Conocida internacionalmente por sus bellos paisajes y por el samba, este mes de mayo Río de Janeiro cambió el tradicional ritmo brasileño por la música clásica, y aprovechó su escenario natural para albergar uno de los mayores festivales de arpa del mundo, que en su cuarta edición es un éxito de público.
Con más de 90 conciertos, todos gratuitos, realizados en lugares de ensueño como el cerro Pan de Azúcar, el Corcovado, el fuerte de la playa de Copacabana o el Jardín Botánico local, el Festival Internacional de Arpas de Río de Janeiro se extiende por un mes. Hasta el momento, 15.000 personas han asistido a los espectáculos en los primeros 15 días.
«Para fin de mes deberíamos duplicar el público del año pasado», estimó Sergio da Costa, director del evento, en declaraciones. En 2008, las presentaciones atrajeron a más de 20 mil personas.
«El festival de arpas de Río es uno de los más grandes del mundo y pone a Río de Janeiro y a Brasil en el circuito mundial de la música clásica», añadió.
A pesar del éxito que permite realizar un promedio de tres conciertos diarios en diferentes lugares de la ciudad, la organización del festival lidia sin embargo con un peculiar problema: la escasez de arpas.
Por ser un instrumento delicado y difícil de transportar, muchos músicos -son 30 de 25 países que participan en el festival- prefieren dejar sus instrumentos en casa, y la mayoría se presenta con una de las tan solo dos arpas disponibles para el evento.
«Lamentablemente, solo tenemos dos (arpas). Una es nuestra (…). La otra fue prestada por la Orquesta Sinfónica Brasileña. Vivimos corriendo», explicó Costa e Silva, mientras coordina el transporte de una de las arpas al término de un concierto, para que el instrumento llegue a tiempo a otra presentación.
Para Francisco ívila, quien sigue el festival desde su primera edición en 2006, esta es una de las pocas oportunidades que los amantes de la música clásica tienen para ver buenas presentaciones en la ciudad del samba.
«Debería haber más eventos como este festival. No es verdad lo que dicen, que son pocos quienes gustan de la música clásica. Somos muchos, peros somos una multitud silenciosa», dijo Francisco, acompañado de su mujer Rosa durante uno de los conciertos.
«Nosotros siempre vamos. Seguimos todo lo que podemos del festival y de otras presentaciones», contó la mujer.
La pareja acababa de asistir al concierto de las estadounidenses Cathy Victorsen, arpista, y Jane Strauman, flautista, que tocaron acompañadas por la Banda Sinfónica del Cuerpo de Fusileros Navales de Rio de Janeiro y por el coro infantil y adulto del Instituto de Opera, una ONG que ayuda a niños pobres a través de la música.
«Fue mágico», afirmó Strauman a la AFP. «El público fue maravilloso, parecía que estábamos tocando en la sala de estar de alguien. Fuimos muy bien recibidas», se congratuló.
Antes de la presentación en un escenario del barrio de Lapa, conocido por sus decenas de casas de baile de samba, una multitud se formaba en fila en la puerta del lugar en busca de uno de los 800 ingresos, que se agotaron rápidamente.
En la tradicional cinemateca del Museo de Arte Moderno de Rio de Janeiro (MAM), la fila para el concierto del trío brasileño formado por Silvia Braga (arpa), Gilson Peranzetta (piano) y Mauro Senise (flauta y saxofón) más que duplicaba la capacidad del lugar.
Algunas personas asistieron al concierto sentadas en el piso, y otras tuvieron que volverse a casa, constató un periodista de la AFP.
Uno de los conciertos más concurridos y esperados del festival fue el de la célebre arpista española María Rosa Calvo-Manzano, en el turístico Palacio de la Isla Fiscal.
«El festival es muy bueno porque une dos cosas: los lugares bonitos de Roi y la buena música», elogió Thereza Carvalho, profesora de educación artística. «El arpa me parecía distante de las personas, pero lo que veo aquí es un interés enorme», concluyó.