ofrecernos «su» propia idea desde las categorías ya expuestas en sus libros.
Así, el primero de los temas abordados es el del «retorno». Explica que el pensamiento religioso, aun y cuando a menudo se rechaza por considerarlo superado e incluso cosa del pasado, la idea siempre está ahí. Y la permanencia tiene varias causas, sea porque la cultura occidental al final hunde sus raíces en el cristianismo, sea porque la formación propia (la recibida en los colegios o en la universidad) ha sido religiosa. El caso es, dice Vattimo, que es inevitable el «retorno» al tema religioso (más aún en él mismo por haber sido en su juventud católico practicante).
«Por mi parte, considero que es igualmente significativo e importante no olvidar que este reencuentro es también el reconocimiento de una relación necesariamente deyecta; como en el caso del olvido del ser del que habla Heidegger, tampoco aquí (analogía, alegoría; una vez más, ¿secularización del mensaje religioso?) se trata tanto de recordar el origen olvidado, trayéndolo al presente a todos los efectos, cuanto de recordar que ya siempre lo habíamos olvidado, y que la rememoración de este olvido y de esta distancia es lo que constituye la única experiencia religiosa auténtica».
A Vattimo se le hace difícil explicar a Dios desde las categorías clásicas de la filosofía. Como se sabe, en el pasado los filósofos hablaban de lo divino como una sustancia a la que la razón tenía acceso al menos para barruntar algo de su esencia. Dios era fácilmente definible y sus atributos medianamente evidentes. La garantía de tales pensamientos estaba basada en la capacidad humana de alcanzar las propiedades del ser.
Por eso, san Agustín, san Anselmo y santo Tomás no tenían problema para hablar de Dios. La razón podía demostrar su existencia o, como mínimo, ser útil para los «praembula fidei», necesarios para entender más profundamente esa esencia infinita. Dicha confianza en las posibilidades de la razón se extendió hasta la modernidad, aunque aquí ésta se convierte en la gran negadora de Dios.
La ilustración que endiosa a la razón y el positivismo que tiene fe en la ciencia son los grandes discursos de la modernidad. La razón sustituye a la fe y nace una nueva religión: la fe en el progreso y la ciencia. Vattimo, indica, sin embargo, que tal proyecto no tiene éxito y que la experiencia actual desmiente tales pretensiones.
«El hecho es que el «fin de la modernidad» o, en todo caso, su crisis ha traído consigo también la disolución de las principales teorías filosóficas que pensaban haber liquidado la religión: el cientifismo positivista, el historicismo hegeliano y, después, marxista. Hoy ya no hay razones filosóficas fuertes y plausibles para ser ateo o, en todo caso, para rechazar la religión. El racionalismo ateo, en efecto, había tomado en la modernidad dos formas: la creencia en la verdad exclusiva de la ciencia experimental de la naturaleza y la fe en el desarrollo de la historia hacia una situación de plena emancipación del hombre respecto a toda autoridad trascendente».
Es a partir de aquí, donde se reconoce que la razón no es tan potente como se creía y que la famosa «verdad» alcanzada no es sino un ilusionismo producto de una metafísica fantasiosa. Por eso, desde Nietzsche y Heidegger, Vattimo se encargará de derribar sendos muros para dejar al espíritu humano con la conciencia de su más modesta realidad.
«En las ideas nietzscheanas de nihilismo y «voluntad de poder» se anuncia la interpretación de la modernidad como consumación final de la creencia en el ser y en la realidad como datos «objetivos» que el pensamiento se debería limitar a contemplar para conformarse a sus leyes. En una famosa página del Crepúsculo de los ídolos, bajo el título «Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en fábula», Nietzsche recorre de nuevo las etapas de esta consumación».
La propuesta de Vattimo consiste en un reencuentro nihilista del cristianismo. Un encuentro que revele más exactamente el espíritu de la predicación de Jesús a partir de la reinterpretación de la secularización. Con tales propósitos, echa mano, además, de otros pensadores, como René Girard, para develar (o atisbar) otras posibilidades de la religión cristiana.
A lo largo del libro, asimismo, Vattimo critica las posturas cerradas y tradicionalistas de la Iglesia católica que, desde una perspectiva filosófica tradicional, aprisiona al ser para encumbrarse ella misma como la única poseedora de la verdad. Son esas posiciones, dice, que sobre todo se hacen evidentes en su intransigencia en ciertos temas de índole moral. Una Iglesia así, dice el pensador, no hace sino alejar a muchos cristianos que se marchan decepcionados por su incapacidad de abrirse para el diálogo.
«Para seguir por el camino de un reencuentro nihilista del cristianismo basta con ir un poco más adelante que Girard, admitiendo que lo sagrado natural es violento no sólo en cuanto que el mecanismo victimario supone una divinidad sedienta de venganza, sino también en cuanto que atribuye a esta divinidad todos los caracteres de omnipotencia, absolutidad, eternidad y «trascendencia» respecto al hombre, que son los atributos asignados a Dios por las teologías naturales y, también, los que se consideran preámbulo de la fe cristiana. El Dios violento de Girard, en definitiva, es, en esta perspectiva, el Dios de la metafísica, el que la metafísica ha llamado también el ipsum esse subsistens, porque tal como ésta lo piensa, condensa en sí, eminentemente, todos los caracteres del ser objetivo. La disolución de la metafísica es también el final de esta imagen de Dios, la muerte de Dios de la que ha hablado Nietzsche.
En términos de Vattimo, para terminar, es muy importante la vía de la secularización del mensaje cristiano porque permite ver en las enseñanzas de Jesús una denuncia de las injusticias de quienes detentan el poder religioso. Porque, puede conducir a un examen de conciencia de las autoridades religiosas y ofrecer una posibilidad de acercarse al verdadero Dios.