Fiebre porcina


En los próximos dí­as leeremos en los periódicos de Guatemala que la fiebre porcina será una realidad y no una ficción.  No seremos la excepción y padeceremos de la misma crisis que enfrenta México junto a quince paí­ses más.  No es que el Cristo de Esquipulas esté en contra de nosotros o que la Virgen de Sanarate nos haya abandonado, sino que el virus, como el viento, son muy puntuales en llamar a la puerta. 

Eduardo Blandón

¿Pájaro de mal agí¼ero?  Puede ser, pero es preferible no hacernos ilusiones y comenzar a prepararnos para no ser cogidos de manera desprevenida.  De nada nos sirve racionalizar las cosas y fantasear: negar, por ejemplo, que el virus exista, hacer chistes ví­a Internet o afirmar que el virus es una cortina de humo del gobierno de los Estados Unidos o incluso de ílvaro Colom.  El virus llegará y más nos vale estar prevenidos.

Aquí­ no se trata de meternos en miedo y sugerirle que empiece a hacer su testamento (que a muchos viejos no les caerí­a nada mal) sino a cuidarnos mediante el cumplimiento de las recomendaciones que los médicos han divulgado a través de los medios de comunicación social.  Nada nos garantizará la inmunidad, pero por el bien de los nuestros, vale la pena estar preparados.

La crisis ha llegado a Guatemala y al mundo entero y parece que va para largo.  Primero, los problemas económicos.  Luego, la violencia y el narco.  Ahora, las enfermedades virales.  Estamos fritos y, si fuéramos pesimistas, sobrarí­an las razones para acercarse al puente El Incienso.  Con todo, nunca como hoy hace falta el optimismo y ser realistas y sabios para enfrentar los problemas.  No hay que acobardarse, más bien, por el contrario, debe tomarse valor para convertirse en piedra angular de los que viven cerca de nosotros.

 

Debemos transmitir serenidad, encontrar coraje y testimoniar que más allá de las adversidades siempre hay esperanza.  Hay que buscar un sentido a las realidades históricas e ir más allá de los hechos, trascenderlos, para superar los malos momentos.  Esa valentí­a de vida hará mucho bien a nuestra familia y permitirá el hallazgo de un horizonte diferente para quien vive en la angustia y el desasosiego.  No hay que abandonarse al llanto porque esas lágrimas no nos dejan ser lúcidos.

No es optimismo a ultranza, sino la sabidurí­a de quien sabe darle el justo valor a los acontecimientos.  Tenemos que transformar la fiebre porcina en fiebre de vida, de optimismo y virus de felicidad.  Digamos que cada circunstancia tenemos que humanizarla para darnos una oportunidad de alegrí­a.  No podemos permitirnos que el ánimo por vivir se venga abajo por una amenaza o por un mal momento.  Tenemos que trastocar esas experiencias y convertirlas en trampolí­n para ir más allá de ellos.

Saquemos de nuestra mentalidad ese prurito de Apocalipsis, dejemos de ver pruebas del Armagedón y verificar los signos del fin del mundo.  En lugar de eso, aportemos semillas de vida, intentemos trabajar fuerte para construir un mundo mejor y dejemos de ser profetas de infortunios.  Hemos sido llamados para la felicidad y no hay lugar para otra opción.  Sigamos adelante y respondamos con sabidurí­a a los desafí­os que la vida nos presenta.