Feliz Año Nuevo


La palabra que más escucho en estos dí­as de Navidad y Año Nuevo es esa de ?aburrido?. Me acusan así­ porque soy un inadaptado para estas fechas (sólo para estos dí­as), porque no comparto la alegrí­a, porque no reviento bombas, me resisto visitar a mis suegros y me opongo a la feria de abrazos que siempre sospecho de su sinceridad. Vamos a ver cómo me explico.

Eduardo Blandón

La alegrí­a navideña no me gusta porque me parece superficial. Pasamos un año entero con miles de oportunidades para ser felices, pero la gente se las ahorra sólo para la noche de Navidad y las celebraciones de Año Nuevo. Muchos en la familia sólo se les ve contentos para estas fechas, entonces se vuelven sentimentales: lloran, hacen oración, piden perdón y brindan contentos con vinos. Yo no logro entender tanto rollo, no me lo creo y abomino tanta falsedad reunida en pocas horas.

Una amiga que vive en el extranjero el otro dí­a me dijo que extrañaba estos dí­as de Navidad por la bulla de las bombas y cuetes. Y eso es exactamente lo que menos me gusta de estas fechas. Los piromaniacos me ponen nervioso, el ruido me impide el sueño y, otra vez, tanto jolgorio me parece superficial y poco auténtico. Detesto a los que se gastan el dinero en largas ametralladoras y más aún al macho que empieza a volar disparos al aire. Tanta euforia hace que me recluya más en mi celda donde ni siquiera al voto de castidad se puede faltar por la falta de concentración provocado por el ruido.

Dicen los entendidos de estas fechas que Navidad y Año Nuevo son fiestas familiares, pero aquí­ la familia se entiende ?Raymundo y medio mundo?. Así­, en Navidad hay que visitar a los suegros, a los tí­os, a los padrinos, a los amigos y la lista se vuelve ?ad limitum?. Son dí­as de visitas, regalos, abrazos, cenas y muchas risas. Eso sí­, en el año, la mayorí­a, brillan por su ausencia. Si uno tiene una necesidad, la mayor parte de éstos se los traga la tierra. Pero en Navidad están puntuales deseando lo mejor de los éxitos para cada uno. ¡Válgame Dios!

Incluso el universo se vuelve insoportable en estas fechas. El clima se vuelve frí­o, oscurece temprano y a veces hasta llueve. Todo se presta para la depresión. Entonces uno se recuerda de los antiguos amores, de las frustraciones laborales, del poco éxito en la educación de los hijos, de la falta de amor de la esposa y empiezan los deseos de suicidio. Si uno bebe alcohol las cosas se ponen peor: vienen los llantos, el maldito sentimiento de culpa y se empiezan los abrazos para pedir perdón. Navidad se vuelve un rollo terrible. Hasta los gallos se ponen tristes y no cantan.

No sé cuándo empecé a detestar estas fechas. Me separé de mis padres desde los doce años, vivo en el extranjero desde los quince y confieso que quizá tanta maldita soledad me hizo primitivo y poco sensible para estos dí­as. Es cierto, cuando viví­ encerrado en el monasterio solí­a escapar a la tristeza acostándome temprano (alrededor de las nueve de la noche), pero ahora en este nuevo estilo de vida tengo que resignarme a la ?alegrí­a navideña?, esperar las doce y desear a cada uno unas felices fiestas. Pero los que me conocen saben que yo soy un empedernido aburrido y padezco con cierto estoicismo tanta felicidad.