Las ruinas de fábricas, granjas, mezquitas y escuelas dan testimonio en la franja de Gaza de la dureza del castigo impuesto hace un año por Israel al territorio palestino controlado por el movimiento islamista Hamas.
Sin embargo, un año después del lanzamiento de la ofensiva aérea y terrestre «Plomo Endurecido», llevada a cabo por Israel del 27 de diciembre de 2008 al 18 de enero de 2009, esa guerra no ha tenido, desde el punto de vista político, vencedores ni vencidos.
Hay israelíes y palestinos, vigilándose como si se preparasen para un segundo asalto, reivindican la victoria.
La líder de la oposición israelí, Tzipi Livni, jefa de la diplomacia de su país en la época de «Plomo endurecido», asume «la responsabilidad de las decisiones tomadas durante esa operación» que, a su juicio, «alcanzó sus objetivos: proteger a la población del sur de Israel y restablecer el poder de disuasión» del Estado hebreo.
Israel -que demostró una aplastante superioridad militar- ha logrado acabar con los disparos de cohetes contra el sur del país, el objetivo declarado de su ofensiva, tras una tregua de hecho de Hamas.
Pero no ha conseguido expulsar del poder a los islamistas, que parecen más implantado que nunca en Gaza y siguen desafiando al Estado hebreo manteniendo cautivo desde hace más de tres años al soldado israelí Gilad Shalit.
No obstante, la ofensiva fue devastadora: destruyó sistemáticamente las infraestructuras de Gaza y hasta alcanzó un hospital, en el que quedaron destruidas o dañadas 6.400 habitaciones, según la ONU.
Esa destrucción agravó el impacto del bloqueo impuesto por Israel desde junio de 2007, cuando Hamas tomó el poder en esa estrecha franja de tierra, superpoblada por 1,5 millones de habitantes, de los que un 85% depende de la ayuda internacional.
Israel ha prohibido la importación de materiales de reconstrucción, acero y cemento, tubos, cristales y todo lo que pueda servir para fabricar refugios antiaéreos y cohetes.
Pero los materiales son introducidos clandestinamente, a un precio altísimo, a través de los túneles excavados bajo el paso de Rafah, entre el sur de Gaza y Egipto.
Por otra parte, muchos habitantes de Gaza a quienes las bombas israelíes dejaron sin casa siguen alojados por familiares en el mejor de los casos o en tiendas de campaña.
Este es el caso de los Sawafiri, en cuya granja los tanques israelíes destruyeron un criadero de pollos de 30.000 aves y un silo de 20 toneladas de trigo.
«Hace ya un año, y aún no sabemos por qué hicieron eso», se pregunta Mahmud Sawafiri, de 24 años.
El balance de víctimas entre los palestinos de los 22 días de bombardeos israelíes fue muy elevado: 1.400 muertos, en su mayoría civiles. Hubo también 13 israelíes fallecidos (cuatro civiles y nueve soldados).
Sin embargo, Israel pagó otro precio además de la sangre de sus ciudadanos: su imagen internacional se deterioró y la reputación de su ejército -«el más moral del mundo», según su Estado Mayor- quedó manchada.
Incluso puede que algunos de sus altos mandos, acusados de «crímenes de guerra» por un informe de la ONU, se vean obligados a comparecer un día ante la Corte Penal Internacional (CPI) de La Haya.