Un profundo sentimiento de frustración y desencanto ante las próximas elecciones generales comienza a percibirse en los distintos sectores de la sociedad guatemalteca, lo cual se evidencia en conversaciones privadas de los ciudadanos acosados por la crisis económica, el desempleo, los deficientes servicios públicos y privados, la corrupción que crece como el cáncer y la impresionante ola de violencia e inseguridad ciudadana.
En un sondeo de opinión pública realizado ayer por Radio Cadena Sonora sobre las simpatías de los ciudadanos respecto de los probables candidatos presidenciales, los resultados son verdaderamente preocupantes, pues casi la mitad de las personas consultadas se ubicó en la categoría de indecisos o con la determinación de votar nulo o no concurrir a las urnas electorales.
Muchos de los guatemaltecos tanto de la capital como de los departamentos, expresaron que no hay candidatos que puedan representar las aspiraciones del pueblo luego de la decepción de los últimos gobiernos y la falta de atención a las necesidades de la población.
Los datos de este sondeo no hacen sino confirmar la crisis política que existe en el país desde hace algún tiempo. Para ninguno es un secreto que durante los últimos años han proseguido las violaciones a los derechos humanos, se ha estancado el desarrollo social y lógicamente se han agravado los problemas de orden nacional que demandan soluciones inmediatas como la creciente delincuencia que hoy agobia a todos los núcleos de la sociedad.
Ante el manifiesto rechazo de numerosas personas hacia el proceso electoral, la pregunta que surge es ¿Cuál será el grado de representatividad de los candidatos que resulten electos si sólo una minoría estará en disposición de emitir el voto?
Asimismo, el hombre común y corriente se pregunta ¿De qué servirá que las elecciones se realicen dentro del marco definido por las autoridades, si el porcentaje de votos válidos no llegará a reflejar una participación significativa?
En tales condiciones el futuro de Guatemala se presenta sombrío. Ese marco plantea importantes desafíos, entre ellos que es impostergable realizar cambios indispensables en la estructura económica y social para atender las necesidades populares.
Esos cambios deberían propiciar el más amplio desarrollo de lo individual y de lo colectivo a través de la educación popular y de la subordinación de la actividad económica a las jerarquías más altas del bienestar, la dignidad y la libertad de los habitantes.
El problema histórico de nuestra sociedad desde el tiempo de la colonia, es que una minoría detenta tanto los bienes materiales como culturales. El diseño de transformación para recuperar la confianza a favor de la democracia y las elecciones, debe orientarse hacia un verdadero proceso de desarrollo social y económico fomentando la participación de las grandes mayorías en la vida nacional. Si esto no se hace el país continuará a la deriva y tarde o temprano la crisis será gigantesca.