Francisco le devolvió la alegría a Bergoglio


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La sonrisa franca con que Francisco se presentó ante sus fieles aquella noche del 13 de marzo de 2013 no abandonó más a Jorge Mario Bergoglio.

Por Cecilia Caminos, Buenos Aires, Agencia dpa

El jesuita mantuvo aquella esencia pastoral que lo distinguió como arzobispo de Buenos Aires y cardenal de Argentina, y desde que llegó al sillón de Pedro le sumó esa alegría contagiosa que cautivó a los fieles de todo el mundo.

   Fue un cambio sustancial que notaron sus compatriotas, que ya conocían en cambio su estilo austero, frontal y callejero que sorprendió al resto del planeta.

   También lo percibieron con claridad los autores de «El jesuita», Francesca Ambrogetti y Sergio Rubin, quienes se reunieron numerosas veces con Bergoglio para escribir el libro. En aquel momento, según relató Rubin al diario Clarín, el arzobispo se negó a que le tomaran una foto para la portada. «Tras días de insistirle, accedió, pero no logramos que sonriera… ¡qué diferencia con sus expresiones de ahora… ¿no?», resaltó.

   Quienes estudiaron su vida destacan que en Bergoglio confluyen dos factores claves, su formación como jesuita y su carácter político forjado en los años en que estuvo cerca del peronismo. Una combinación de conocimiento amplio y profundo, apertura a los cambios, capacidad de liderazgo y cintura política.

   Como arzobispo, no dudó en cuestionar al poder para defender a los desprotegidos, los pobres y las víctimas de la trata, entre otros. Esto le valió años de distanciamiento con los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y luego de su esposa y sucesora, Cristina Fernández. Discursos directos y un gesto cordial, aunque adusto.

   En el Vaticano mantuvo la misma línea para impulsar un proceso de transformación profunda que aún debe superar la reticencia de los sectores más conservadores. También allí tiene sus detractores, quizás más poderosos que aquellos contra los que luchaba en Argentina. Pero avanza con una determinación que no mella esa sonrisa que lo iluminó desde su presentación en el balcón de San Pedro.

   Lejos parecen incluso sus problemas respiratorios que obligaron a los médicos a extirparle en la juventud parte de un pulmón.

   La vida de Bergoglio dio un cambio de 180 grados en cuestión de días.

   El arzobispo y cardenal había presentado su renuncia, tras cumplir los 75 años, y ya tenía preparada su habitación en un hogar sacerdotal del barrio porteño de Flores para su retiro.

   Ahora, disfruta recorrer la Plaza de San Pedro y acercarse a los fieles sin «papamóvil» blindado que lo proteja de intentos de atentados, abraza a niños, jóvenes y adultos, mantiene una intensa agenda de actividades y cautiva con sus palabras a los 1.200 millones de fieles católicos del planeta.

   Aquellos primeros gestos de seguir usando sus gastados zapatos negros porteños, una cruz de plata y un viejo Renault 4 se mantuvieron a lo largo de su primer año de papado. Y su firme oposición al matrimonio igualitario en Argentina dio paso ahora a una señal de aceptación a los homosexuales: «¿Quién soy yo para juzgarlos?».

   «La metamorfosis (de Bergoglio a Francisco)», afirma la revista «Noticias» en la tapa de su última edición. «Joven, histriónico y sociable, parece otro», sostiene la publicación, que abre el debate acerca de si se trata de un «estadista, marketinero, típico chanta (estafador) argentino o producto del Espíritu Santo».

   El joven cura Mario Miceli, de la Arquidiócesis porteña, aseguró a la agencia dpa que Bergoglio no cambió. «Lo que todos vemos ahora en televisión es lo que nosotros veíamos en Buenos Aires, con esa alegría propia del Espíritu Santo, pastoreando la Iglesia», afirmó.