A menudo escuchamos el dicho referente a las vueltas que da la vida; una realidad que deberían tener presente quienes ocupan temporal y relativamente posiciones de poder en los ámbitos de la función pública y la política.
Los casos del militar Humberto Mejía Víctores y de la abogada Ofelia De León de Barreda son los más emblemáticos en estos días, porque el primero fue jefe de Estado y ahora es acusado de genocidio y de otros delitos presuntamente cometidos cuando fungía de Ministro de la Defensa. Lo más patético para él y los pocos familiares que no lo abandonaron, es que padece enfermedades terminales, sin posibilidades para pagar sanatorios privados de cashé, al contrario de lo que ocurría cuando era el gobernante de Guatemala, cuando tenía al alcance de la mano lo que se le antojara.
Algo similar es el cuadro patológico del también exgeneral Héctor López Fuentes, jefe del Estado Mayor de la Defensa en la época de Mejía Víctores, sindicado asimismo de semejantes delitos y guardando prisión, añorando quizá sus años de bonanza y libertad para movilizarse.
Tras las rejas se encuentra la otrora presidenta de la Corte Suprema de Justicia, cuya altivez no logra disimular ni intentando ocultar los grilletes en sus muñecas, derivado de su supuesta complicidad del probable asesinato cometido contra la joven Cristina Siekavizza, cuyo acusado es su esposo, hijo de la señora De León, quien, desde su celda, no dejará de pensar en los privilegios que disfrutaba cuando se pavoneaba en su cómodo y amplio despacho en la Torres de Tribunales.
Quien no ceja en su empeño de evitar ser extraditado es el expresidente Alfonso Portillo, porque habituado a luchar contra las adversidades a lo largo de su vida, su estancia en un cuartel convertido en prisión no lo ha doblegado, aunque hará comparaciones entre las prerrogativas que disfrutó cuando ejerció el poder político y las severas limitaciones en la actualidad, sobre todo porque fue olvidado por muchos de los que se enriquecieron a su sombra, excepto amigos leales, como el expresidenciable Mario Estrada.
Se diluye en el olvido de la memoria colectiva la figura del entonces arrogante Marco Tulio Abadío, excontralor de Cuentas y extitular de la SAT, que inconscientemente alardeaba de su ignorancia, enriquecimiento ilícito y patanería, sin haber creído que un día iba a rendir cuentas a la justicia, como otros exfuncionarios, entre los cuales personajes funestos para el IGSS.
El también soberbio Raúl Velásquez, después de jactarse de que acabaría con el crimen organizado cuando asumió el cargo de ministro de Gobernación, ahora también está encarcelado, sindicado de varios delitos; mientras que aguardan procesos penales los también extitulares de esa cartera, Francisco Jiménez y Salvador Gándara, al igual que los todavía diputados Rubén Darío Morales y Eduardo Meyer, quienes siendo presidentes del Congreso, presuntamente delinquieron, pero que aún andan libres, aunque con la cola entre las piernas. Sin olvidar al pedante Willy Zapata, exsúper Intendente de Bancos, aborrecido por miles de personas de la tercera edad que fueron estafados por accionistas mayoritarios de los bancos del Café y de Comercio.
Así que, actuales funcionarios y futuros pavo reales del Gobierno entrante, sería bueno que echaran pan en su matate.
(El reportero Romualdo Tishudo le plantea esta pregunta capciosa a cierto exfuncionario perseguido por la justicia: ¿Qué es la soberbia? Responde: –Es un apetito exagerado de comer y beber que se corrige con la lujuria).