Después de tocar con brevedad la vida y obra de Johannes Brahms y de Robert Schumann, nos corresponde ineluctablemente escribir algunas líneas sobre Félix Mendelssohn, el sucesor natural de estos dos titanes del romanticismo. Con su fugaz, pero fulgurante existencia, culmina el romanticismo en su más profunda y cabal expresión, entrando después a los excesos surgidos de un Berlioz, un Chopin y un Liszt, que, sin dejar de tener una importancia fundamental en la historia de la música occidental, no responde a ese Espíritu de las Luces que tanto fascinó a Schubert, Brahms, Schumann y Mendelssohn.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela
Antes de pergeñar algunas notas sobre la vida de este último, haremos un esbozo del espíritu de su tiempo, dentro del cual vivió el compositor, no sin antes decir que este es un homenaje de amor a Casiopea, esposa dorada, en quien mis venas vacían su sangre en sus ánforas élficas y en donde el llanto la designa aurora apasionada y alrededor de quien giro absorto pensando en su noche de astros y en quien muero impaciente de sed y martirio.
De las características más importantes de Mendelssohn, es la contradicción que se marca desde el inicio de su vida. Entre lo acomodado de su existencia y el espíritu romántico de su época, de sufrimiento vital, per se. No sufre la pobreza de Schubert, la misantropía de Brahms ni la locura prematura de Schumann. Aparentemente, los bienes terrenales no le faltaron en ningún momento a Mendelssohn. De tal manera que el entorno en el que se moverá su infancia, así como el resto de toda su vida, nada tendrá que ver con la imagen tan habitual del músico romántico, pobre por excelencia. Nace en el seno de una familia alemana, de ascendencia israelita, de posición económica sumamente acomodada. Su formación es exquisita y refinada en todos los campos de la cultura y las artes. Sus padres fueron conscientes de la gran disposición del muchacho y le facilitaron los mejores maestros al respecto. Es, pues, un caso de acierto total en un aprendizaje cursado de manera rectilínea y sin titubeos desde el primer instante. Jamás se desprendería, por tanto, de este refinamiento burgués y culto, al propio tiempo que tampoco permanecerá ajeno a la religiosidad característica de la Alemania del norte.
En 1818 se inicia su formación académica en forma absolutamente regular en la Academia de Canto de Berlín. Si su entorno comienza ya a ser claramente romántico, su formación es en cambio típicamente escolástica. Ello contribuye a que sus primeras obras, esa docena de sinfonías de cámara que en los últimos años están siendo exhumadas por las pequeñas orquestas que tanto han proliferado, manifiesten unos perfiles clásicos y formalistas. De entre la producción literaria que puede influirle, resulta característica la elección del Sueño de una noche de verano, por los perfiles imaginativos y llenos de posibilidades creativas que muestra. Su mundo será efectivamente de ensueño romántico, a fin de cuentas. Su música buscará la traducción de este refinamiento alado y sutil.
En una etapa posterior del compositor, destaca la presencia típicamente romántica del paisaje sobre la creación. Mendelssohn viaja en primer lugar a la Escocia de Walter Scott y de allí regresa con el famoso tema del primer movimiento de la sinfonía que recibiría luego el nombre de aquellas tierras y los bocetos de La gruta del Fingal. No tardará en entrar en contacto con Göethe, relación que se prolonga en Weimar, y de esta influencia surgirá la necesidad de viajar ahora hacia el sur, como lo harán los poetas ingleses, deseosos de aproximarse a un ideal de belleza clásico.