Fernando Savater: El valor de educar


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Fernando Savater es un escritor que sólo merecerí­a una introducción para aquellos lectores con anemia literaria.  Es un ensayista conocido, traducido en muchos idiomas y ganador de varios premios literarios.  Sus méritos descansan no sólo en la variedad de sus propuestas, sino en la maestrí­a con el que maneja de los temas.  Es sin duda, un escritor nato.

Eduardo Blandón

 


Este libro no es la excepción de todas las alabanzas que le caben al filósofo español, sino su confirmación.  Por una parte porque, aunque el tema no está directamente vinculado con su formación profesional, hace un esfuerzo por explicar sus convicciones desde el ángulo del pensamiento.  Esto es, es una especie de filosofí­a de la educación, pero expuesto de manera sencilla para aquellos lectores poco habituados a los textos abigarrados y mal escritos por académicos universitarios.

Es un ensayo fabuloso, escrito con maestrí­a, con una prosa sobresaliente.  Savater da muestras de dominio artí­stico en el manejo de la pluma que no da sino envidia por la facilidad con que expone sus ideas.  Si la mitad de los filósofos universitarios o académicos editoriales escribieran como Savater, la filosofí­a no anduviera en alas de cucaracha y los jóvenes anhelarí­an las clases que reflexionan sobre la existencia o, como dirí­a Marcel, “el misterio del ser”.

Debe decirse, para no ilusionar a los potenciales lectores, que no es un texto “strictu sensu” de “filosofí­a de la educación”, sino una aproximación filosófica a temas que al pensador le han parecido interesantes.  En este sentido, no es un libro que pretenda ser exhaustivo y pormenorizado, sino una reflexión libre que potencia una estructura mental ordenada en temas de educación.

Por otro lado, es una obra que bien puede ser utilizada como punto de partida para la reflexión grupal.  No son las tablas de la ley bajadas del cielo.  Es una meditación que bien merece el debate y la crí­tica, la confrontación, con el propósito de arribar a conclusiones comunes que tengan utilidad para la vida ordinaria de la escuela.  Vale la pena, y se la hace un honor al libro, la digestión a través de las pausas que permitan la asimilación.

Una de las ideas centrales del contenido consiste en el valor concedido por el autor a lo que llama “humanización”.  La escuela tendrí­a ese propósito básico, pero complejo, que consiste en hacer del niño un hombre, un ser humano.  Si bien es cierto “todos” somos “hombres” –humanos–, sólo nos ganamos el tí­tulo (nos humanizamos) en la medida en que crecemos como tales.  O sea, cabe la posibilidad de sujetos con apariencia de hombres, pero verdaderos “humanoides”. 

La escuela cincela y da forma, toma la materia bruta y la va cribando, transforma en oro lo que era barro y lodo sucio.  Es ésta la obra del artista, la del maestro, con base a una idea, que siempre serí­a perfecta y acabada, modela y construye un edificio sólido que sirva de base a la sociedad en la que se desenvuelve y vive.  

En esa misión, el maestro nunca está solo, contemporáneamente intervienen también la familia, los amigos, la televisión, internet y un sinnúmero de protagonistas que nunca es inteligente subestimar dado el poder con el que se hacen presentes.  En este sentido, Savater dedica un capí­tulo a la televisión como un medio importante metido en todos los rincones de la cotidianidad. 

La televisión es un medio cuyo valor pocos discuten, pero también, el intelectual, advierte sobre los peligros que lleva aparejada la caja boba en el desarrollo de la salud mental de los estudiantes.  A este propósito dice:
 
“(Antes) el niño crecí­a en una oscuridad acogedora, levemente intrigado por esos temas sobre los que aún no se le respondí­a del todo, admirando con envidia la sabidurí­a de los mayores y deseoso de crecer para llegar a ser digno de compartirla. Pero (ahora) la televisión rompe esos tabúes y con generoso embarullamiento lo cuenta todo: deja todos los misterios con el culo al aire y la mayorí­a de las veces de la forma más literal posible. Los niños ven en la pantalla escenas de sexo y matanzas bélicas, desde luego, pero también asisten a agoní­as en hospitales, se enteran de que los polí­ticos mienten y estafan o de que otras personas se burlan de cuanto sus padres les dicen que hay que venerar. Además, para ver la televisión no hace falta aprendizaje alguno especializado: se acabó la trabajosa barrera que la alfabetización imponí­a ante los contenidos de los libros. Con unas cuantas sesiones cotidianas de televisión, incluso viendo sólo los programas menos agresivos y los anuncios, el niño queda al cabo de la calle de todo lo que antes le ocultaban los adultos, mientras que los propios adultos se van infantilizando también ante la «tele» al irse haciendo superflua la preparación estudiosa que antes era imprescindible para conseguir información”.
       
Ojalá este libro esté en los anaqueles de su casa y una vez leí­do modifique su percepción educativa.