Fin de una era en Latinoamérica


Historia. Foto tomada en 1971 del general Augusto Pinochet (izquierda), cuando el Ejército de Chile saludaba al lí­der cubano, Fidel Castro, durante su visita a Santiago de Chile. Castro y Pinochet, quienes se convirtieron en enemigos irreconciliables, se convirtieron en sí­mbolos de la Guerra Frí­a de Latinoamérica y hoy están en el ocaso de sus vidas marcando el fin de una era.

Fidel Castro y Augusto Pinochet, en el ocaso de sus vidas, están marcando el fin de una época en la que se convirtieron en enemigos irreconciliables y principales emblemas de la Guerra Frí­a que se libró en Latinoamérica, indicaron analistas.


Una cámara de fotos los unió en noviembre de 1971, cuando Fidel Castro en el apogeo de su Revolución visitó el Chile de Salvador Allende en plena «ví­a chilena al socialismo», cuando Pinochet era general de guarnición. Fue la última vez posaron juntos.

Dos años después Pinochet encabezaba un golpe de estado contra Allende y se convertí­a en la antí­tesis regional de Castro. El gran anticomunista latinoamericano.

Hoy los reflectores vuelven a coincidir sobre ambos. Por un lado el lí­der cubano convalece -según la versión oficial- de una delicada operación intestinal y se aleja de la presidencia cubana después de haberla ocupado durante casi cinco décadas.

Por el otro, el ex dictador chileno está internado en un hospital en estado crí­tico tras haber sufrido un infarto cardí­aco.

La situación de ambos «simboliza el fin de una época», considera el cientista polí­tico chileno Ricardo Israel, director del Centro Internacional para la Calidad de la Democracia.

«Mejor que nadie marcan lo que fue la Guerra Frí­a -opinó el analista-. El enfrentamiento entre ambos definió su larga permanencia en el gobierno. Pinochet siempre se enorgulleció de haber evitado ’una nueva Cuba’ en Chile, y Castro apoyo movimientos armados contra Pinochet».

Sin embargo, Israel marcó una diferencia: «en Chile la transición ya se hizo: fue lenta pero ya se hizo. Mientras en Cuba tenemos la duda de si lo que está ocurriendo es una transición o simplemente una sucesión».

La situación polí­tica de ambos es distinta: la revolución castrista sigue en el poder, mientras que Pinochet está acorralado por la Justicia que investiga las violaciones a los derechos humanos de su régimen de 16 años, que dio luego paso a tres gobiernos democráticos de centroizquierda.

Castro se convirtió desde su llegada al poder en Cuba en 1959 en el enemigo acérrimo de Estados Unidos, aliado de la Unión Soviética e inspirador de revoluciones de izquierda. Pinochet, en tanto, fue el principal socio de Washington en Latinoamérica, archienemigo del comunismo, inspirador de golpes de Estado y convirtió a Chile en un laboratorio de las reformas liberales de la «Escuela de Chicago».

Sin embargo, a pesar de simbolizar dos polos opuestos, Castro y Pinochet tuvieron mucho en común.

Ambos se consideraron a sí­ mismos «salvadores de la patria». Castro por haber derrocado al dictador Fulgencio Batista y haber mejorado inicialmente las condiciones de vida de los cubanos, Pinochet por haber destruido al comunismo en Chile y haber hecho despegar la economí­a del paí­s.

Además, ninguno de los dos tuvo reparos en exportar violentamente sus ideologí­as: Castro apoyando grupos guerrilleros en toda la región y Pinochet centralizando la información para crear la Operación Cóndor de coordinación represiva en el Cono Sur.

El enfrentamiento ideológico entre ambos tuvo una confrontación muy concreta en 1986, cuando Chile recibió la mayor internación de armas de su historia y Pinochet sobrevivió a una emboscada en la que murieron cinco de sus guardaespaldas, en un ataque guerrillero del izquierdista Frente Patriótico Manuel Rodrí­guez.

«Los dos polos de la polí­tica iberoamericana en los tiempos de la Guerra Frí­a hacen mutis por el foro en una sorprendente sincroní­a», escribió el analista español José Javaloyes en «La estrella digital». «Tiene lo suyo de expresivo el ocaso biológico de quienes han sido en hispanoamérica simbolizaciones polí­ticas extremas».

«Así­ como la izquierda tiene derecho a lamentar la desaparición de Fidel, los familiares y adherentes de Pinochet tienen derecho a llorar la partida de su ex lí­der. En tanto todos concuerden en que las sombras de sus legados no deben volver a repetirse, lo demás debe ser aceptado como la compleja forma de enfrentar las difí­ciles historias personales», escribió este lunes Patricio Navia, profesor de la Universidad de Nueva York, en su columna en el diario La Tercera.