¿Cuántas muertes más hará falta que presenciemos para que se decidan las autoridades a prohibir ese libre comercio que hay con los explosivos que se venden a granel en estos días de fiesta? Nosotros creemos que ya es demasiado lo que nos ha tocado presenciar y que no puede esperarse más para imponer medidas enérgicas que salven vidas y eviten la pérdida masiva de bienes materiales como nos ha estado ocurriendo últimamente.
Ni el concepto de tradición, que en este caso no vale de mucho, ni el de los intereses económicos de quienes hacen negocio con la pólvora, compensa todo lo que perdemos como resultado de incendios y explosiones que ocurren en los expendios, además del daño que se causa a tanto niño y adulto en la manipulación del producto. Es penoso ver que existe tal nivel de indiferencia porque está demostrado plenamente que el peligro es demasiado alto como para que nos quedemos todos sin inmutarnos.
Económicamente lo que nos puede preocupar es el caso de las pequeñas empresas familiares que de manera artesanal se dedican a la fabricación de cohetes, pero también en ese caso hay un peligro de muerte que se ha materializado demasiadas veces con niños que mueren en la elaboración de tales artificios. Podría diseñarse un programa para ayudar a esa gente a encontrar otra actividad económica y así como se habla de resarcimiento para las víctimas de la violencia o se da dinero a los que militaron en las PAC, hay que encontrar el mecanismo que permita asegurar la subsistencia de estas familias y, de paso, eliminar un comercio que se está volviendo demasiado trágico.
Cierto es que son muchas las actividades de beneficio para la humanidad que implican riesgo y que no por ello van a suprimirse. Pero esa costumbre de quemar el dinero en cohetes no es de beneficio más que para los traficantes de la pólvora. Y acaso si el guatemalteco no tiene esa forma ruidosa de soltar su energía, encontrará otras más productivas, de menos riesgo y más eficientes para construir un mejor país. El ruido excesivo de las fiestas de Navidad y fin de año no tiene sentido y si bien algunos consideran que es una manifestación de nuestra idiosincrasia, obviamente se trata de algo en lo que debemos cambiar para no seguir poniendo en peligro a tanta gente.
Una campaña contra la venta y manipulación de cohetillos puede no ser muy popular porque nuestras familias gozan quemando pólvora y compitiendo por ver cuál es la que puede meter más bulla. El costo económico de la diversión no tiene mucha importancia y sea en hogares pobres o ricos, en todos se comparte el mismo gusto por esa «tradición». Pero es deber del Estado garantizar la vida y la seguridad de los habitantes y obviamente la venta libre de cohetes y artefactos explosivos atenta contra esos valores tutelados por la Constitución.