Garcí­a Arredondo no actuaba por sus pistolas


Oscar-Clemente-Marroquin

La captura de Pedro Garcí­a Arredondo, jefe del tenebroso Comando Seis de la Policí­a Nacional y posteriormente jefe de la Judicial en los años terribles de la más dura represión, constituye un hito porque se trata de quien dirigió la ejecución de gran número de guatemaltecos que fueron acusados de tener ví­nculos con la guerrilla y, sin proceso judicial ni nada parecido, fueron asesinados por escuadrones de la muerte.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

 


Garcí­a Arredondo y Valiente Téllez se disputaban los honores ante sus jefes de ser los más desalmados para “limpiar al paí­s de comunistas” y lo hicieron sin empacho, rubor o medida, dando rienda suelta a diabólicos instintos que eran alimentados por quienes les proporcionaban con pasmosa periodicidad las listas de quienes tení­an que morir.
 
 Por eso digo que Garcí­a Arredondo no actuaba por sus pistolas, sino que atrás y alrededor de él y de Valiente, habí­a mucha gente que era la que utilizaba los servicios de los grupos de matones que dirigí­an esos dos jefes policiales quienes, en su afán por sobresalir ante sus jefes, llegaron a atacarse mutuamente en forma atroz y violenta.
 
 Se sabe de algunos grupos que reunieron dinero entre los “usuarios” del servicio de matones para comprar y regalar a uno de ellos un elegante auto blindado y era célebre cómo en elegantes residencias y lujosas oficinas estos criminales se sentí­an atendidos a cuerpo de rey mientras esperaban que les pasaran el papelito con los nombres de aquellos personajes molestos a los que debí­an matar. Por supuesto que lo mismo se iba en la colada un sindicalista que estaba tratando de organizar a los trabajadores de una fábrica que el empleado que no agachaba la cabeza o, simplemente, el que tení­a una novia o esposa bonita que despertaba algunas pasiones. Porque así­ es como funciona esa práctica de “limpieza social” en la que no se andan con detenimientos para verificar acusaciones sino simplemente se dispara contra todo lo que parezca, contra todo lo que se mueva.
 
 Generalmente cuando hablamos de la represión y violación de los derechos humanos en el paí­s la primera asociación de ideas que tenemos es con el Ejército y luego con la Policí­a Nacional, lo cual resulta lógico porque eran el brazo armado que se utilizaba para salir de los comunistas y de quienes pudieran parecerlo. Eran los instrumentos al servicio de quienes querí­an eliminar y salir de polí­ticos que pudieran ser una amenaza contra el sistema o de periodistas que informaban de lo que ocurrí­a en la realidad trágica que se vivió en Guatemala, no digamos a los profesores de la Universidad de San Carlos que era considerada el semillero del movimiento subversivo.
 
 Pero tenemos que entender que militares y policí­as actuaban en pleno acuerdo con civiles que usaron todas sus influencias y todo su poder económico para desmochar todo atisbo de organización social que pudiera considerarse como un riesgo para el sistema.
 
 No pretendo, ni por asomo, minimizar los crí­menes de gente como Pedro Garcí­a Arredondo porque fueron brutales y sistemáticos. Eran aquellos dí­as en los que aparecí­an cadáveres todos los dí­as en las cunetas de las carreteras del paí­s y fueron los dí­as en los que se asesinaba con todo cinismo a la gente de pensamiento democrático, como fue el caso de Oliverio Castañeda, el estudiante universitario ví­ctima de una auténtica cacerí­a en pleno centro de la ciudad precisamente por los matones del Comando Seis. Pero es importante recordar que lo que funcionaba era todo un sistema y que periódicamente Arredondo y Valiente recibí­an sobres con listas de los que tení­an que morir y, de paso, la propina que se les daba por sus eficientes servicios.