Genialidades de Silvio Rodrí­guez


Manuel Murrieta Saldí­var

Las ciudades de la bahí­a no se andan con medias tintas para mostrar una liberalidad que incomoda a los conservadores: durante el intermedio del concierto de Silvio Rodrí­guez ingresa al escenario una joven funcionaria, habla en español y anuncia la entrega de sendos reconocimientos al cantautor oriundo de la Cuba comunista. Las autoridades de San Francisco y Oakland se lo otorgan por su música que «reivindica y hace valorar al amor, por su postura contra el neoliberalismo y el imperialismo que ha provocado «nuestro paí­s»». Si, así­ lo dice, mientras en las primeras butacas se encuentran oficiales de las alcaldí­as y a unas cuantas millas el poderoso centro financiero con sus bancos imperiales como el Transamerica o el Wells Fargo.


Silvio en cambio, en livais y camisa azul sin fajarse, sencillo como un amigo que se saluda en la banqueta, recoge tranquilamente los diplomas y, entre el estruendo de aplausos, agradece al público y sale para continuar el intermedio…apenas lleva una hora de su histórico concierto del 12 de junio y ya hizo retumbar el Paramount Theatre, con su decorado art deco y sus 3500 espectadores que estuvimos ahí­ de todas las razas y sexos y, de seguro, de todas las ideologí­as, o al menos así­ debió ser.

Porque Silvio mismo, en las pocas palabras que pronuncia, se encarga de confirmar la dimensión de su concierto: «es la primera vez en mi vida que piso suelo californiano». Y confiesa, para la algarabí­a de los presentes, su satisfacción de estar aquí­ donde «sé que hay muchos latinoamericanos, muchos mexicanos!»…y entonces el estruendo de gargantas…genial, sí­, acaba de echarse al público a la bolsa sin apenas tocar nada.

Y las consignas emblemáticas y a toda garganta no cesan, tónica de todo el concierto. ¡Viva Cuba Libre!, pronuncian con acentos caribeños y sudamericanos, mientras que a mi lado responden ¡Viva Cuba libre, chingado!, para resaltar la mexicanidad. Otros mencionan nombres í­conos de la izquierda latinoamericana, ¡Santiago de Chile!, ¡Roque Dalton!, o el ¡Te queremos Silvio!, paráfrasis del «Queremos tanto a Julio (Cortázar)» de la Nicaragua sandinista… Incluso recibe un «Â¡Qué Dios te bendiga!», a pesar del ateí­smo que se achaca al comunismo pero, sobre todo, a pesar de que ha interpretado la pieza «Cita con ángeles», en la que algunos de ellos, en momentos de tragedia, como la de Hiroshima o el asesinato de Luther King, brillaron por su ausencia o «no cumplieron su función de guardianes», explica ingeniosamente en uno de sus diálogos más largos…

II

Pero Silvio, a pesar de las aclamaciones y alaridos, no se distrae un ápice, concentrado, va a lo suyo, el genio del creador. Abre el ritual con la pieza «En el claro de la luna», luna no como la de afuera, que apenas se refleja opacada por las luces industriales de los puertos monstruosos y por los enormes puentes que aterrorizan en la noche por los suicidios que suceden ahí­ a veces. Y Silvio empieza a conmovernos…es un concierto en vivo, pero su voz es todaví­a tan fresca y entonada que parece que escucho uno de sus discos, elevado a la enésima potencia. Esta sensación se refuerza, admirando la maestrí­a de las interpretaciones, cuando notamos que todo lo producen tan solo cuatro músicos.

Porque a la izquierda de Silvio maniobra el de las percusiones con un equipo de baterí­a muy completo; a su derecha inmediata los sonidos de viento, flauta metálica y clarinete, a cargo de su mujer, Niurka González, y más allá dos guitarristas, el del requinto y el del cuatro cubano. Y eso es todo. Este cuarteto que cobija a Silvio es suficiente, producen un sonido abundante, que penetra melódicamente por los resquicios del auditorio, todos los espacios, sonido fino pero voluminoso que parece provenir de una sinfónica.

Además, no requiere escenografí­a alguna, ni efectos de luz, nada sintético o pistas pregrabadas, nada de eso, nada de artificialidad, nada de videopantallas, danzantes o coristas como atractivo visual. No es necesario, todo es producido por manos y voces humanas ahí­, con maestrí­a y destreza, con pasión y calidad, y, me temo, con perfección absoluta para ir directamente al corazón, a la inteligencia, al deseo de entregarse por un mundo y un amor mejor.

He aquí­, pues, otra genialidad: en la región donde se inventan los » IPhones» y los «IPads», vanguardia tecnológica mundial, a Silvio sólo le basta un simple micrófono, una guitarra acústica sin cables y su voz… lo demás se lo deja a su poesí­a, mezcla de realismo social, surrealismo, realismo mágico y poderosas metáforas simbólicas, todo hecho canción, canción clásica al instante%u2014Sueña lo que hago y no digo/Sueña en plena libertad/Sueña que hay dí­as en que vivo/Sueña lo que hay que callar.

III

Sabedor de lo que su presencia provoca en este imperio tan odiado y tan temido, pero a la vez tan visitado, Silvio no hace oratoria ni discursos, es decir, en buen mexicano, no tira rollo. Antes de una que otra pieza, se limita a pronunciar frases claves, incisivas, como esa de «Â¿hay cubanos aquí­?»… para recibir entonces la algarabí­a de los que son o se sienten cubanos. Pero no surge ninguno de los otros, como los que se aparecieron en su concierto de Nueva York el pasado 4 de junio afuera del Carnegie Hall, confrontándose a gritos ideológicos con quienes hací­an cola portando cualquier señal del Che…

Aquí­ en Oakland no, porque al exterior del Paramount suceden situaciones contrarias a las esperadas: a menos de una hora de iniciar, hay estacionamientos disponibles en las aceras ¡casi frente al teatro!, y gratis, para ahorrarse al menos diez dólares del parking oficial. No se observan largas filas ni pancartas en pro o en contra de nada, es una audiencia digamos «civilizada», con buenos modales que desesperan, sin aspavientos, trato respetuoso, lo que hay que admirar en esta ciudad que registra altos í­ndices de violencia en los trenes ligeros o en los guetos periféricos.

Sí­, todo tan tranquilo, antes del evento la gente toma café y postres en las caferí­as de los alrededores, un solitario revendedor busca fondos para actividades culturales en Centroamérica, se ve un puestecito de incienso y artesaní­as, una mesita para repartir volantes y únicamente un carrito de «hot dogs» como si fuera un puesto de tacos al pastor defeño. Vaya, ni siquiera el tráfico, los autos circulan normalmente, sin cláxones que afecten al oí­do o embotellamientos que obstaculicen intersecciones. A uno no le queda más que ingresar al escenario dada la falta de atractivos y movimientos de afuera.

IV

Y, claro, adentro ya es otra cosa, otro ambiente. Se entra con fluidez, sin apretujamientos, para encontrar una muchedumbre de «look» intelectual y progresista, entiéndase como se entienda, con o sin camisetas del Che, pero dominan la vestimenta informal, de tejido y color latinoamericano, nada de fracs o ajuares de noche, vaya, ni siquiera «business casual». Y todaví­a hay varones con greña larga, o corta, pero despreocupados y cómodos con sus relucientes tenis «converse», su plática que emana lecturas, enojo ecologista o cuestionamientos a un Obama corporativo.

Incluso, se escuchan conversaciones en un español perfecto, casi sin acento, parlado por anglosajones bilingí¼es entre latinoamericanos activistas de varias generaciones, no se sabe si exiliados o nativos, pero igual de comprometidos con causas sociales. Bueno, al menos todo esto imagino mientras observo desde el barecillo del lobby, tomando una budwieser en botella de plástico ya que el barman explica, eso sí­, en inglés: «es la única que marca que vendemos, no hay más», entonces le paramos, ya estamos listos.

Suena así­ la primera llamada desde un timbre electrónico, pasamos a nuestros asientos sin ningún caos, exactamente a nuestras butacas meticulosamente numeradas sin margen de error, como nos lo señala la acomodadora. Y bajo la bóveda del recinto, se observa al aforo, uno no sabe cómo es que tantos miles que habitan en USA llegaron a convertirse en «silviófilos», vienen en auto desde Sacramento, Stockton o Modesto o en tren desde los múltiples distritos de ciudades mitológicas como la misma San Francisco, Berkeley o Alameda.

Ya sentados, continúan las pláticas entre los que se conocen en ese mismo instante, o entre los que llevan años de lucha social, emanando recuerdos de guerrillas en Centro y Suramérica, marchas promigrantes, menciones de nobles ideales entre sonrisas de los que todaví­a sueñan y luchan por crear una humanidad más justa. Pero estos primeros minutos son también de incredulidad, de confirmar el saberse aquí­, es verdad que el músico más emblemático de la única nación comunista americana esta aquí­, frente a nosotros, en las entrañas del mismí­simo monstruo yanqui como insistí­a en llamarle el cronista José Martí­.

Sí­, es verdad, le han otorgado visa a Silvio Rodrí­guez después de 30 años, lo han dejado entrar, no se puede concebir, ¡hay que aprovechar! Qué hará, qué dirá, cómo reaccionará, en unos minutos lo sabremos mientras soportamos la expectativa, el nervio de estar a punto de atestiguar un acto único…

V

….Hasta que pasaditas las 8 PM el concierto empieza sin retrasos desprogramadores que impliquen pagos extras a niñeras o regaños familiares por llegar tarde. Pero Silvio, para ir calentando el ambiente, no aparece de inmediato, en otra de sus genialidades, sino que nos prepara no para una entrada triunfal ni escandalosa: los músicos inician sin él a fin de entrenar nuestros oí­dos con las guitarras y las percusiones de la trova cubana clásica, cuerdas y ritmos que recuerdan el golpeteo de las olas en los malecones habaneros.

Al concluir la pieza entonces sí­, aparece primero Niurka, tez blanca, cabellera oscura larga y medio rizada, portando su flauta metálica… y tras ella viene ya Silvio entre el zumbido de aplausos y vocerí­os, ya está aquí­, el provocador de nostalgias y cambios culturales desde hace más de tres décadas, el que inspira a otros, escritores, músicos y activistas. Es decir, su imagen real es diametralmente distinta a la potencia, imponencia y alcance de ser mito viviente, de su creatividad aclamada hasta las lágrimas por millones.

Y empieza a cautivarnos, a construir de inmediato una burbuja de amor, de poesí­a y de deseo de justicia social, edifica una fraternidad al instante, escudo protector contra los derrames de petróleo en el golfo, contra el racismo institucionalizado, el regreso de la cultura Wild West, el desmoronamiento mexicano por la narcoviolencia y la impunidad de infanticidios, contra las recesiones, los ataques a barcos humanistas, los despidos laborales, los, etc. etc….

Y es que Silvio nos aplica otra dosis de su estrategia, de su genialidad, durante todo el concierto: la respuesta no está en el viento, ni en traer flores a San Francisco, como lo proponí­an desde aquí­ en la época «jipi», no, la respuesta está en la creatividad, en la imaginación, en esa poesí­a y musicalidad que funciona como catalizador. Porque una vez realizada la catarsis, hay que seguir viviendo y trabajar con felicidad, con la felicidad que la acción da, como se nota en las caras de los que estamos aquí­ y que no dejamos de vibrar. El mismo Silvio se pone de ejemplo: vuelve a entrar en acción, sin dejos de cansancio o de enfado, cuantas veces lo solicitamos, «Â¡otra, otra, otra!», hasta por cinco veces, para deleitarnos con «Te doy una canción», «A dónde van» o con el «Unicornio azul» sin que le importe las más de 2 horas y media que lleva trabajando. Nosotros exigiendo y él cumpliendo, como si nadie quisiera que desapareciera la confraternidad que se deriva del disfrute estético que satura al Paramount Theatre.

Somos insaciables, en efecto, queremos que no acabe, pero Silvio nos vuelve a dar la última lección: al salir del escenario para ya no regresar, va con el pecho erguido, brazos casi en jarra, con mirada y caminar seguro, toda esa estampa que denota «misión cumplida».

Se retira no sólo con los reconocimientos otorgados por estas ciudades santuarios de indocumentados y promotoras de matrimonios gay, se retira plenamente convencido de que su arte lo ha vertido sobre nosotros para inspirar cambios que contrarresten esos otros derrames, esos de petróleo, de incendios en guarderí­as, de decapitados, esos de injusticias humanas que nos siguen destruyendo….y así­ se va, sin pronunciar jamás otra palabra, él va seguro de su praxis, así­, de planeta en planeta buscando agua potable y con su cañón de futuro…