Federico Chopin: comentarios sobre su música I


En esta semana de Pascua de 2007 y para concluir nuestras apreciaciones sobre la música del insigne Federico Chopin haremos este viernes algunas acotaciones y apreciaciones sobre su música y su figura. Esta columna va dedicada por siempre de siempre a Casiopea, esposa de infinitas ternuras, inextinguible y sideral amapolita de trigo en campos de lucero, que cada vez que penetra en mi alma deja una enredadera afianzadora de eternidades.

Celso Lara

Probablemente nadie ha definido a Chopin tan certeramente como Franz Liszt con estas palabras: «Confió esas penas inexpresables que los piadosos desahogan en sus diálogos con Dios. Lo que aquéllos nunca dicen excepto de rodillas, lo dice Chopin en sus palpitantes composiciones». Añadamos en seguida que esas confesiones fueron hechas, exclusivamente, a través del piano, al que dedicó toda su obra. En sus 180 composiciones poco más o menos interviene el piano de una u otra forma, y puede decirse que ningún otro compositor ha contribuido tan eficazmente y con partituras tan importantes a la literatura pianí­stica ni ha influido de manera tan decisiva a la evolución de la técnica interpretativa. Nuevas sonoridades, efectos dinámicos, invención de un colorido acústico más diverso y posibilidades de matización nunca exploradas, son cualidades que deben reconocerse a Chopin como primer gran músico que escribió pensando en el piano.

Pocos autores pueden ofrecer un catálogo de obras que en conjunto signifiquen un nivel de calidad tan alto y tan equilibrado. El sentido de la autocrí­tica en Chopin actuó con severidad notable en su producción finamente acabada, pero revisada una y otra vez con obsesivo afán de perfeccionamiento. George Sand dejó este valioso testimonio al respecto: «Analizaba mucho lo que habí­a escrito como un todo, y el pesar de no poder representárselo completamente lo desesperaba. Se encerraba en su habitación durante dí­as, corriendo de un lado para otro rompiendo sus plumas, repitiendo, cambiando un solo compás un centenar de veces, escribiendo, borrando, y al dí­a siguiente volviendo a empezar todo, con esfuerzos exigentes y desesperados. Solí­a trabajar seis semanas en una misma página».

Nada, sin embargo, en las composiciones de Federico Chopin hace pensar en una elaboración de materiales musicales ni sus formas permiten suponer una construcción reflexiva. Todo en su música se nos antoja espontáneo, fresco, inicialmente perfecto porque inspiración y técnica no son cuerpos distintos, sino que se complementan con encaje idóneo en el nacimiento de la idea. Que de algunas de sus obras se conserven varias versiones no hace sino confirmar la exigencia artí­stica del compositor.

Así­ como otros compositores resultaron ampulosos y desproporcionados en las pequeñas formas musicales, que en miopí­a artí­stica insistieron en cultivar, el sentido crí­tico de Chopin le hizo ver que la amplitud musical y el desarrollo sinfónico no eran sus mejores medios de expresión. Consecuentemente, su trabajo se orientó a cincelar obras de menor ambición formal, con las que el compositor conquistarí­a su grandeza y el puesto de privilegio que ocupa en la historia de la música como creador de obras pianí­sticas. La sinfoní­a, el concierto, todo aquello que significase un largo aliento musical hubiera coartado la fluidez de la inspiración y el resultado final, con ser muy bello el material utilizado, serí­a imperfecto porque el mismo Chopin reconocí­a su debilidad para los desarrollos y las variaciones. Si se observan sus dos conciertos para piano y orquesta y sus sonatas, se entenderá que son composiciones hechas del engarce de pequeñas piezas.

Debido a estas caracterí­sticas y considerada la época en que escribió Chopin, no debe extrañarnos que en su tiempo no fuera advertida la auténtica importancia de este compositor, puesto que las grandes formas eran las preferidas por los públicos. Este y todos sus crí­ticos, con los años, han otorgado a Chopin su merecida gran categorí­a de músico en base a su original inventiva, diversa, rica, elegante, sentida y sencillamente bella. La nobleza de sus temas melódicos y la idoneidad de las armonizaciones tan sugestivas puede comprobarse, incluso, en aquellas obras como los citados conciertos y las sonatas, que son los tí­tulos menos importantes, pero el Chopin más atractivo, más trascendente, romántico y sensitivo se encuentra en la amplia producción de valses, polonesas, mazurcas, preludios, baladas, estudios, fantasí­as, scherzi, barcarolas, impromtus y nocturnos.