Tener fortaleza es contar con recursos personales para lidiar con lo adverso. Cuando nos referimos a éstos, son todas las fuentes de poder con las que cada persona cuenta. Que van desde su capacidad económica, sus redes de apoyo social, afectivo y espiritual, su salud física y mental, su sistema de valores, sus destrezas y capacidades, sus conocimientos, también el grado de desarrollo de sus mecanismos psicológicos para defenderse, entre otras.
Las conceptualizaciones que los diccionarios realizan de la fortaleza son: Fuerza física o moral de una persona para afrontar situaciones difíciles. Virtud cardinal que confiere valor para soportar la adversidad y resistir los peligros, recinto protegido con murallas o construcciones de defensa para resguardarse de los enemigos. Capacidad para soportar y/o resistir algo. Fuerza para sobrellevar un profundo dolor, demostración de defensa, fuerza y fortificación. Entre los sinónimos se encuentran: solidez, robustez, resistencia, vigor, energía, hombradía, hombría, entereza, firmeza, carácter, rectitud. Y su antónimo es la debilidad.
Algunas mujeres se asustan de ser fuertes y otras ni se percatan que lo están siendo. Debido a la construcción de una imagen estereotipada de género. El hombre se concibe como el fuerte y la mujer como la débil, de tal manera que la realidad sobra. Aunque el temor a sentirse fuerte puede corresponder a cualquiera.
Al escuchar relatos de algunas mujeres que se sienten desamparadas sin sus respectivas parejas masculinas; y solicitarles una explicación que haga sentido a ese sentimiento de desabrigo. Cuentan que persisten con ellos porque tienen hijos e hijas y no se sienten competentes para brindarles seguridad y sustento. Sin embargo, cuando se realizan cuentas, ellas pagan con sus recursos, la mayor parte de gastos del hogar. Siendo frecuente observar que sus hombres se encuentran presentes para hacerles valer sus derechos. Pero cuando se trata de responsabilidades compartidas, la ausencia impera.
Existen personas que no se dan cuenta de la fuerza con que cuentan para vivir, hasta que de nuevo otro suceso adverso viene. Y cada suceso apremiante les concede la oportunidad de un nuevo aprendizaje en el arte de vivir y en ocasiones también de sobrevivir. A veces esos sucesos llueven uno tras otro y es cuando se dice que llueve sobre mojado. En ocasiones la persona que ostenta fortaleza, se cansa de ello. Debido a que siempre implica dar más, a que esperen que ellas puedan resolver situaciones difíciles para sí mismas y para los demás. A veces, sin consideraciones, sin apoyos ni palabras de consuelo que les ayuden a sobrellevar ese trance.
Este agotamiento socavador llega a constituirse una debilidad de la fortaleza y uno de los temores de asumirse con ella. Así como la existencia de la asociación entre fortaleza y el uso de la fuerza como parte de la práctica de una conducta violenta.
Pero las circunstancias de vida nos exigen aptitudes para realizarla, para lo cual día a día nos entrenamos en ellas. La fortaleza en ese sentido podría decirse que consiste en una cuestión de fe. Tener confianza en nuestra capacidad de enfrentar nuevos retos y asumir que de alguna forma encontraremos o aprenderemos los mecanismos necesarios para hacerle frete a lo que venga.
Al hablar de fortaleza se considera también el término de resiliencia, como la capacidad de afrontar la adversidad saliendo fortalecido y con un mejor condicionamiento para el afrontamiento de retos que la vida impone. Es decir, la persona se transforma, el dolor le impulsa a crecer e incluso dar lo mejor de sí misma. Se ha comparado este término al mecanismo de la producción de una perla por una concha de mar.