El jueves pasado 18 de marzo, entrado el anochecer, junto con otros coterráneos, asistimos al acto de entrega del grado de Doctor Honoris Causa, en Ciencia y Tecnología, otorgado por el Consejo Directivo de la Universidad Galileo, a nuestro amigo de siempre, Francis Aguirre Batres. Fue un emotivo evento, causado indiscutiblemente por el sentimiento de cariño y amistad, pero a su vez, simple y honesto en su objetivo: el de rendir un justo reconocimiento a un buen guatemalteco, como lo expresó elocuentemente el rector, Dr. Eduardo Suger Cofiño, calificándolo como un Galileo, es decir, un individuo que se atrevió a ser diferente en su tiempo, a marcar el paso y el sendero, que muchos sin darse cuenta han recorrido imitando su ejemplo. Francis, en su breve discurso, no defraudó a persona alguna, por el contrario, demostró una sabiduría que se logra con el recorrer de lo que él, curiosamente denominó: el árbol de la vida.
«No deseo emplear frases de agradecimiento del momento» nos dijo, en su lugar, narraré, con la venia del Rector, una historieta. Y así empezó, sin más ni más, introduciendo al protagonista de la misma, personaje el cual perdía a menudo la noción del tiempo, visitando despachos, como Francis los llamó, en donde individuos fríos pero amables, difícil de identificar para los que atentamente escuchábamos, ofrecían, cual notables filósofos griegos, las máximas de la vida, resaltando valores como la perseverancia en la adversidad, la honestidad en los actos, el amor a los demás, la humildad en el éxito y una profunda convicción de reconocer, por la inteligencia del ser humano, que existe una obligación a preguntarse frecuentemente, quiénes somos, cómo funcionamos y en dónde estamos. Por lo menos, para el que escribe, y seguramente para otros más en la audiencia, dicha figura no era un desconocido; ahora era un don Nadie, pero inmediatamente se transformaba en Francis. Y con esa magia nos entretuvo, en minutos inolvidables que flotaban en el jardín, con voz pausada y que no flaqueo, aun cuando en un momento, el personaje revela el contenido de un mensaje, entregado en un pedazo de papel, escrito a puño y letra, por la querida compañera de su vida, Rosemary. Gracias Francis, por el regalo que nos ofreció, gracias Guayo por este máximo reconocimiento a Francis, al doctor Aguirre Batres, como lo llamaste en más de una ocasión. Francis fue mi profesor de Microbiología Industrial en la Universidad de San Carlos. Serían sus enseñanzas o su actitud pero desde esa fecha quedé flechado con los curiosos microbios. Y, quien lo sospecharía, que años después, Francis sería, prácticamente durante una vida, el tutor y vigilante de nuestro desarrollo como investigadores en el ICAITI. Francis no ordenaba, por el contrario, cada quien, con la libertad que otorgaba, debía escoger su propio camino en su especialidad. Eso sí, esperaba innovación y se entusiasmaba con los mínimos detalles. Fui testigo de su testarudez al defender principios que para él eran inviolables, no importando si de jefes de Estado se tratase o de un magnate industrial. En el diccionario de la ciencia no existen los vocablos: falsedad y acondicionamiento, eso nos quería decir con su ejemplo, sin mediar palabra alguna.
Francis no fue un científico que produjo publicaciones, eso, lo dejó a otros. Su trabajo lo hizo sin sonar campanillas o fanfarreas. Se interesó más por el valor del individuo como un científico ante la sociedad. Fue visionario en muchos sentidos, y sus libros, escritos en su madurez, recogen algunos de sus pensamientos. Nos sentimos orgullosos Francis, y en ese sentir acompañamos a la familia.