En los próximos días leeremos en los periódicos de Guatemala que la fiebre porcina será una realidad y no una ficción. No seremos la excepción y padeceremos de la misma crisis que enfrenta México junto a quince países más.  No es que el Cristo de Esquipulas esté en contra de nosotros o que la Virgen de Sanarate nos haya abandonado, sino que el virus, como el viento, son muy puntuales en llamar a la puerta.Â
¿Pájaro de mal agí¼ero? Puede ser, pero es preferible no hacernos ilusiones y comenzar a prepararnos para no ser cogidos de manera desprevenida. De nada nos sirve racionalizar las cosas y fantasear: negar, por ejemplo, que el virus exista, hacer chistes vía Internet o afirmar que el virus es una cortina de humo del gobierno de los Estados Unidos o incluso de ílvaro Colom. El virus llegará y más nos vale estar prevenidos.
Aquí no se trata de meternos en miedo y sugerirle que empiece a hacer su testamento (que a muchos viejos no les caería nada mal) sino a cuidarnos mediante el cumplimiento de las recomendaciones que los médicos han divulgado a través de los medios de comunicación social. Nada nos garantizará la inmunidad, pero por el bien de los nuestros, vale la pena estar preparados.
La crisis ha llegado a Guatemala y al mundo entero y parece que va para largo. Primero, los problemas económicos. Luego, la violencia y el narco. Ahora, las enfermedades virales. Estamos fritos y, si fuéramos pesimistas, sobrarían las razones para acercarse al puente El Incienso. Con todo, nunca como hoy hace falta el optimismo y ser realistas y sabios para enfrentar los problemas. No hay que acobardarse, más bien, por el contrario, debe tomarse valor para convertirse en piedra angular de los que viven cerca de nosotros.
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Debemos transmitir serenidad, encontrar coraje y testimoniar que más allá de las adversidades siempre hay esperanza. Hay que buscar un sentido a las realidades históricas e ir más allá de los hechos, trascenderlos, para superar los malos momentos. Esa valentía de vida hará mucho bien a nuestra familia y permitirá el hallazgo de un horizonte diferente para quien vive en la angustia y el desasosiego. No hay que abandonarse al llanto porque esas lágrimas no nos dejan ser lúcidos.
No es optimismo a ultranza, sino la sabiduría de quien sabe darle el justo valor a los acontecimientos. Tenemos que transformar la fiebre porcina en fiebre de vida, de optimismo y virus de felicidad. Digamos que cada circunstancia tenemos que humanizarla para darnos una oportunidad de alegría. No podemos permitirnos que el ánimo por vivir se venga abajo por una amenaza o por un mal momento. Tenemos que trastocar esas experiencias y convertirlas en trampolín para ir más allá de ellos.
Saquemos de nuestra mentalidad ese prurito de Apocalipsis, dejemos de ver pruebas del Armagedón y verificar los signos del fin del mundo. En lugar de eso, aportemos semillas de vida, intentemos trabajar fuerte para construir un mundo mejor y dejemos de ser profetas de infortunios. Hemos sido llamados para la felicidad y no hay lugar para otra opción. Sigamos adelante y respondamos con sabiduría a los desafíos que la vida nos presenta.