Franz Joseph Gall (1758-1828), fisiólogo vienés, afirmó que cada una de las facultades mentales, como la inteligencia, residía en una región de la corteza cerebral. Gall creía que había 37 regiones cerebrales. Mientras más desarrollada estaba una región, más desarrollada estaba la facultad mental que residía en ella. Las protuberancias craneales eran indicio de desarrollo de las regiones cerebrales. La Iglesia Católica, Apostólica y Romana impugnó la tesis de Gall: la actividad espiritual del ser humano no podía tener una miserable sede material.
Gall conoció a Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), y le examinó el cráneo. En «Poesía y verdad», Goethe evocó el encuentro con Gall, quien le dijo que «había nacido realmente para orador popular»; aptitud que Goethe aceptaba tener. Los discípulos de Gall fundaron una ciencia presunta, denominada frenología, o cranioscopía, cuyo objeto era conocer la personalidad a partir de las características craneales. Inmanuel Kant (1724-1804), en una de sus últimas obras, «Transición desde los principios metafísicos de la ciencia natural a la física», aludió a la frenología. Gall probablemente obtuvo un molde de yeso de la cabeza de Kant post mortem, y lo incluyó en su colección craneológica.
Johann Kaspar Lavater (1741-1801), amigo de Goethe, también había pretendido conocer características piscológicas, a partir de características físicas del ser humano. Ese conocimiento constituía una nueva ciencia, y también un nuevo arte: la fisiognómica (atisbada por Giambattista della Porta y Thomas Browne). Algunas descripciones de Lavater sobre personas que él había conocido, eran fantásticas; por ejemplo, esta descripción: «incorruptibilidad de la sensación, libertad del gusto, pulcritud espiritual, bondad y nobleza de alma, fuerza impulsora, sentimiento de fortaleza y debilidad, muéstranse tan entreverados en todo el semblante, que aquéllo que de otra manera sería animoso sentimiento de fatuidad, resulta disuelto en noble modestia…» Y alguna vez dijo que «la intuición es la concepción lúcida de un todo, de una sola vez»; o que «quien actúa correctamente en un momento, habrá ejecutado una buena acción para toda la eternidad».
Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), en la «Fenomenología del Espíritu», afirmó que la fisiognómica no nos permite conocer la realidad del ser humano, porque «el verdadero ser del hombre es su obrar», y no su ser físico. De la frenología afirmó Hegel: «Se reniega totalmente de la razón cuando se quiere hacer pasar un hueso (es decir, el cráneo) por la existencia real de la consciencia…» Edgar Allan Poe (1809-1849), en la versión original de su obra «Los crímenes de la calle Morgue», afirmó: «No es improbable que la ciencia frenológica camine unos pocos pasos más que conduzcan a descubrir un órgano de las facultades analíticas del ser humano».
El científico Francis Galton (1822-1911) afirmó que los criminales suelen tener «rostros ordinarios de tipo inferior»; y el médico Cesar Lombroso (1836-1909) afirmó que hay un tipo físico propio del criminal. Ambos le conferían, entonces, alguna validez a la frenología o a la fisiognómica. También le confieren alguna validez, por lo menos, tácitamente, las personas que creen que algunas características físicas son indicio de características psicológicas. Es el caso de quienes creen que un ser humano que tiene una frente ancha es inteligente; o que uno que tiene una frente angosta, es un imbécil.
Post scriptum. Ni la frenología ni la fisiognómica tienen fundamentos científicos.