Generosidad navideña


Acostumbrado a un individualismo que nos separa radicalmente, llama la atención las prácticas de resabio cristiano que aún permanecen entre la gente y que afloran en estos dí­as navideños.  Me refiero al deseo de dar, que practica la muchedumbre en el que, sin duda, se invierte mucho dinero.  Pondré algunos ejemplos para señalar esos arrebatos de bondad que nos inundan en estos dí­as.

Eduardo Blandón

Consideremos, para el caso, el intercambio de regalo familiar en el que se involucra (al menos) la clase media.  Un amigo me compartí­a su preocupación y hací­a números de cuántos presentes tení­a que comprar para compartir con sus abultados miembros.  Su preocupación no era la tí­pica del avaro, el tartufo que sufre por el drenaje de recursos, sino la del sujeto feliz que esperaba la fecha para compartir la cena e intercambiar afecto.  No sé si durante el año es demasiado generoso con los suyos, pero estoy seguro que en Navidad le nace un sentimiento particular que personalmente me sorprende.

 

Luego está el ejemplo de «la Purí­sima» o «la griterí­a» en Nicaragua.  La tradición invita a regalar comida, juguetes o lo que la imaginación sugiera a aquellas personas que se apresten a cantarle a la Virgen en un muy cuidadoso altar adornado en casa.  La cantidad de gente que (afinadas o desafinadas) reza y canta a la «Madonna» es increí­ble.  Y más increí­ble aún que la gente regale tanto: refrescos, caña, naranja, nacatamales, pelotas, palanganas, dulces (cajetas), juguetes… Uno se pone a pensar cómo se puede regalar tanto en torno a un evento de raigambre cristiano.

Seguidamente están quienes comparten bienes con los pobres (estos son los menos, me parece).  Conozco gente que ahorra todo el año -como el ejemplo de los anteriores casos- para, -recolectado el dinero- comprar juguetes y comida para niños de barrios marginales.  Este es el ejemplo que más me conmueve porque implica una ascesis sui géneris y una mí­stica que es imposible no admirar.  Esas personas, como Papá Noel, se van para los dí­as previos a la Navidad a compartir con los niños la alegrí­a de dar y recibir.  El evento puede durar casi toda la mañana, pero la felicidad que obtienen todos es maravillosa.

 

Estos tres ejemplos muestran cómo no todo está perdido en este mundo materialista, lleno de consumismo y radicalmente individualista.  Todaví­a hay muestras de generosidad y sensibilidad hacia los más necesitados.  Aún se comparte con la familia y existe la preocupación por quedar bien y reconocer la bondad de tanta gente que está alrededor.  Y esto no es privativo de la clase media, entre la gente de escasos recursos también se comparte y se intercambian los pocos bienes que se poseen.

Si hay algo que deba rescatar de estos dí­as cristianos es precisamente esta conversión «mágica» que sucede, como mí­nimo, en Navidad. Lástima que después volvamos a lo mismo y el prójimo nos importe un comino.  Deberí­amos vivir en clave natalicia todo el año.  Si así­ fuera otro mundo serí­a posible.