Francisco de Goya


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En la historia del arte hay nombres que, por su grandeza espiritual y su aporte a la cultura universal, son una constante fuente de inspiración artística. Y Francisco de Goya, pintor de la nobleza, de la gente del pueblo, de lo sacro y de lo profano, es uno de esos referentes artísticos inmortales de la pintura occidental.

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Héctor Camargo
heki06@gmail.com

PRIMEROS AÑOS
Francisco de Goya y Lucientes fue un pintor y grabador español de mediados del siglo XVIII, nació en 1746. Su familia era de origen modesto, su padre era artesano y con él su hermano mayor -quien también era artesano- el joven Goya adquirió sus primeras experiencias artísticas. Sobre todo, debido a que ambos familiares trabajaban tanto la madera como los metales.

De hecho, es a causa de dichos orígenes modestos que Goya tuvo dificultades para asistir regularmente a la escuela. Durante un tiempo su familia atravesó por serios momentos de crisis económica en la que todos, grandes como pequeños, tenían que trabajar. Sin embargo, con 13 años, en 1759, a Goya lo inscriben en la academia de dibujo de Zaragoza. Aquí, el futuro genio, iniciará su aventura artística. Viajará a Italia para estudiar a los grandes maestros renacentistas y entrará en contacto con los artistas que promovían el neoclasicismo. Más tarde, será en Madrid donde, finalmente, alcanzará la cima de la fama.

Un hecho marcante en la vida de Goya e importante para el análisis e interpretación de la evolución de su obra pictórica, lo constituye un fuerte periodo de enfermad que no solo lo desgastó físicamente, sino que produjo en él una metamorfosis formal. De colores vivos y temas joviales el pintor pasará a tonos oscuros y temas más profundos que culminarán con trabajos de entera madurez artística.

En cuanto al conjunto de la obra de Goya el especialista de la Historia del Arte enfrenta no solo una vastedad de obras, sino también de temas y períodos que en pocas líneas resulta imposible de abarcar. No obstante, proponemos la periodización  siguiente:

LOS CAPRICHOS
Esta es una serie de 80 trabajos, grabados al agua tinta, y que fueron publicados en 1799. Los Caprichos, que en su momento sacudieron y sonrojaron a la opinión pública, son un conjunto de obras que ridiculizan de manera fina pero acérrima a las buenas gentes de la nobleza española. Son obras con un contenido, aparte de lo puramente estético, de crítica social.

En Los Caprichos Goya refleja a la sociedad, a las costumbres y a los personajes de su tiempo. Estos trabajos son obras de una entera madurez artística del pintor quien, desde hacía años, había consolidado un estilo y una técnica formal propia. En la actualidad, la crítica especializada ve en Goya a uno de los principales fundadores de lo que hoy se entiende como pintura moderna.
Subrayemos, culto lector, que Goya era un admirador del movimiento filosófico de la Ilustración y de la crítica de éste del clero conservador y del fanatismo religioso. Así se explica el hecho que en Los Caprichos Goya refleje una sociedad totalmente absurda. Una sociedad rica en personajes ridículos e inmersos en los laberintos de la ignorancia. Las supersticiones y el irracionalismo de la Inquisición constituyen el trasfondo crítico bellamente representado y estetizado.

La técnica utilizada en Los Caprichos es la aguatinta. Esta es una forma de grabado que trata de reproducir los efectos similares a los de las pinturas en acuarela. Con esta técnica, Goya hace resaltar más los tonos que las líneas. Lo que produce un efecto visual, de contraste de tonos, y con ello acentúa la carga psicológica que el todo produce en la conciencia del espectador.

Pareciera que las obras de Los Caprichos están delineadas por dos esquemas generales. El uno es la racionalidad y el otro es su opuesto.  La extrema exageración  de gestos, cuerpos y rostros transforma a los personajes representados en verdaderos seres bestiales que simbolizan los vicios y deformaciones que el ser humano es capaz. Sin embargo, parece que el escepticismo es también un esquema que abarca casi la mitad del conjunto de Los Caprichos.

Para el estudioso de la pintura resulta evidente que Los Caprichos denotan, aparte de la profundidad con la que el artista escudriña el alma humana, la racionalidad como paradigma a través del cual critica la absurdidad de la gente de su tiempo. Los Caprichos son una crítica racional de lo irracional. El artista representa lo absurdo de su sociedad sumergida en la superstición y el fanatismo religioso impuesto por la Inquisición que seguía poderosa aún en la España del siglo XVIII.

Pero Goya, como sabemos, era afín a las ideas de la Ilustración que promulgaba una reforma educativa y la libertad de pensamiento ante el clero conservador. Y como la Inquisición seguía siendo un ente peligroso, Goya se las ideó para camuflar sus sátiras de la aristocracia y del clero: Intituló algunas de sus sátiras con títulos imprecisos y un tanto confusos para que los personajes representados no se sintieran directamente aludidos.

Los Caprichos, agreguemos, son como una simbiosis estética de las experiencias existenciales de Goya en una España al margen de las ideas de la Ilustración que por ese tiempo recorrían Europa. Los Caprichos son el grito de la Razón ante una sociedad decadente en la que Carlos IV, temeroso de los vientos de la Revolución Francesa, reprime a las personas cultas. Pero su obra es, además, el reflejo del escepticismo del pintor quien, paulatinamente, ha perdido la fe en la razón humana para reformar al Hombre y a la sociedad.

LOS DESASTRES DE LA GUERRA
Una de las características mayores y del todo nobles de la obra de Francisco de Goya es su clara denuncia del fenómeno de la guerra. Hoy  bien podríamos afirmar que Goya fue un entero pacifista. Tanto en Los Caprichos como en otros lienzos el artista representa el dolor, los destrozos y la irracionalidad de la guerra. Particularmente, porque a él  le tocó vivir la nefasta Guerra de Independencia causada por la invasión francesa de España entre 1808 y 1814. Con esta guerra Napoleón trató de instalar a su hermano José Bonaparte como monarca español.
Como dato interesante, apuntemos que las obras que forman Los Desastres de la Guerra, es una serie de grabados realizados por Goya entre 1810 y 1815. Lastimosamente las mismas permanecieron inéditas durante casi medio siglo, pues fueron publicados hasta en 1863.

Son estampas de la guerra que hacen de Goya un pintor moderno. Debido a que las mismas son como una especie de documental de la experiencia sensorial, visual, del artista durante un viaje que realizó de Madrid a Zaragoza en el otoño de 1808.

Por fortuna, nada se ha perdido de la obra de Goya. Pues en el Museo del Prado todavía se conservan, aparte de los grabados, la mayor parte de los bocetos que Goya fue realizando durante dicha travesía. Y el producto final, los grabados, fueron también realizados a través de la técnica del Aguafuerte, en plaquetas de metal.

LA TAUROMAQUIA
En Goya el universo de los toros es, como en otros grandes pintores, un paradigma estético que sobresale en su obra pictórica. El conjunto de obras de La Tauromaquia es una serie de 33 trabajos creados entre 1815-16. O sea, son el producto de madurez artística, realizados a la edad de 60 años. Son obras que aparte de exaltar la pasión por los toros, reflejan la genialidad del artista como dibujante.

En esta serie la pasión por la corrida de toros, el frenesí de la lucha entre la vida y la muerte, pero también la violencia y del combate entre el hombre y la bestia, son los elementos que resaltan y predominan de principio a fin. Las estampas de la Tauromaquia son, sin lugar a dudas, prueba de la fascinación del artista por los toros. A lo que habría que agregar las afirmaciones del mismo Goya, quien durante sus años de exilio en Burdeos, Francia, afirmó que en sus años de juventud había toreado. Años más tarde tanto Picasso como Botero se sentirán también fascinados por los toros y la tauromaquia. Parece que el mito antiguo del Minotauro -ver el Guernica- sigue inspirando a artistas y pintores.

Los trabajos de la Tauromaquia son, pues, un paradigma estético. Sin embargo, y pese a todo lo que tradicionalmente estamos acostumbrados a pensar -y con razón- sobre la fascinación de Goya por la tauromaquia, algunos críticos han propuesto una segunda interpretación. Se afirma una posible visión crítica por parte de Goya -como tema central- hacia el mundo de los toros. Dicha interpretación se apoya en el detallismo y meticulosidad con el que Goya resalta la violencia, crueldad y muerte del universo taurino. Sobre todo, debido a que dichos trabajos están íntimamente relacionados con el conjunto de Los Desastres de la Guerra.

Ambas interpretaciones de la Tauromaquia tienen su justificación conceptual. Ante todo, porque es la esfera de lo bello el elemento que sobresale y que muestra la genialidad de este pintor español. Mientras que el elemento puramente interpretativo, de la razón analítica, constituye un segundo estadio en el proceso de percepción del observador frente a la obra de arte. Y como se trata de un elemento subjetivo dicha percepción evade las reglas del conceso racional.

Esto significa, culto lector/a, que la obra de Goya, por su valor universal, es permeable a una pluralidad de interpretaciones. Es algo cercano al relativismo estético pero, por supuesto, enmarcado por los límites del buen sentido común.

Una sociedad rica en personajes ridículos e inmersos en los laberintos de la ignorancia. Las supersticiones y el irracionalismo de la Inquisición constituyen el trasfondo crítico bellamente representado y estetizado.

Hoy  bien podríamos afirmar que Goya fue un entero pacifista.