Feliz Navidad



Llegamos otra vez, Bendito Dios, al momento de desear a nuestros lectores y amigos una muy Feliz Navidad en la edición previa a la Nochebuena, cuando la familia guatemalteca se recogerá para prepararse a recibir al Niño con fe, ilusión y alegrí­a. Un niño al que tenemos mucho que agradecerle y también mucho que pedirle, puesto que cuando vino al mundo nos trajo esperanza y acaso eso sea lo que ahora más necesitamos, lo que más anhelamos para el futuro, a fin de ver a nuestro paí­s adoptar la senda de su desarrollo justo y equitativo, para beneficio de todos los habitantes del paí­s.

En medio de la actividad comercial que es caracterí­stica de la fecha y que ahora, a pesar de la falta de billetes, domina el ajetreo previo a las horas de conmemoración, queremos rescatar y mantener el verdadero espí­ritu del festejo, que es indudablemente profundo al extremo de que marcó un hito en la civilización y hoy en dí­a aquel lejano acontecimiento es una marca en la Historia de la Humanidad. Y no podemos olvidar que para hacerse Hombre, el Hijo de Dios escogió no sólo un humilde pesebre sino que una familia trabajadora despojada de riquezas materiales. Desde el mismo momento de su nacimiento Jesucristo nos estaba dando ya una clara lección, una señal especí­fica de lo que podemos y debemos hacer para cumplir su plan.

Queremos ver a la familia guatemalteca unida en estas horas de celebración; que los niños sientan la alegrí­a de los presentes y que además perciban con ilusión su futuro. Queremos ver a las familias viviendo con esperanza de gozar de la ansiada seguridad y que sus autoridades velarán por ofrecérsela con determinación y entrega. Que el padre y la madre que aportan al sostenimiento del hogar sientan que su trabajo es justamente remunerado y que tendrán lo elemental para asegurar dignidad a sus hijos. En otras palabras, que sin distingos de ninguna clase, los guatemaltecos podamos arrodillarnos a la medianoche del domingo para recibir al Niño con ilusión, alegrí­a y esperanza.

Nada más triste y doloroso que un paí­s en el que se agota la paciencia porque ni siquiera se puede alimentar esperanza en el futuro. Hemos llegado a un punto en el que es preciso que clamemos con verdadera fe a Dios para que vuelva sus ojos hacia este pueblo que ha sufrido y que no alcanza a vivir con ilusión. Un pueblo cuyos niños tienen que fabricar una falsa felicidad alrededor de juguetes desechables que el martes serán chatarra, desbaratados como se destruye el sueño en un mejor futuro. Y no es alimentar pesimismo, sino construir optimismo con base en realidades, en decisiones y cambios que nos permitan soñar con un mañana mejor. Con esos sueños, repetimos, Feliz Navidad a todos.