Formando o deformando


Hemos sostenido que durante el conflicto bélico que sufrió Guatemala, se creó una cultura de muerte producto de la deformación que significó para nuestra niñez el permanente contacto con la violencia. Hoy en dí­a, años después de haber «firmado la paz», vemos con preocupación que nuestros niños siguen contaminados por la criminalidad y la violencia que marca sus vidas desde muy temprana edad.


Ayer una madre de familia comentaba, con preocupación, que enfermó su hijo de 5 años y ella le dijo que no irí­a al colegio. El niño no quiso quedarse en su casa, porque le dijo a la mamá, que tení­a miedo de que se pudieran entrar los ladrones a la vivienda, por lo que preferí­a ir al colegio en donde se sentí­a más seguro. Quién sabe qué escuchan los niños a esa edad que los hace vivir con la psicosis de que pueden ser ví­ctimas de la violencia, lo cual tiene que dejar una huella indeleble en ellos.

Ayer mismo, el Presidente de la República llegó a dos centros de enseñanza para inaugurar programas de Escuelas Seguras, y su discurso en ambos sitios fue sobre la violencia que se ha desatado. Les explicó a los niños cómo es que maleantes que superan la capacidad de las maras, están haciendo tanto daño y que hasta se usa la tecnologí­a para lograr el cometido de sembrar terror. Les ilustró sobre cómo es que esas mentes malévolas esperaron a que terminara el Campeonato Mundial de Fútbol para lanzar su ofensiva sangrienta. En vez de escuchar del Presidente un discurso hablando de los valores de la sociedad y de aquello que pudiera generar el orgullo de ser guatemaltecos, fueron el auditorio para que el mandatario diera una explicación de cómo ve él la ola de violencia que estamos sufriendo y que cobra diariamente demasiadas vidas.

En otras palabras, las generaciones actuales de adultos estamos deformando a las que vienen atrás, porque todos los dí­as los exponemos al contacto con la más brutal de las violencias y a la vida en la más absoluta inseguridad. Niños que contagian de la paranoia de sus padres que no es producto de alucinaciones, sino de una correcta percepción de nuestra realidad y que cuando salen a la calle sienten el mismo miedo de los adultos cuando una motocicleta se les pone al lado.

Ya nos paseamos en cientos de miles de niños que durante décadas vieron que en Guatemala los adultos pretendí­an arreglar sus lí­os a balazos, matando al otro por cuestiones polí­ticas. Hoy lo hacemos ya porque nos acostumbramos a matar, a vivir en medio de la sangre y a continuar la vida como si nada ocurriera. Siquiera por vergí¼enza y pena con nuestros hijos, es hora de hacer algo para contener la violencia.