Felipe Valenzuela


El atentado en contra del periodista Felipe Valenzuela es mucho más grave de lo que aparece en la superficie.  Como en todo, hay que indagar más allá de los hechos, trascenderlos, para tratar de comprender la realidad y obtener enseñanzas prácticas que ayuden a conducir mejor la vida.  ¿Por dónde debe ir la reflexión?

Eduardo Blandón

En primer lugar, es preciso pensar que quienes cometieron la acción homicida (eso fue lo que intentaron: asesinarlo) quisieron enviar un mensaje a los periodistas y a la población en general.  Su fechorí­a tiene propósitos claros: advertir la intolerancia de los grupos que cuentan con poder.  El mensaje es algo así­ como «no te atrevas contra nosotros porque tenemos facultades cuasi infinitas, podemos quitarte la vida.  No juegues con fuego porque nos importas un pepino, te quemamos cuando se nos antoje». 

 

Esto revela que la lógica en Guatemala sigue siendo la de la violencia.  Nosotros no hemos superado otro discurso en la resolución de conflicto que no sea el de las balas.  Aquí­ no se trata de vencer por la ví­a de las palabras o el diálogo sino convencer por el camino de los plomos.  Somos parcos, de pocas palabras, pero urgidos por obtener la razón a cualquier precio.

 

El atentado contra una persona como Felipe Valenzuela: juiciosa, inteligente, trabajadora y crí­tica, tiene que ver no sólo con el desprecio a la vida humana por parte de los criminales (los hechores materiales e intelectuales), sino también con el poco aprecio a la inteligencia.  Digámoslo así­, los pistoleros carecen de toda sensibilidad frente a personas de alta catadura humana.  No les importa ni tienen consideración alguna por nadie, no indagan, carecen de información y, en todo caso, su paladar está atrofiado.

En otras palabras, hemos seguido reproduciendo a los mismos caverní­colas de hace más de treinta años.  Si es cierto que en Guatemala hubo tierra arrasada, se mató a mansalva y no se respetó nunca a la oposición por sentimientos de intolerancia y odio, nada parece haber cambiado con el tiempo.  Los asesinos siguen ahí­, matando por un celular, por encargo (como los sicarios) y eliminando por gusto a los que no piensan como nosotros.  Es decir, no ha habido progreso humano (si así­ se puede hablar) desde hace bastante tiempo.

 

El atentado contra Felipe Valenzuela es un indicador de que poco ha cambiado en Guatemala.  Podremos tener más edificios, bonitos pasos a desnivel y mejores carreteras, pero lo salvaje lo llevamos todaví­a en la sangre (y con esto me refiero a los criminales).  Hay algo que no funciona en nuestro paí­s que no obstante el acceso a más educación, el crecimiento de las Iglesias y programas de corte cí­vico, seguimos teniendo el mismo virus exterminador.

El trágico suceso contra Felipe Valenzuela es abominable, también porque nos confirma que debemos tener miedo a hablar, a caminar por las calles a nuestras anchas y a considerar huir del paí­s.  Los sicarios confirman nuestros  temores y son responsables de esos sentimientos de amargura que vivimos a diario, el estrés y la paranoia.  Son ellos la causa de nuestra anormalidad (porque no se puede ser «normal» en Guatemala, aceptémoslo).  Son ellos los que hacen que nos tronemos los dedos cuando nuestros hijos no regresan a tiempo, que suframos cuando suena el teléfono o que experimentemos zozobra cuando no encontramos el carro.

 

El caso de Felipe Valenzuela anuncia muchas cosas.  Nos recuerda también que Dios es el dueño de la vida y que suele darnos oportunidades.  Vaya a Felipe un saludo cordial y la promesa de mis oraciones por su pronta recuperación.