Hoy inicia la Eurocopa 2008. Como fenómeno internacional, el balompié tiene su origen en el colonialismo. El auge del juego en Gran Bretaña correspondió con los años de su reinado marítimo, industrial e imperial. Lincoln Allison (1978) acreditó al deporte de las patadas (junto con la religión y el orgullo cívico), la incorporación de la clase obrera en la Inglaterra victoriana. El futbol fue visto como factor de agitación social por sus inventores y explica el hecho paradójico de que echara raíces, antes y más profundas, en la Europa continental y en América Latina, que en los lugares bajo dominio inglés. Al desintegrarse el colonialismo después de la Segunda Guerra Mundial, el balompié floreció en ífrica y Asia, a la par de la libertad política.
Como comportamiento cultural organizado en función económica, el futbol reproduce la estructura económica hegemónica. Como sector de la cultura de masas, es catalizador de algunas necesidades colectivas, no en cuanto valor social sino en cuanto consumo. También es fórmula sutil para legitimar el poder de sus detentadores. Más allá de las motivaciones románticas, estéticas o higiénicas, con el futbol se ha pretendido la racionalización del orden social. Por un lado, la participación de la mayoría de selecciones de la disciplina significa, en distintos países, afirmar e insistir en la interiorización de la idea de la autoridad legítima, ligada al reconocimiento de una jerarquía natural. La falange de pensadores franceses y europeos de fines del siglo XIX y principios del XX, relacionaron el orden y el consenso social con el deporte. La competición reglamentada permitiría establecer y desarrollar los principios del «ordenamiento democrático racional», idea recogida por Pierre de Coubertin para institucionalizar el deporte moderno.
Se trata de utilizar el futbol para la aceptación de las desigualdades en el marco de sociedades cohesionadas en la búsqueda de un ideal común. Se pretende convertirlo en instrumento positivo de integración social y, al acentuarse la comunicación sobre temas neutrales y conformistas, puede resultar contraproducente, al respaldar la irresponsabilidad y la ineficiencia. De otro modo, sólo puede pensarse en su instrumentalización para anestesiar el sentido crítico y distraer la atención de millones de incautos.