Por Juan B. Juárez
La particular aridez del paisaje contemporáneo perece ser el tema de la pintura de Fredy López (San Marcos, 1963); una aridez que, en su pintura, sin embargo, no se encuentra al exterior del ser humano sino que, instalada en su interior, emana del él para despojar a la naturaleza de todo signo de grandeza, de todo verdor y de todo pálpito de vida.
«El desierto está creciendo», decía Nietzsche en alusión la ausencia de «visión del mundo» que caracteriza al hacer técnico de la cultura contemporánea para la cual el mundo es simplemente un reservorio de materia prima y un objeto del transformar por transformar de la voluntad de poder, un sobrepasarse del poder sobre la esencia. «El desierto está creciendo», constata la pintura de Fredy López al encontrar la aridez en el corazón mismo del hombre, reducido ya a un mero signo inscrito en las arenas infinitas del desierto contemporáneo.
No se trata de hacer tema del desastre ecológico inminente sino de algo más profundo, más grave y posiblemente más simple: señalar el hecho de que el desierto está creciendo en el corazón del hombre, de que el hombre mismo es la manifestación y el signo, el síntoma y la aridez propiamente como tal. No cabe decir que los males del mundo se han multiplicado al extremo de angostar el espacio vital, a menos que con eso se quiera decir que el poder del hombre se ha multiplicado tanto al extremo de angostar el espacio vital.
Pero la pintura de Fredy López no es especulativa ni intelectual: simplemente se deja regir por aquello mismo que señala: el desierto y los signos de la aridez. Su pintura no habla de soledad pues desde la perspectiva del desierto la soledad no tiene sentido; se trata más bien de una constelación, quizás involuntaria, que va más allá de la crítica de un estado de cosas, de la lamentación y también de toda esperanza: el ser humano es(tá) en el desierto y, al mismo tiempo, es el signo del desierto.
«Un signo somos, descifrado», dice un poema de Holdelrlin. Que sean mujeres las que habitan en la pintura desértica de Fredy López es parte del signo, al igual que el hecho de que estén de espaldas observando el paisaje vacío, reducidas a sus meros contornos que encierran en el interior de su forma otro desierto equivalente al exterior.
El desierto interior y el desierto exterior: simples espejismos superpuestos, juego de reverberaciones de la luz cegadora e hiriente, precipitación de granos de arena en el vértice de la clepsidra, estatuas de arena observando la arena.
Fredy López pertenece a una generación de pintores que creció sin paradigmas artísticos e ideológicos. De allí que en su formación tenga más importancia la intuición de lo significativo que las certezas académicas. De allí también que, librada al azar, su pintura se defina por ciertos arrebatos temáticos que luego de una intensa excitación cuajan en ciertas visiones desesperanzadas de la realidad que, están en sintonía con el pensar y el sentir del hombre contemporáneo.