«Frágil como el amor» de Luz Méndez de la Vega


Mí‰NDEZ DE LA VEGA, Luz.

Mario Cordero

El mes pasado, la escritora Luz Méndez de la Vega, Premio Nacional de Literatura en 1994, publicó su poemario «Frágil como el amor», con la casa Artemis Edinter.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Este libro da inicio como un homenaje a Pablo Neruda, poeta chileno al cual Méndez de la Vega muestra su admiración en las «Palabras previas» de esta publicación.

En el 2004, el entonces presidente de Chile, Ricardo Lagos, condecoró a la autora de este poemario con la Medalla Presidencial Conmemorativa del Centenario del Nacimiento de Pablo Neruda. Con base en ese evento, Luz Méndez escribió un poema, y pronto se dio cuenta que podí­a escribir un libro completo.

Debo decir que el libro no es una imitación nerudiana, ni nada por el estilo; está dedicado al poeta chileno, pero la poesí­a ha escrita es únicamente de Luz Méndez, de su sentir poético y de su realidad, si es que puedo atreverme a asignarle un matiz personalí­simo a esos poemas.

Para Luz, quien se ha caracterizado por su incansable actividad en las letras, pudo haber escrito un ensayo o una crí­tica sobre Neruda, un artí­culo o hasta una obra de teatro, debido a que tiene la habilidad de ejercer todos esos ámbitos. Sin embargo, optó por la poesí­a, ya que, como continúa diciendo en las «Palabras previas», este género ha perdido espacio de publicación, a favor de la prosa; probablemente, la narrativa sea preferida hoy dí­a por el lector, ya que es mucho más comprensible, más digerible y más impactante.

Pero serí­a contradictorio, también, establecer un homenaje a Neruda, ya que fue él -junto a César Vallejo- quien le otorgó a la poesí­a en español ese carácter coloquial, libre y ágil, y, sobre todo, de reconocer que en nuestro lenguaje cotidiano, en nuestro alrededor, existe la poesí­a.

í‰sa, tal vez, es la intención de Luz Méndez de la Vega con «Frágil como el amor», quien, como ya advertí­, no imita a Neruda, sino que parte de esta tesis original, de reconocer la poesí­a en la cotidianidad.

Por ello, también me atreví­ a decir que este poemario representa la cotidianidad emocional y poética de esta escritora guatemalteca.

Dividido en cuatro grandes apartados, Luz Méndez retoma cuatro grandes temas de la poesí­a nerudiana y en general: el recuerdo, el testimonio, el tiempo y la trascendencia. Como se reconocerá en esta agrupación temática, son elementos que forman parte de una experiencia poética de madurez, es decir, que, pasados los años, un poeta es capaz de mirar atrás y establecer diferencias entre el ayer y hoy.

Muy al contrario es la experiencia poética de un joven, que le canta al momento fugaz y a la incertidumbre del porvenir. La obra poética de madurez pareciera un encuentro cercano con la hermana muerte, y caminando de su mano se lanzan a reflexionar sobre la vida. Estas conversaciones, que luego se han de transformar en poemas, tienden a lo filosófico, a lo trascendental y a saberse, por fin, humanos que hoy son y mañana no.

En el primer aparatado, titulado «Huellas en la arena», la imagen expresa que las pisadas, por ejemplo en la playa, por muy fuertes que sean, siempre están expuestas a las olas del mar, que, sin importar de quién son las huellas, las borra.

Por nuestro caminar por la vida, vamos dejando huellas, ya sean de impacto positivo o negativo; según las huellas que dejemos, seremos recordados para bien o para mal. Sin embargo, las huellas son marcas pasadas, de lo que fuimos y hoy, probablemente, ya no somos.

Las huellas marcan el camino que recorrimos, pero también apuntan, en recorrido inverso, hacia los objetos y personas de las que huimos. En la experiencia poética de la madurez, ya no importa hacia quién o hacia dónde vamos, sino de dónde venimos.

El segundo apartado, «Testimonios», es el reconocimiento del sí­ mismo hoy, y que inevitablemente se tiende a comparar a lo que fuimos ayer, y darse cuenta que ya no somos los de antes.

En este apartado, a mi gusto, se encuentran los poemas más memorables de este libro, como «Testimonios», homónimo a la sección, en donde la poeta se da cuenta que los testimonios de ayer, ya no le pertenecen, porque la que fue ayer, no es la misma de hoy. «Más fieles que nosotros / ¡tercas! / las palabras y las cosas / no olvidan, y vueltas / tierno testimonio, / hablan de ese tiempo que / -tú y yo- / irrevocablemente / expatriamos / del álbum de fotografí­as».

Otro poema, «Urbana», la poeta se compara con una casa, construida con fuertes cimientos y que mantiene su fachada intacta. Sin embargo, la casa donde ocurrieron tantas cosas ayer, no logró capturar a las personas. «Â¡Iguales! ¡tan iguales!: / la tapia, la buganvilla, el durazno y la casa / confundiendo calendarios, / detenidos en su ayer, / aunque, al igual que yo, / ya no son / los mismos de antes.»

La tercera sección, «Relojes y calendarios», abordan el tema del tiempo y la temporalidad. El tiempo es eterno y no tiene una medida humana, ya que la vida pasa y se detiene y, como decí­a Gardel, ¡qué son veinte años!, cuando nos damos cuenta que el mundo es eterno. La temporalidad, en cambio, sí­ es humana, ya que nos esforzamos por medir algo eterno, a través de nuestra limitada vida. Para medir lo eterno, nos valemos de relojes, que marcan los segundos y las horas, y los calendarios, que marcan meses y dí­as, para apropiarnos de algo que no es nuestro y que nunca podemos atrapar, inevitablemente.

La última sección, «Claroscuros», es una especie de testamento poético, ante esta que es una larga experiencia de madurez. En «Carta botella a Pablo Neruda», se establece una especie de arte poética de Luz Méndez de la Vega, basándose en las propuestas del poeta chileno.

Pero, más suya, en «Epí­logo», la poeta da cuenta del porqué es importante dejar el testimonio, dejar documentos que testifiquen nuestro paso por el mundo, a pesar de que nuestra existencia es efí­mera y fugaz: «A los que vienen detrás / y borran con sus pasos / nuestras huellas, / nuestras voces, / y nuestros nombres, les recuerdo: // que este mundo / ha sido nuestro / y antes / de otros, / y de otros / y de otros infinitos / olvidados nombres.»