Cuando en 1951 el joven pintor Fernado Botero llegó a la capital colombiana para su primera exposición, nadie, entre la maraña de compradores de arte, curiosos y bohemios, se imaginó que ese chico, anónimo y provincial, muy pronto se convertiría en uno de los pintores más famosos de América Latina.
PRIMEROS PASOS
La vida de Botero está, desde un principio, marcada por el arte. Desde niño dibujaba, pintaba y copiaba todo tipo de cuadros o estampas que, para un niño, resultan interesantes, mágicas y fantasiosas. De esta manera, parece que la vida de Botero tiene grandes similitudes con esa de Picasso. Desde muy temprana edad, ambos artistas se sientieron atraídos por el universo de los toros. Botero, con apenas doce años, se inscribe en una escuela de toreros. Y como en el caso de Picasso, su primer lienzo, una acuarela, fue el tema de la corrida. Por fortuna, muy pronto se dio cuenta de lo peligroso de dicha profesión y se decidió por una más noble y menos peligrosa: la pintura. El lujurioso mundo de los prostríbuos fue, también, otro rasgo común tanto en la vida como en la obra de estos dos artistas. Los óleos La Casa de María Duque y La Casa de Ana Molina, son ejemplos del lupanar como tema.
Es interesante notar que Botero, desde muy joven, se ganó la vida como dibujante e ilustrador en revistas y periódicos. Desde muy joven, Botero deseó viajar y a los 20 años, gracias al dinero ganado en un Certamen de Pintura, se embarcó hacia la anhelada Europa. Pareciera que es una tradición latinoamericana –al menos entre pintores y escritores- de ir a la vieja Europa en busca de la realización literaria o artística. Esto se explica a causa de que Europa –con París a la cabeza- ha sido el centro cultural en el que, históricamente, se han conjurado muchos de los grandes movimientos literarios, artísticos y filosóficos. Existencialismo, Surrealismo, Impresionismo, Positivismo, Marxismo, Expresionismo y Naturalismo, entre otros, tienen todos un sello puramente europeo.
Entre paréntesis, fiel lector/a, quisiera señalar un fenómeno cultural interesante. Pareciera que entre América Latina y Europa existe todavía un cordón umbilical que une y nutre un proceso dialéctico, a doble vía, entre ambos lados del Atlántico. El intelectual latinoamericano necesita -a causa del provincialismo y conservadurismo de algunos lugares de la región americana- respirar los aires de París, Roma o Madrid. Y es a causa de dicha atracción –o dependencia- intelectual con Europa, que algunos cuentan que César Vallejo dijo una vez: Cuando en París llueve, en Lima sacamos el paraguas.
Pues bien, más tarde, Botero eligió a Madrid como lugar de residencia permanente. El deseo mayor del pintor era -a causa de la reputación- inscribirse en la famosísima Academia de Arte San Fernando. Esa misma Academia por la que en el pasado caminaron Velázquez, Goya y Picasso. Aquí Botero obtuvo su primera formación académica y así se ganaría la vida vendiendo reproducciones en las afueras del Museo El Prado. Tiempo después, se mudó a Florencia, ciudad natal de Dante Alighieri, donde finalmente consolidó su estilo. En Italia Botero estudió y se inspiró en los grandes maestros de la pintura del Renacimiento. Dicha experiencia influyó en la consolidación –en cuanto a técnica formal- de un estilo propio que le abrió las puertas del éxito y la fama internacional.
LA PINTURA
Como ya lo adelantamos líneas arriba, la obra de Botero tiene su mayor centro de inspiración en la obra pictórica del Renacimiento. Esto se refiere, en particular, tanto a los temas como al sarcasmo que los personajes representados transmiten. El pintor sabe no solo representar el objeto estético sino, además, reproduce la esencia del mismo. Un aspecto importante de la obra de Botero y, posiblemente, lo que lo hace ser un artista de orden universal, es el hecho que muchos, tanto niños como adultos, conocen o reconocen fácilmente su obra. Parece que su estilo figurativo, en el que lo redondo predomina, es algo que se queda impregnado en la memoria del espectador, sea éste joven o viejo.
ÉXITO Y FAMA
Por lo general, lector/a, cuando estudiamos la biografía de los artistas de renombre, de los grandes de la historia, a menudo observamos que sus vidas no han sido veredas rectas y floridas, sino, por el contrario, caminos escabrosos y llenos de obstáculos y vicisitudes. Y los primeros años de la vida de Botero fueron así. El pintor tuvo que emigrar a la ciudad de Nueva York para tener éxito. Este fue el inicio no solo de su fama, sino de su inmortalidad, Un cuadro es, en particular, la obra que le abre las puertas del éxito: La Mona Lisa a los doce años. Este es un cuadro que le fue comprado por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el MoMa.
LA MONA LISA A LOS DOCE AÑOS
En efecto, en 1958, Botero pintó uno de sus cuadros más famosos: La Mona Lisa a los doce años. Este cuadro, un óleo, es una parodia total de La Gioconda de Leonardo da Vinci, Este lienzo –como decía- fue adquirido por el MoMa en 1961. Es interesante anotar que el MoMa compró la Mona Lisa de Botero al mismo tiempo en que el Metropolitan Museo exponía el original de Leonardo Da Vinci, La Gioconda. En esta obra de Botero se observa cierta influencia de Goya y Velázquez; al lado que sobresalen tanto la sensualidad como el volumen físico de la niña representada. Dichos componentes formales serán, desde ahora, una marca artística de sus obras.
En este período, de ascensión a la fama, predominan los tonos acres que, con el paso del tiempo, dejarán los espacios y superficies libres a pinceladas con colores mucho más vivos e intensos. Es un cambio de tonalidad estética, el reflejo de una mutación puramente plástica. A la vez, es también el proceso de cambio del artista a una vida mucho más cómoda y, sobre todo, excenta de las preocupaciones materiales de lo cotidiano, existir. Paulatinamente, para identificar la obra de Botero, la crítica especializada empezó a poner en boga el término Boterismo.
EL BOTERISMO
El Boterismo se refiere a lo puramente formal y significa la acentuación desmedida de contornos y formas. La representación estética se realiza a través de la técnica de la exageración del volumen de la figura humana u objeto representado. Todo es superlativamente redondo, en espacios que están también arrondados. La fusión de ambos refleja una pluralidad de temas que van desde los personajes históricos, culturales y políticos hasta las costumbres y tradiciones de los pueblos, pasando por todo tipo de lugares y objetos comunes.
Ciertamente, la exageración del volumen del objeto o del personaje representado es lo que se conoce por el gordismo. El gordismo es, sin lugar a dudas, una constante formal que sobresale en casi todas las pinturas de Botero. Y en el caso de las figuras humanas bien podríamos sugerir que dicha exageración del volumen constituye un canto noble a la obesidad. En este sentido, no es erróneo pensar que la obra de Botero es, entre otras, una total apología de lo superlativo, una exaltación de lo extremadamente voluminoso. Pues todo en su obra es voluminoso, redondo y, a menudo, desproporcionado. Esto transmite un sentimiento de burla, sarcasmo e ironía. Dicho elemento formal, se repetirá también en sus esculturas, debido a que Botero tambien cuenta con una obra escultórica importante.
LA ESCULTURA
La escultura es otro rasgo que Botero, en su desarrollo como artista, comparte con Picasso. Debido a que tanto el colombiano como el español, se caracterizan por haber explorado muchas esferas de las artes plásticas y, en particular, esa de la escultura. Y tanto en Botero como en Picasso, parece que el hecho trágico de la muerte marca en definitiva un momento de ruptura en el desarrollo del artista. Recordemos que, en Picasso, la muerte de un ser querido marcó para siempre, tanto su obra como a su persona. Paradójicamente, lo mismo sucedió con Botero.
En 1974, a la edad de 4 años, muere su hijo Pedro. Unos años antes, posterior al nacimiento de Pedro, Botero había empezado una serie de cuadros en los que el sentimiento de felicidad y alegría ante la vida sobresalen. Los tonos claros y vivos dominan los lienzos. Los azules y celestes, de fondo, transmiten la imagen del cielo y del agua como elementos fundamentales del devenir de la existencia. Y como era de esperarse, la muerte de su hijo Pedrito rompió de tajo dicho sentimiento de euforia ante la vida e hizo que el artista emigrara a espacios pictóricos más sombríos en los que el dolor y la pena fueron finamente percibidos. Sin embargo, Botero continuó produciendo más obras sobre su hijo, el niño robado por la muerte.
Somos del parecer que la esfera de la pintura es, contrariamente a esa de la escultura, un universo lleno de fantasía, color y formas que se mezclan en un espacio sin límites. No obstante, la diferencia y contrariedad de dichos espacios artísticos, Botero buscará refugio en el universo -frío y agreste- de la escultura. El arte escultórico será el territorio en el que el artista buscará la sublimación de esta faceta de su vida. Las esculturas, sobre todo los bronces gigantes, marcarán el inicio de otro momento artístico en la vida de Botero. Es un nueva aventura en la exploración de la forma que emerge, gracias al artista, de la materia bruta e inerme. Pero ¿por qué cambiar de la pintura a la escultura? ¿Tiene algo de particular el arte escultórico que no tenga el pictórico? Veamos lo que responde el propio Botero:
“Sí, una dicha especial, la de tocar esa realidad nueva que uno crea. Claro que en un cuadro se da la ilusión de la verdad, pero en la escultura esa realidad se toca (…) Si en mis cuadros pinto un cuchillo, se trata de una imagen, pero si esculpo ese cuchillo, la sensación de tener ese objeto en la mano, ese objeto salido del espíritu, es una sensación sensual, incluso en la ejecución. Hay una dicha muy especial en tocar directamente, con mis manos, la materia».
Las esculturas de Botero no constituyen un rompimiento y un inicio artístico, sino más bien son una continuación de su obra pictórica. Lo que significa que la exploración estética a la que nos referíamos líneas arriba, es una continuación de la experimentación pictórica. Debido a que las formas representadas en sus esculturas guardan extrema similitud con los temas, motivos y personajes representados en sus lienzos. El objeto estético no experimenta una mutación, sino es el espacio artesanal del artista el que cambia. La exageración del volumen de las estatuas, las que estéticamente hablando no contienen elementos revolucionarios –como en Picasso- son, eso sí, la síntesis de la voluptuosidad del artista.