Flores blancas


Te tengo presente a pesar de que ya son casi dos décadas de ausencia; sí­, ya sé, me lo han dicho repetidas veces, que no lo diga de esa forma, porque tú nunca me abandonaste, aunque hubo momentos en que así­ lo sentí­.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

Te fuiste, te largaron, es decir, de forma violenta del espacio en el que podí­a alcanzarte, o en el que en ese tiempo concebí­a como el único para estar junto a ti.

Mi mundo, hasta ese entonces de colores, se opacó, la risa se borró de mi rostro y los sueños se volvieron tan sólo esa acción que ocurre cuando se duerme, todo lo que habí­amos pensado a futuro, que vaya si no hablábamos de eso, ya no era nada, no tení­a sentido.

Sin embargo, de alguna forma tú, tú en mí­ y esa complicidad que viví­amos, me dio ánimos, me hizo entender -mentira, aún no lo comprendo y creo que nunca podré – pero me hizo vivirte en la distancia, y perdonar tu súbita partida.

Me enseñó, además, a ver alrededor y querer y valorar más a mi otra fuente de vida. Tu sonrisa infinita, tu mirada precisa y la sonoridad de tu voz, que en algún momento quise borrar de mi imaginario para no llorar tanto, reaparecieron y aprendí­ a quererte de nuevo, así­ invisible, invencible y regio.

Ahora, casi dos décadas después te llevo conmigo, pero también te extraño, cuando te llevo flores blancas, cuando en la serenidad de ese jardí­n veo tu nombre en un pedazo de mármol, quisiera retroceder el tiempo, para poder sentir el calor de tus abrazos, sentirme segura y en paz, y decirte lo mucho que te quiero, porque te quiero aún, porque te querré siempre.

Los dí­as pasan, los años nos transforman, gente aparece en nuestras vidas, y otras se van como tú, y en ocasiones los envidio, porque en el fondo de mi ser, aunque ya no me lo creo tanto, guardo a veces la esperanza de mirarte de nuevo, de escuchar en tu voz esos poemas nocturnos, de saberme cuidada, querida y feliz.