Es un rasgo de salud psicosocial de un colectivo la forma como se expresa la propia opinión, la oportunidad que se tiene para decir o no decir, las ocasiones y la forma como nos permitimos dialogar y dirimir los conflictos, ya no digamos la forma en que se defienden los propios argumentos. La sociedad guatemalteca en tanto que se rige por valores conservadores en general, tiene una forma particular de interactuar en el escenario donde se expresan las posiciones o las ideas, es la manera fíjese que. La anteposición de este verbo conjugado y dicho con un determinado tono, bien puede ser la síntesis de la manera chapina de expresar su posición, de entablar conversación o de predeterminarla desde el inicio.
Así como el lenguaje de una sociedad determinada es un canal obligado para entender su cultura, así también decodificar la comunicación de dicho lenguaje ayuda a comprender los valores y el grado de cultura política de un conglomerado; ayuda a entender sus culpas, sus inhibiciones o prepotencias.
De hecho la forma en que emitimos opinión, sea por escrito como este artículo, sea de manera hablada o enviada por un mensaje electrónico de texto a través de la computadora o del celular, ilustra cómo nos posicionamos políticamente ante tal o cual hecho.
Los guatemaltecos dialogamos de maneras tan rebuscadas que esconden desde el inicio la opinión o lo que se quiere decir. La coloquial frase disculpe podría hacerme el favor esconde sumisión y una barrera sutil de disimular la opinión directa de manera callada. Hablamos quedito que significa que las palabras se nos quedaron atrapadas en la garganta de la pena; pero también alardeamos fuerte y con enojo desmedido, acto en el cual subyace la prepotencia de clase; o nos burlamos despiadadamente del vecino con desprecio. Todas estas formas nos vedan o condicionan la posibilidad del diálogo. Creo que cada vez más perdemos la posibilidad de manifestar y dialogar y la cambiamos por la de liquidar, matar o asesinar; estigmatizamos en vez de comprender y buscamos quien nos la paga y no quien nos la debe.
La espontaneidad se va diluyendo y se instala el temor que nos conduce, reaccionamos tímidamente o respondemos de manera violenta. El otro día en San José Costa Rica, un piloto de bus se dispuso a intercambiar conmigo sobre el TLC de reciente debate en ese país. Su opinión aunque limitada dejaba ver seguridad y dignidad. En sociedades con otro pasado, sus ciudadanos opinan de esa forma sin temor al error sino con la expectativa de decir. Se contradice o se acuerda a voz alzada y se escucha la opinión adversa. Escuchar la complejidad y retórica del argentino que discute igual porque perdió su selección de futbol o sobre gobierno de turno indica procesos que han politizado esos ciudadanos.
El taxista cubano que defiende sin ningún apuro su sistema político indica educación; la salvadoreña que defiende a grito partido el recambio político de su país en campaña electoral denota participación política, interés y militancia.
Obviamente que una sociedad no será nunca como la otra, la realidad es dialéctica y somos el reflejo de las contradicciones históricas y socioeconómicas.
Opinamos como quien no quiere la cosa, rodeamos el tema varias veces porque nos hacen falta recursos y cuando estamos cuestionados en nuestra esencia, evitamos a cualquier costo involucrar nuestra propia responsabilidad.
En una sociedad de valores conservadores como la guatemalteca, es mejor callar o en el peor de los casos sumarnos a la opinión de los demás. Este rasgo hace imposible la diversidad ideológica y el enriquecimiento cultural y político como comunidad.