Fernando Savater: Los Diez mandamientos en el siglo XXI


Por Eduardo Blandón

Entre la obra prolija de Fernando Savater, el lector habituado a sus escritos, puede sorprenderse con un texto relacionado con el decálogo bí­blico. Y es así­, porque el filósofo español no es muy dado a lo religioso y más bien suele ser demasiado crí­tico con todo lo que huela a sacristí­a, religión o fundamentalismos.


Pero si puede sacar de la indiferencia un libro así­, como en todo, es sólo cuestión de apariencia. Porque el buen ensayista parte de la ley mosaica para darnos su propia apreciación de los mandamientos. Es sólo un pretexto para compartirnos qué es rescatable de ese «nomos» bí­blico y adaptarlo a los nuevos tiempos, al siglo XXI. Todo, claro está, con ese estilo suculento de un escritor que sabe gustar. Porque nadie puede dudar que Savater no sólo es el mago de la pluma sino el erudito también y sabio que sabe aconsejar y tiene urgencia de hacerlo. El autor es el encantador de las letras cuyo mayor éxito quizá sea la popularización de la filosofí­a y el iniciador por el gusto de pensar.

Ese éxito que facilita la comunicación con los lectores es el que lo ha llevado a ser un filósofo conocido en diversos ámbitos. Tanto entre jóvenes inmaduros de colegios como entre aspirantes a filósofos en las universidades. Tanto entre disciplinados devoradores de libros como entre principiantes vagabundos del saber. Savater es todo un éxito literario aprovechado y demandado por la industria editorial.

Evidentemente no todo lo que brilla es oro. Y Savater, como cualquier escritor de talento, tiene sus altibajos. Hay obras que rayan en lo sublime (no por la elevación filosófica que lo asemeje a Kant o Hegel) y otras que hay que desaparecer para no afectar su carrera literaria. Este libro casi entra en esta última clasificación.

Y, la verdad, es que Los diez mandamientos en el siglo XXI no es un mal texto, si lo consideramos desde el punto de vista de la forma, porque es un libro impecable, sabroso y deleitable (justo lo que un libro tiene prohibido carecer). Pero, el contenido es un poco cajonero y carente de sorpresas y brí­o. Para el lector habituado al pensamiento del español, este libro es, repetitivo y predecible.

El pensamiento de Savater es desenfadado y atrevido. Es violento porque no evita el tono directo ni se inhibe por la recepción del lector. Al escritor le interesa la luz que lo atrapa y, una vez seducido por la intuición, va por ella sin cálculos ni falsa caridad. La «verdad» que persigue, la claridad de su pensamiento, lo justifica y le hace continuar sin tregua.

Es ese tono honesto el que le hace preguntar a Dios por el sentido de sus mandamientos. ¿Acaso no exageras con tantas leyes?, le amonesta. Y, seguidamente hace una exégesis heterodoxa que lo convierte, en ocasiones, en candidato a la hoguera, según la comprensión de la sana doctrina.

«Nos mandaste amarte sobre todas las cosas. Me pregunto y te pregunto: ¿tanta necesidad tienes de que te amen? ¿No es un poco exagerado? ¿No delata una especie de zozobra, de inquietud extraña? Sí­… sí­… ya sé que eres un dios celoso, que acepta ningún tipo de competencia. Pero quiero que entiendas que no eres muy original. Esto que te sucede le pasa prácticamente a todos los dioses. Estoy viendo que en ese aspecto sois todos bastante parecidos: excluyentes y posesivos».

Cuando Savater escribe sobre el sexto mandamiento no duda en decir a Dios que está pasado de moda. Que no entiende el mundo y que prácticamente es impracticable el precepto. No es de las leyes más agradables ni graciosas. Y discute sobre el sexo sin amor que lo juzga provechoso con vistas al matrimonio futuro.

«El sexo es complejo… y por supuesto que me dirás que el sexo con amor es mucho mejor que todo lo demás. Está bien… te lo admito… pero hay una observación que hace Woody Allen que te interesará: «El sexo con amor es lo mejor de todo, pero el sexo sin amor es lo segundo mejor inmediatamente después de eso». Y la mayorí­a de la gente piensa así­. Es decir, el sexo con amor es estupendo, pero mientras llega ese momento uno puede practicar el sexo sin amor. Tal vez esto te escandalice, pero es una idea bastante extendida y es un tema de discusión que tiene innumerables aristas. Por eso creo que te vendrí­a bien leer este capí­tulo, que te servirá para ponerte al dí­a en estas cuestiones, que son muy sugestivas».

En fin, Savater va discutiendo cada mandamiento, conversando con Dios y explicando su punto de vista. Al final, observa que aunque los mandamientos de Dios no son privativos de una religión (casi todas tienen preceptos), no son arbitrarios, surgen de la necesidad de indicar un camino, ordenar la vida de los ciudadanos y ofrecer conceptos morales: «No se da el caso de culturas que prefieran la mentira a la verdad, la cobardí­a al valor, etcétera».

«Más allá de las crí­ticas, incluso desde el punto de vista de quienes no somos creyentes, la idea de un dios terrible, cruel y vengativo no está mal pensada, porque en definitiva todos los tabúes se basan en algo terrible. ¿Qué pasarí­a si no cumpliésemos? ¿Qué pasarí­a si todos los hombres decidiéramos matarnos unos a otros? ¿Si decidiéramos renunciar a la verdad o robáramos la propiedad de los demás o violáramos a todas las mujeres que se cruzaran en nuestro camino? Un mundo así­ serí­a horrendo. Ese dios terrible es el que representarí­a el rostro del mundo sin dios. La divinidad que castiga es, en el fondo, lo que los hombres serí­an sin las limitaciones impuestas por el dios».

Si este tipo de temática le interesa, le aconsejo conseguir el libro.