Ganas de ser un criminal


Supuse que aquel hombre cansado y solo se habí­a subido al bus, que se desplazaba por la Avenida Reforma hacia el centro de la ciudad, tan sólo unas cuadras antes que yo. Por unos segundos estuvimos frente a frente, pero él no preguntó mi nombre.

Gerson Ortiz
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Además de cansado, aquel individuo se veí­a desesperado y confundido; lo que confirmé cuando giró en dirección al resto de pasajeros y empezó a explicar que una noche antes acababa de salir de la prisión y que sentí­a hambre y confusión. Pronunció otras palabras mientras sumaba torpemente el dinero que habí­a logrado recolectar (no eran más de tres quetzales).

Pero aquel «extraño» sujeto no se bajó del bus de inmediato, sino se quedó hablándole al piloto, quien pareció no prestarle mucha atención. Su monólogo versó en su estadí­a en prisión, el delito por el que habí­a sido condenado y su escuálida y poco alentadora visión sobre el «futuro».

«Ocho años me pusieron, por robo. í‰ramos varios. Saber quién nos puso el dedo y al bajar de la burra nos acapararon los ratas», alcancé a escuchar. Aquel hombre se referí­a a un asalto a un bus que habrí­a ocurrido años atrás, pero no quedó ahí­.

«Si ahora me toca sí­ voy a matar a esos ratas. Hay que matarlos porque no pagan el impuesto», le dijo en voz más alta al piloto. Su desesperación también pareció crecer.

La situación de aquel hombre no es novedosa para nadie. Que alguien reconozca públicamente sus «ganas» de delinquir es sólo una manifestación más del deterioro social al que estamos sometidos.

Thomas Hobbes sostuvo que el ser humano es «perverso» y que posee la cualidad innata de unos instintos que reaccionan según la influencia del ambiente que lo rodea y que, condicionado por un contexto cuyas caracterí­sticas son «la escasez» y «la peligrosidad», el individuo (por ende) reaccionará de modo egoí­sta y violento. Homo lupus hominis (el hombre es un lobo para el hombre).

En antí­tesis a Hobbes, el filósofo y polí­tico Jean-Jacques Rousseau consideró que: «El hombre es bueno por naturaleza», bondadoso y poseedor de la cualidad de libertad. No obstante, coincidió con el primero al afirmar que serí­a la sociedad la que enseñe al individuo a promover lo que llamó «desaparición de su igualdad natural».

Ante los dos planteamientos que sin lugar a duda profundizan en la frágil condición social del ser humano, no es difí­cil concluir que el contexto influye profundamente en el actuar de este y que su situación se deteriora aún más cuando el Estado es incapaz de regular esa influencia, al no garantizar la educación, la salud o el trabajo, por ejemplo.

Pero el Estado también ha fracasado en su tarea rehabilitadora, pues es sabido de todos que quien haya pasado por la cárcel sale de ella como un «criminal en potencia».

Aquel hombre del autobús habí­a pagado su sentencia, pero por años estuvo encerrado en un lugar donde delinquir es la norma y no la excepción.

Sin embargo, su condena apenas empezó cuando puso un pie fuera de prisión, pues el propio Estado, al no procurar su rehabilitación, lo condenó a la desesperación, al aislamiento y a la «perversidad»; mientras la sociedad lo condena a la indiferencia, al olvido, a la sobrevivencia extrema. A sus ganas de ser un criminal.